El tiempo de Dreganhurn

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Hacía un rato que todos sus compañeros habían regresado al claro donde habían dejado a Lord Ferdinand y los aprendices de caballero de tercer y cuarto año que habían sido heridos.

La chica que había ido en su auxilio debía ser una verdadera genio con una cantidad de mana impresionante. No solo había sido ella quien diera muerte al Turnisbefallen luego de darles armas negras y sanarlos, también se había encargado de preparar pociones y curar a sus heridos.

Heitzitze había insistido mucho en preguntarle su nombre, quería saber todo sobre esta joven que parecía tan impresionante como Lord Ferdinand, sin embargo, ella lo había eludido una y otra vez, dándole órdenes y preparando pociones a una velocidad vertiginosa.

Justo cuando Leidenshaft comenzaba a ocultarse para dar paso al dios de la oscuridad, todos sus compañeros de dormitorio estaban sanos y entusiasmados por la reciente cacería... todos menos Lord Ferdinand.

—Mi Lady, ¿hay alguna otra forma en que podamos asistirla para que cure a mi amigo? —preguntó Heitzitze preocupado.

Lord Ferdinand no había abierto los ojos ni una vez desde que regresaran de matar a la extraña bestia, tampoco después de que recolectaran sus materiales y el aprendiz de caballero de dunkelferger se sentía responsable de esto. ¿Por qué no había insistido más para que el resto de sus compañeros de curso los acompañaran? ¿de dónde había salido esa maldita bestia? ¿porqué le había echo caso a Lord Ferdinand de recolectar en el sitio de Erenfhest y no en el de Dunkelferger?

—Lord Ferdinand recibió demasiadas heridas, por muy resistente que sea al veneno...

Ella no se atrevió a terminar su frase y Heitzitze tampoco la obligó, observando ansioso al muchacho que yacía en el suelo con parte de su uniforme deshecho.

—Si lo llevan de vuelta al dormitorio será demasiado tarde para hacer algo —comentó la joven, mirando al séquito de Lord Ferdinand y a Heitzitze con un rostro serio y el ceño arrugado—, necesito que me ayuden a meterlo a mi bestia alta, voy a examinarlo y a curarlo lo mejor que pueda, también cuidaré que descanse.

—¿Qué estás diciendo, mujer? —vociferó el aprendiz de caballero que servía a Lord Ferdinand—, ¿de verdad crees que te vamos a dejar...?

La joven sacó algo de entre sus ropas. Parecía una piedra de compromiso.

—Dreganhurn, la diosa del tiempo en persona me trajo para proteger la vida de Lord Ferdinand, y eso es lo que voy a hacer, Eckhart. ¡No dejaré morir a mi prometido!

Los tres varones se quedaron helados al escuchar aquello. En ese tiempo, la prometida de Lord Ferdinand tomó una piedra fey de su cintura y la convirtió en una bestia alta con la forma de un grun, mucho más larga y grande que cuando la había utilizado para guiarlos más temprano.

Un costado del grun se abrió entonces a modo de puerta y una mirada de la chica fue suficiente para que los tres tomaran a Lord Ferdinand y lo subieran a la extraña bestia alta.

El interior era cálido y suave. Por alguna razón, a Heitzitze le recordó un poco los extraños artilugios mágicos y viciosos que Lord Ferdinand utilizaba durante los juegos de ditter.

—No creo que aparezcan más bestias fey ahora —dijo la joven—, sin embargo, les agradecería que tomen turnos para vigilar. Los turnisbefallen son originarios de Werkestock y aunque no tengo pruebas, sospecho que esto no ha sido un simple accidente.

La sangre se congeló en las venas de Heitzitze, quien al mirar al séquito de Ferdinand encontró comprensión y determinación en sus ojos. Esta no debía ser la primera vez que este tipo de "accidentes" le pasaban a Lord Ferdinand, según podía observar el aprendiz de Dunkelferger.

Enhebrando el primer hiloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora