Navegando hacia la muerte

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Edward Easton, un pirata temido y malvado, debido a sus grandes hazañas en alta mar. Él y su tripulación se aventuran en las aguas más peligrosas y oscuras del mundo en busca de los tesoros más preciados. Han participado en innumerables batallas contra seres terroríficos con la única misión de volverse más ricos y poderosos.
Después de meses en el mar, Edward y su tripulación regresaban a tierra para disfrutar de una merecida recompensa en la taberna. Mientras los demás disfrutaban del ron y contaban historias, Edward se sentaba solo, con su sombrero en la sombra de una esquina de la taberna, observando todo lo que ocurría a su alrededor. Fue entonces cuando escuchó a dos borrachos hablar de una antigua leyenda que afirmaba que existía un tesoro tan valioso que aquel que lo encontrara obtendría el poder absoluto y la inmortalidad. Edward, un pirata obsesionado con el poder, se acercó a los dos borrachos para exigirles información sobre la ubicación del tesoro que habían mencionado. Él estaba ansioso por volver al mar y cualquier incentivo era suficiente para hacerlo. Los dos borrachos temblorosos le revelaron todo lo que sabían y, además, le entregaron un pergamino viejo donde se suponía que estaba la ubicación del tesoro.
Edward examinó el mapa con cuidado y notó la firma en el borde del pergamino, acompañada por una nota que decía: "Ten cuidado con lo que buscas, hay caminos de los que no se puede regresar". Reconoció la firma como la de un viejo pirata que desapareció hace siglos sin dejar rastro. Había quien contaba que el viejo pirata había sido capturado por una bestia marina, mientras que otros afirmaban que había sido víctima de una terrible maldición. Incluso había quienes no creían que hubiese existido en absoluto, y que se trataba simplemente de una historia inventada para asustar a la gente. Edward sin duda alguna creía en cada historia de piratas, ya que había vivido muchas cosas en el mar que nadie creería. Conocía los grandes misterios que se escondían en las profundidades del océano, algunos tan hermosos que no podían compararse con nada, mientras que otros eran tan oscuros como la muerte misma. Después de examinar detenidamente el mapa y leer la advertencia, Edward decidió que la muerte sería un precio que estaría dispuesto a pagar para conseguir la riqueza y el poder de la inmortalidad. Lleno de valentía y confianza en sí mismo, reunió a su tripulación y les propuso embarcarse en una nueva aventura. La tripulación se preparó para embarcarse de nuevo en el navío. Esta era la vez número mil que zarparían juntos y a pesar de los peligros que acechaban siempre en el océano, no tenían ningún miedo. El navío en sí era imponente y terrorífico con sus velas negras, capitaneado por el valiente Edward quien nunca había fallado en ninguna de sus aventuras. Izar las velas era el siguiente paso, para así dar con la isla que albergaba el gran tesoro.
La noche había llegado y con ella, la lluvia y el viento. El mar se volvía cada vez más violento, y pronto se avecinó una fuerte tormenta. Todos a bordo se sujetaban donde podían para no caer por la borda mientras el barco surcaba entre las grandes olas. Los relámpagos casi alcanzaban las velas y el agua entraba y salía del barco con ímpetu. El capitán gritaba animando a su tripulación, diciendo que la tormenta no podría hundir su temido navío. Después de una intensa lucha y gran esfuerzo, finalmente dejaron atrás la tempestad. Con la mar ya en calma y volviendo al rumbo establecido, la noche parecía serena, pero en la oscuridad, un canto triste y escalofriante se escuchó por doquier. Los miembros de la tripulación reconocieron el canto de las sirenas, sabedores de su peligro. El capitán, consciente del peligro que suponían las criaturas del mar, ordenó a su tripulación prepararse para la batalla, porque sabía muy bien que podía ser un encuentro peligroso. Nada más lejos de la realidad, las sirenas se aproximaron al barco y empezaron a saltar de un lado a otro intentando capturar y arrastrar hacia el agua a los piratas, ellos intentaban sortear sus ataques con sus espadas, cuchillos, y mosquetes. La batalla se volvió cada vez más intensa, la sangre corría por las tablas del barco y algunos miembros de la tripulación fueron arrastrados al fondo del océano, pero los piratas no se rendían y luchaban sin escrúpulos para defender a su capitán y su navío. La lucha había sido tan feroz que