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Kristen

Deposito las maletas dentro de la cajuela del vehículo, cierro la puerta, y antes de subir, doy una última mirada al edificio. No quiero dejar la ciudad, pero estoy obligada a hacerlo. Me han despedido, y no cuento con el dinero suficiente para seguir pagando la renta de un departamento.

Mis padres han sido comprensivos, me han motivado a volver a casa, y buscar un nuevo empleo desde allá.

—Todo va a estar bien, ya verás —dijo mi mamá, cuando hablamos por teléfono—. Ese empleo te estresaba mucho, Kristen. Puede que todo esto sea para mejor.

Me aferro a esa idea, mientras conduzco por la autopista. Llevo las ventanas abajo y la brisa que da sobre mi cara, roza mi frente y mis labios.

Pienso en él, y mis ojos se humedecen.

«Ethan...».

—Cierra tus ojos —expresó, aquella vez en que me obligó a hacer senderismo. Estaba enfadada, con las piernas adoloridas y sudor por todo mi cuerpo. Pero hice lo que me pidió, cuando se trataba de él, yo nunca sabía decir que no.

Me tomó de la mano, y me hizo caminar a ciegas sobre unas rocas. Un nudo se formó en mi estómago, porque estábamos muy alto, y temí caerme al vacío.

—Ahora, ábrelos.

Me deslumbré, ante la vista que tuve frente a mí. Del mar de California, así de inmenso, colorido y misterioso, sus susurros llegaban a mis oídos, como cánticos de un mundo escondido que permanecía en sus profundidades.

—Es tan hermoso.

—Uhum... —contestó Ethan, aunque solo estaba mirándome a mí.

Le sonreí, le di las gracias por haberme convencido de subir a la montaña.

—Algún día quiero que echen mis cenizas en este mismo lugar —comentó, asustándome con aquel comentario tan siniestro.

—¡No digas esa clase de cosas! —le reproché, y él me tomó de la mano.

—La muerte es algo que va a suceder... Sea de jóvenes o de viejos, todos al final nos convertimos en polvo.

Debí sospechar que tenía esas ideas, ¿cierto?, que estaba pensando en... ¡Pude ayudarlo!, convencerle de permanecer vivo.

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Llego al pueblo a eso de las 4 de la tarde. Atravieso la vieja plaza, con la iglesia de fondo, y veo a un grupo de jovencitos, riendo y bromeando, como yo antes solía hacerlo. Aunque nada ha cambiado, todo me resulta diferente.

Mis padres viven en una urbanización privada, a la que se tiene acceso al atravesar un tramo del bosque. Somos adinerados, gracias a que mi papá trabaja en la televisión, es periodista. Mi mamá, también hizo su propia fortuna, de niña, cuando ejerció como actriz infantil y participó en varias películas.

Yo elegí todo lo opuesto, soy administradora, y sufro de pánico escénico. La fama nunca llamó mi atención, aunque sí recibí varias propuestas cuando era más joven, de amigos de la familia, para convertirme en una modelo profesional.

Podría decirse que soy una mujer hermosa, aunque nunca le he sacado provecho. Me gusta usar ropas holgadas, y siempre tengo el cabello despeinado.

—¡Mi niña! —Papá me rodea con sus brazos, apenas estaciono y salgo del vehículo. Él me alza del suelo, me da vueltas, y yo me echo a reír. Lo he extrañado, mucho.

Mamá se me acerca poco después, entramos a la mansión. Que ha sido remodelada, y ahora es más grande.

—Tendrás tu propio espacio, frente a la piscina —explica con entusiasmo—, hice construir un pequeño estudio, con su baño, sala y un cuarto para ti sola...

Summertime Sadness: Amor de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora