Los niños crecen

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—De donde vienen exactamente los humanos?

—Ahora que lo dices, no lo sé — dijo poniendo una de sus manitas pequeñas en su barbilla.

—Pensé que lo sabías todo —se burló sus ojos en blanco.

—Yo se muchas cosas, abuela. Además, si quieres saberlo porque no le preguntas al maestro.

—No le voy a preguntar al viejo, tiene suficiente ocupándose del mocoso ese.

—El mocoso el cual es mucho mayor que nosotras y no tiene buen genio —continuó, cruzando sus brazos y suspirando para después mirar a su compañera.

—¿Y qué? No sabia que eras de las que tenían miedo, tomate. Con razón yo seré la primera en ser clase S como Gildarts.

—Ya quisieras tu, canosa. Sabes a quién nominaron para la próxima prueba de clase S? —se señaló a si misma—A mi.

—A mi también, idiota.

—¿Qué está pasando por aquí? —dijo el maestro, un señor mayor de baja altura mientras se acariciaba su barba con cansancio.

Miró a las dos chiquillas, una pelirroja y la otra de cabellos albinos. Las chicas se miraban con enfado y suficiencia. Querían ser mejores que la otra, fuertes, indestructibles, pero el maestro sabía muy bien que en cuanto tuvieran una batalla de verdad, sus razones para crecer tan físicamente cambiarían por completo.

Pues eso es lo que el enseñaba en su gremio. El amor, la convivencia, hermandad.

Una vez crecieran, solo querrían ser el escudo de toda su familia.

Antes de que pudiera decir algo un pequeño niño de pelos rosados apareció dando brincos desde la entrada, un chiquillo pelinegro y serio iba por detrás de él soltando algún que otro insulto mientras, otra vez, parecía haberse olvidado de su ropa.

—¡Abueloooo! —lo llamó el de rosa.

—Natsu —sonrió el maestro.

El niño se empujó contra el abuelo en un abrazo amoroso, casi que ya era más grande que el maestro. El señor acarició la cabeza de Natsu suavemente mientras esperaba a que el chico exhausto a sus espaldas llegará.

—Gray y yo hemos estado peleando en el río.

—¿Otra vez, Natsu?

—¡Sí! ¡Y adivina quién ha ganado! —Gray, que el otro chico, puso los ojos en blanco ante la emoción del otro niño.

El maestro sonrió—Seguro que ha habido un empate, mis hijos son muy fuertes.

—Claro que no, abuelo, he ganado yo! ¡He dejado a Gray por los suelos!

Gray frunció el ceño y se acercó—Eso no es verdad. Yo he fregado el sueño con tu cara de idiota.

—¡Ya quisieras tu, cubito de hielo!

—¡Cabeza hueca!

—¡Stripper!

Al decir esto, Gray se miró a mismo y se dio cuenta de su estado de vestimenta. Suspiró resignado y se frotó las sienes—Otra vez igual.

Por el lado de los chicos, la pelirroja antes mencionada se acercó a los dos niños con una sonrisa—Gray, Natsu.

Los niños saltaron en su lugar y corrieron detrás del abuelo, pronunciando con miedo el nombre de la chica de armadura al unísono—Erza...

Erza, la niña pelirroja y cubierta con una armadura que parecía un poco grande para su cuerpecito, frunció el ceño sin acabar de comprender del todo la reacción de sus amigos. Y eso que ella era amable.

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