Prólogo.

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   Un muchacho encapuchado corría por los callejones de un vasto pueblo, en donde había multitud de personas caminando de un lado a otro en un extenso mercado. Tres criaturas humanoides lo perseguían por los aires; sus cuerpos femeninos parecían estarse quemando a fuego azul y sus ojos brillar mientras volaban.

   El joven, en su apresurado intento por avanzar, pasó a llevar a un ser de la multitud, tropezando y chocando con varios cántaros de greda, que se rompieron en sus caídas.

   Se quejó un momento de dolor, y apretó aún más con los brazos aquel artículo cuadricular dorado que traía consigo.

   Se puso de pie como pudo y continuó corriendo, avanzando sin mirar hacia una puerta en el costado.

   La cerró con cuidado desde adentro, y caminó sigiloso, comprendiendo de que se trataba de una taberna.

   Todo estaba calmado. Varios seres, que parecían ser de distintas razas y géneros estaban conversando en sus respectivas mesas.

   El joven pasó más adelante temeroso y nervioso, con cabeza gacha, sentándose poco después en una de las mesas desocupadas entremedio. Nadie lo notó entrar.

   Al fondo del bar, había un encapuchado y elegante joven, de semejante vestimenta que él, jugando apuestas contra el dueño del bar y otros varios. Muchas personas les rodeaban asombrados, ya que el muchacho estaba invicto.

   De pronto, se oyó un estruendo en la puerta, la que se abrió casi rompiéndose, llamando la atención de todos, incluso la del joven jugador.

   Entraron tres féminas, dueñas de un largo cabello azul-blanquecino, piel blanca con matices rosados, al igual que vestimenta preciosa que parecía de seda blanca colgante, y con un aura en sus manos que semejaba a llamas azuladas.

   —Somos conocidas como las Serenas, por descender directamente del dios sethiano Templanza —afirmó una de ellas con una voz hermosa y que parecía dirigir a las demás que le seguían.

   Y mirando a su alrededor continuó:

   —Estamos buscando a un fugitivo que ha robado algo a la cónsul Serenidad... algo de sumo valor para las semidiosas.

   —Nadie ha visto a tu fugitivo, preciosa —expuso un guerrero que estaba apoyado en el muro—. Pero descuida... yo puedo ser quien tú quieras que sea.

   La Serena se volvió hacia el guerrero, y vio que lucía encapuchado; una máscara con ojos grandes y negros que parecía ser de cerámica cubría su rostro; tenía una espada envainada en su espalda; su aspecto parecía humano, y tenía la pinta de un poderoso mercenario por su robusto y fuerte cuerpo. Tenía los brazos entrecruzados y estaba apoyado en el muro.

   El joven, que tenía el objeto oculto bajo el mesón, temblaba con cabeza gacha escondido entre las mesas y personas.

   La Serena decidió ignorar las palabras coquetas del mercenario y continuó caminando hacia el medio de la gran sala.

   —Lo diré solo una vez... Si no nos dicen quién de ustedes es él, lo encontraremos por las nuestras y si está aquí, los consideraremos sus cómplices. Por lo tanto, los mataremos a todos.

   De pronto, ella levantó su mentón muy sorprendida, porque el mercenario tenía su espada justo en su cuello, casi sin que ella se hubiese dado cuenta.

   —Es raro ver a las Serenas aquí en Aegis, pero está claro que no están recordando que este planeta es neutral.

   En la barra, un ser que parecía reptil comentó en voz baja:

El mago de la oscuridad (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora