Los sueños de la luna

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Era una tarde de verano, el sol teñía el horizonte con tonos dorados mientras observaba a mi amada esposa, Elena, perdida en sus pensamientos. Ella siempre tenía ese brillo en los ojos, como si su mente volara hacia lugares desconocidos. Me acerqué a ella con curiosidad y cariño, dispuesto a descubrir qué la tenía tan absorta en aquel momento.

"Elena, mi amor, ¿en qué estás pensando?", pregunté, acariciando suavemente su cabello oscuro. Ella sonrió, como si hubiera despertado de un sueño lejano, y me miró con ternura.

"Oh, cariño, estaba imaginando estar en la luna", respondió con una chispa traviesa en sus ojos. "Me gusta pensar que allá arriba, en la inmensidad del espacio, puedo ser libre y volar entre amores prohibidos".

Sus palabras me desconcertaron por un momento, pero conocía el espíritu soñador de Elena. Desde el momento en que la conocí, su imaginación y creatividad habían sido una parte esencial de su ser. A veces, se sumergía tan profundamente en sus fantasías que parecía habitar en un mundo paralelo.

"Mientras estés aquí conmigo, puedes volar a la luna todas las veces que desees", respondí con una sonrisa amorosa. "Cuéntame más sobre esos amores prohibidos que encuentras en tus sueños".

Elena tomó mi mano y comenzó a relatar historias de amores fugaces y pasiones ardientes que solo existían en su imaginación. Cada palabra que salía de sus labios era una ventana a su mundo interior, donde ella exploraba su propia esencia y encontraba inspiración en la fantasía.

Me di cuenta de que sus escapadas a la luna eran una forma de alimentar su espíritu, una forma de vivir en la plenitud de su ser. No sentí celos ni inseguridad, sino un profundo respeto y admiración por su valentía de ser auténtica y vivir sus sueños más salvajes.

A partir de ese día, nuestra vida tomó un nuevo matiz. Cada vez que Elena se sumergía en sus viajes a la luna, la apoyaba incondicionalmente, sabiendo que regresaría a mi lado con el corazón lleno de experiencias y emociones. Aprendí a encontrar mi propia libertad en su libertad, y juntos construimos un amor basado en la confianza y el respeto mutuo.

En cada uno de sus viajes a la luna, me convertí en su ancla, esperando con los brazos abiertos su regreso. Sabía que, aunque ella pudiera encontrar amores efímeros en su imaginación, nuestro amor era la única constante en su vida. No importaba cuántas veces volara entre amores prohibidos en la luna, siempre encontraba su camino de vuelta a mí.

Así, nuestra historia continuó, entre risas, sueños y una conexión que trascendía los límites de la realidad. Aprendí que el amor verdadero no se basa en la posesión o la dependencia, sino en la aceptación y el apoyo mutuo. Nuestra relación floreció.

Ella, allá en la luna. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora