Capitulo 2

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Capítulo 2

En esta vida es fácil caer en una confusión.


Él se llama Mime Kogane, un chico de 23 años de edad. Su nombre significa hermoso y dulce como un ciruelo dorado, nombre que su madre le dio con mucho amor ya que sacó sus ojos. Unos de un color amarillo intenso como los de un fruto de ciruelo partido por la mitad.

Kogane siguió con su dibujo una vez que Kurosawa se marcha.

Al destapar el lienzo, el pelilargo sonríe ante éste. En él está dibujando un día muy importante para él.

Desde pequeño, Mime siempre fue alguien delgado y tímido. Un poco más delgado que los demás chicos de su edad. Y esto a un Mime pequeño no le resultaba de verdad muy favorable.

Los niños de su jardín eran unos muy enérgicos y ruidosos por lo que Mime los tuvo que aprender a evitar, esto lo aprendió de una muy mala manera. Se jugaban malas pasadas y eran abusivos todo el tiempo, cosas que a otros no les resultaba extraño, eran niños... sólo que Mime, a ser tan débil, le afectaba de mala manera.

Terminaba golpeado, con raspones y arañazos que le eran difícil de manejar. Y él, al tener problemas para expresar sus emociones se mantenía alejado.

"¡Eh, mira al débilito! ¿Tienes miedo de nosotros, gallinita?"

"¿Qué pasa, mosca muerta? ¿No puedes hablar? ¡Ahahaha!"

"Cállense, él va a venir a jugar con nosotros."

Uno del grupo lo forzaba a unirse.

Mime: "No gracias, así estoy bien."

Decía con un rostro plano y sin emociones.

"¿Eh? Cómo que no quieres jugar con nosotros gallinita."

"Déjalo, se va a poner a llorar la gallinita."

"Sí, gallinita."

Imitaban ruidos de animal.

"Ven, vamos a jugar a la gallinita y tú vas a ser la gallinita."

Un solo segundo y un balón caía al suelo al igual que un diente.

El miedo y el terror se arremolinaban en un Mime incapaz de saber qué estaba sucediendo. Su rostro dolía pero la vorágine de sentimientos se acumulaban sin él poder nada hacer. Llevándose las manos al rostro sólo vio sangre que pudo recoger deslizándose de sus labios.

No respondía ni los golpeaba, tampoco lloraba... pero sí le dolía. Dentro de su mente era mucho peor, simplemente no entendía nada, y tampoco entendía por qué lo trataban así.

"¡Miren al rarito llorón! ¿No sabes hablar o qué?"

"No quiere jugar porque patea como nena..."

"¡La nena, la nena!"

No sabían el daño que le hacían pese a que él no lo demostraba. Y sólo se repetían de peores maneras, todos aprendidos de sus padres por supuesto, que sólo hacían de esos niños unos absolutos cretinos a ojos de cualquier sensato.

Y como siempre, los profesores aminoraban la situación.

"Vas a ser fuerte, ¿ya? Los machitos no lloran."

Tampoco entendía las lágrimas que de sus ojos salían, de a pocos fue más usual que desconociera las respuestas de sus emociones y se desconectara de ellas, pues lo que pasaba no parecía afectar a nadie más que a él. Mime ya había pasado por mucho.

Mi amigo es un homofobicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora