La verdad sobre el proyecto Egeo

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Hacía mucho frío, tanto que traspasaba mi pesado abrigo, me dolía la nariz con cada respiración y mis labios parecían próximos a quebrarse. No tardé demasiado en encontrar el edificio ministerial, pero se me hizo muy largo el camino, el peso del abrigo y el proceso de congelación que estaba sufriendo me hacían sentir que luchaba por mi vida a cada paso. Me encontré fuera de una construcción que parecía edificada hacía siglos, la cual era bastante siniestra, pero al mismo tiempo encantadora, algo así como los barcos fantasma. Sin embargo, un horrible letrero, excesivamente grande y de un estilo muy actual, estropeaba la fachada, en él se inscribía: Ministerio de Justicia y Castigo.

Me llamó la atención el nombre, para mí, abogado de profesión, la justicia y el castigo no pueden ir de la mano, creo en la justicia y, también creo en el castigo, pero no pueden ser dictados por un mismo ente. Esto es un pensamiento muy personal. Siempre he tenido la idea de que debiera existir un departamento que se encargue de establecer la culpabilidad o la inocencia del alguien, y otro que tenga la labor de definir su castigo, en caso de que se declare la culpabilidad. Siento que alguien que dictamina la justicia debe considerarse a sí mismo alguien justo, o al menos debe ser visto de esa manera, por lo que, si esa misma persona establece castigos, pierde dicha condición. Una persona realmente justa, jamás se sentirá capaz de establecer un castigo para alguien, porque al ser justa no puede definir el sufrimiento de alguien. El justo es alguien que se mantiene al margen de las acusaciones, es alguien que se sabe humano, quizás demasiado humano, y por ello no se siente con la potestad de establecer una vara moral o ética en la cual él se supone en un pedestal. Aunque, este pensamiento mío parece un poco tramposo, ya que, visto desde ese ángulo, alguien justo, tampoco podría dictaminar si alguien es inocente o culpable. Se debe establecer, que esa persona justa no basará su veredicto en cuanto a su opinión personal, sino en base a un alegato que será ganado o perdido por otra persona, según un jurado. Al menos de ese modo funciona en nuestro país. En pocas palabras, el juez, debe ser alguien que simplemente establezca veredictos. Esto me lleva a la conclusión de que, en estricto rigor nadie puede hablar de hacer justicia, simplemente de emitir su veredicto, debido a ello, sostengo que la institución debiera llamarse Ministerio de Veredictos, y luego debiera haber un subdepartamento u otro que se llame Ministerio de Castigos.

Al final, estos vagos pensamientos, nada definidos, no le importan a nadie más que a mí. En este estado se llama Ministerio de Justicia y Castigo, y está bien, yo no puedo hacer nada para cambiarlo, y mi simple opinión nada puede hacer al respecto.

Al ingresar me percato de que el edificio es aún más grande de lo que parece por fuera, y al mismo tiempo es igual de helado que en el exterior, no tiene muchos detalles, pero sí mucha gente dentro. Todos parecen ir caminando rápido, como si no quisieran correr, pero no tuvieran tiempo para trasladarse caminando. Me acerco a la recepción, me atiende una persona tras un vidrio opaco, no distingo si es un hombre o una mujer, y su voz es tan robótica que tampoco me entrega una pista al respecto. Es algo que no tiene mucha importancia, pero llama mi atención. – Me presento, mi nombre es Edgardo H. Barkhuizen, soy el ministro del interior. – Al mencionar dichas palabras siento un resquemor intenso, ya llevo tres años en dicho cargo, pero sigo sin poder acostumbrarme a este tipo de presentaciones tan rimbombantes. La voz robótica no tarda en responder – Buenas tardes ministro. ¿En qué puedo ayudarle? – Me esfuerzo en identificar con quien estoy hablando, pero no puedo. – He venido en representación del presidente de la república, deseo hablar con el delegado ministerial de justicia y castigo. – Su respuesta me sorprendió – Espero que tenga una hora agendada, de lo contrario, será muy difícil que pueda acceder a una reunión con el delegado. – Traté de no ofuscarme, ya que, era obvio que cuando alguien es enviado en representación del presidente de la república, la persona a la que se visita está informada al respecto. – Sí, tengo una reunión agendada, es dentro de tres minutos. Quisiera saber en qué lugar está su oficina para poder ir hacia allá. – Hubo unos segundos de silencio, muy intenso. De pronto el edificio me pareció vacío, como si estuviera solo yo y la persona tras el vidrio allí. – Su oficina está en el octavo piso, es la número 81, la puerta es de color caoba, y tiene una alfombra de pasillo en la entrada que es de color ocre.

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