incluso algunas sirenas habían caído derrotadas, mientras que las restantes huyeron tras ver la determinación del capitán y sus valientes hombres. El navío había salido victorioso de la batalla y la tripulación se dedicó a honrar a aquellos que habían perdido la vida en el enfrentamiento, aún así la búsqueda del tesoro aún continúaba. Heridos y agotados, la tripulación se desesperaba al no parecer llegar nunca a la isla. Algunos incluso comenzaron a dudar de la veracidad de la leyenda. La ubicación que marcaba el viejo pergamino no parecía estar muy lejos de ellos, pero no podían ver tierra por ninguna parte. La oscuridad y la bruma impedían que pudieran observar con claridad, lo que estaba alrededor. De repente, cuando la luna alcanzó el punto más alto en el cielo, vieron un resplandor intenso a lo lejos. El capitán ordenó virar hacia allí, todos se encontraban atentos y expectantes, cuando el vigía comenzó a gritar "¡tierra a la vista, mi capitán!". Edward sacó su catalejo y observó una gran cueva en una playa cercana. En su entrada, había una Calavera plateada colgada como muestra. La tripulación sintió emoción y misterio ante dicho hallazgo y no pudieron evitar pensar que, finalmente, habían encontrado lo que habían estado buscando todo este tiempo. Echaron el ancla y se dirigieron a la orilla a bordo de los botes, dispuestos a adentrarse en las entrañas de la misteriosa cueva. Al pisar tierra firme, quedaron bajo la gigantesca e intimidante calavera que advertía la entrada, caminando en silencio y alerta ante cualquier trampa o peligro que pudiera acecharlos. Cada paso que avanzaban en la oscura y húmeda profundidad de la cueva los acercaba un poco más al ansiado tesoro. El camino les condujo a un impresionante mundo de roca gigantesco, iluminado por la luz plateada de la luna que penetraba a través de un pequeño hueco en el techo, plagado de estalactitas y murciélagos. A medida que avanzaban, se quedaron boquiabiertos al observar cientos de esqueletos de piratas esparcidos por el suelo, quienes habían perdido la vida en su intento por obtener el tesoro del reluciente cofre que yacía sobre una roca en el centro del lugar, impregnando el ambiente de un fuerte aroma a muerte. Edward y sus fieles tripulantes no podían comprender lo que había ocurrido en aquel lugar. Se preguntaban quiénes serían los responsables de tanta muerte. Edward se acercó al centro, donde se encontraba el cofre. Sobre él, estaba el esqueleto del viejo pirata que, algún día, portó y escribió la nota del mapa que ahora le pertenecía.
A diferencia del resto de los piratas, Edward no temía las maldiciones que pudieran existir. Era un pirata valiente, sin miedo, obsesionado con el oro, el poder y, en este caso, la inmortalidad. Su sueño era convertirse en el pirata más grande de la historia en el mar. Así que, sin más rodeos, forzó el cofre mientras su tripulación lo observaba y alentaba. Tras varios intentos, logró abrirlo y el brillo de los montones de monedas de oro iluminó su cara. Rió victorioso, hundió sus manos en el oro y empezó a lanzarlo al aire, gritando: "¡Todo esto es nuestro, somos ricos!". Entre las monedas de oro, Edward encontró un pequeño frasco de cristal atado a un pergamino que decía: "Quien beba un sorbo de este brebaje será bendecido junto con sus amigos más fieles para poseer la inmortalidad. ¡La vida eterna!". Edward sonrió, estaba a punto de convertirse en un dios: el pirata de los piratas y el rey del mar. Sin pensarlo dos veces, abrió el frasco y bebió un sorbo, pero parecía no sentir nada. En ese mismo instante, las monedas del cofre empezaron a transformarse en arañas negras que salieron corriendo por el suelo y paredes de la cueva, subiéndose por las piernas de sus tripulantes. Todo empezó a temblar en el interior de la cueva, la luna desapareció dejándolos a oscuras. Los gritos de dolor de la tripulación llenaron el aire, la piel de todos ellos empezó a desprenderse de sus cuerpos, perdiendo la vida y dejando tan solo sus esqueletos en el suelo. Edward no entendía nada y no tardaría en correr la misma suerte. El esqueleto de Edward se desplomó sobre el cofre lleno de arañas, fusionándose con la oscuridad de la cueva para toda la eternidad. Con el pasar de los años, la leyenda del pirata se desvaneció en el olvido, y la maldición que parecía rodear la cueva la convirtió en un lugar de mitos y leyendas populares, siendo una zona que se debe evitar a toda costa.

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