Parte única

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La puerta de la habitación se abrió, ingresando una sonrisa tierna de ojitos verdes brillantes de diversión.

―Ay, mi vida. Hay que cuidarlo a él ―dijo Carre al entrar, como si estuviera hablándole a un bebé, aunque del otro lado sólo recibió la mirada dura de un metro ochenta de pibe.

―Cerrá el orto ―fue la cortante respuesta de Spreen antes de taparse la cara con la mano, arrastrándola con fuerza desde la frente hasta el mentón, un resoplido frustrado saliendo de su boca.

Ante esto la sonrisa de Carre se suavizó.

―Ya está, no te enrosques más, boludo. Lo peor ya pasó ―insistió, tirándose de panza a su lado, trayendo con él un fuerte olor a colonia de hombre que hizo arrugar la nariz a Spreen.

Teniéndolo tendido a un lado, Spreen no pudo evitar echarle una mirada disimulada. Notó que estaba vestido para salir, a diferencia de él, que como no era capaz de dejar la habitación ni para ir al baño, solo vestía un remerón simple y pantalones deportivos. Siguió observándolo, desde sus rulitos de chocolate aún húmedos, pasando por su columna, hasta la dulce curva de su espalda baja, deteniéndose un poco en la carne que rellenaba sus pantalones.

Apartó la mirada con el ceño fruncido.

Estaba demasiado lindo.

―Sí, pero justo ahora tenía que pasar, me quiero matar ―soltó el convaleciente, su voz tornándose un gruñido al final de la oración.

―Ya sé pero seguro mañana ya vas a estar bien. A ver, soltá.

Carrera le sacó la mano de la rodilla, apartando el hielo en gel que venía sosteniendo desde hace horas para calmar la hinchazón. Asintió reflexivamente hacia la articulación, como haciendo un diagnóstico de su estado, luego agachándose para dejarle un piquito sanador sobre la piel fría asomando por el hueco de la rodillera negra.

―¡Listo! Mañana estás curado ―resolvió con retintín, rebotando un poco en el colchón para acomodarse de rodillas. El otro simplemente lo miró sin moverse.

―Pero yo quiero estar curado ahora.

―Tampoco puedo hacer magia, bobi.

―Entonces andate.

Carrera arqueó una ceja, ladeando un poco la cabeza. Un inicio de sonrisa sagaz comenzaba a asomar por su boca.

―¿Ah, si? ¿No querés que me quede?

Spreen siguió sin cambiar su tono. ―Ya estás cambiado ―señaló lo obvio, a lo que Carre se encogió de hombros.

―¿Y?

―Y que no te ibas a quedar igual. ¿Para qué te cambiaste sino?

―Para estar lindo para vos. Todavía no me dijiste nada, eh.

Ante sus palabras, Spreen bufó y rodó los ojos, pero recibió gustoso a Carre cuando se inclinó para besarlo. Saboreó con una sonrisa vaga la manteca de cacao en los labios ajenos, y dejó que una mano curiosa repose sobre sus piernas.

―Mmhm... ―murmuró Spreen. La mano de Carre se quedó quieta, dedos tentadores colándose a penas en el pliegue de su pantalón deportivo negro, dándole escalofríos de pura anticipación. Cuando Carre tuvo suficiente del beso, se separó para hablarle sobre la boca.

―¿Y?

―¿Y qué?

―¿Estoy lindo o no?

Spreen abrió los ojos y finalmente se rió. Un poco de la amargura anterior abandonó su rostro y Carre amplió su propia sonrisa.

esperen | rodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora