Prólogo

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Volver al lugar en donde naciste, en el cual no encajas es lo peor que se me ocurre en estos momentos, y puede que sea por que es justo lo que yo estoy haciendo. Nací en el que para muchos es el país soñado, cada vez que alguien ve mi pasaporte me dice lo mismo.  Oh, Mónaco! Que guay nacer allí! A mi me encantaría ir. Pues bien por todos los que queráis ir, yo solamente quiero escapar.

Nací allí, me crie allí y me fui en cuanto pude, lo más lejos que pude, nada más y nada menos que hasta Australia. La otra parte del mundo recibió con los brazos abiertos. Pude tener la vida con la que había soñado siempre. Soy feliz entre arena, salitre y olas no entre barcos, ferraris y tiendas caras. 

Estudié Derecho, totalmente instada por mi padre, no me interesa lo más mínimo, pero él era feliz sabiendo que podría heredar la empresa familiar, llevarle la contraria solamente me pareció perder el tiempo, tampoco tenia otra carrera en mente que pudiera gustarme. Soy hija única así que heredar todo aquello era mi única opción.

Mi padre es un buen hombre, se cree que aún tengo cinco años, pero creo que nunca dejará de pensarlo. He sido su niña siempre y algunas cosas nunca cambiarán, eso sí su niña preciosa pero siempre con cierta distancia.

Mi madre murió cuando yo apenas tenía 4 años, por lo que me he criado entre el personal de servicio de casa. La muerte de mamá fue dura, apenas me acuerdo de ella, pero el hecho de no acordarte de tu madre también se hace difícil. El que más ha sufrido ha sido papá, la quería, y mucho. He llegado a pensar que es normal que sienta dolor cuando me ve, le recuerdo a ella, por eso no se acerca mucho a mí, con los años me he dado cuanto de que no tiene ningún tipo de lógica, el amor por un hijo debería estar por encima de cualquier dolor personal del tipo. Yo no soy la culpable de su muerte, el único culpable es el cáncer, yo no debería pagar más aún su falta.

Aún no había bajado del taxi que me estaba llevando a casa desde el aeropuerto y ya había visto un bugatti y dos maserati. Eso era Monte Carlo. Sumémosle que es viernes por la tarde, día de ir casino. Probablemente allí este mi padre, ocupado con sus amigos y completamente al margen de mi llegada.

Y en efecto, tal y como me había imaginado me recibió Lola, nuestra cocinera. Era una mujer de unos 60 años, pelo blanco y corto siempre perfectamente peinado. Había celebrado todos y cada uno de mis cumpleaños a mmi lado exceptuando los últimos cuatro en los que no había pasado por Mónaco en ningún momento.

-Abby! Cuanto has crecido-me dijo aún con la puerta en la mano, abracé a Lola con el brazo que tenía libre.

- Estoy agotada Lola, Australia está aún más lejos de lo que parece en el mapa, ¿Qué tal todo por aquí?- miré a mi alrededor, todo seguía igual. Mi casa me seguía pareciendo cero acogedora, todo tan ordenado, tan limpio, tan impersonal. No hay fotos, no hay recuerdos, nada de eso a a vista. Es importante que todo esté en su sitio por si papá quiere invitar a alguien de imprevisto.

Tras charlar un rato más con ella me fui a mi habitación para dejar mis maletas y mi tabla de surf. Comencé a sacar las cosas de mi maleta para buscarle a todo un sitio y poder ordenar el caos que había en ese momento en aquella habitación. Aún estaba la mayoría de mi ropa de adolescente en el armario, probablemente nadie, más allá de las personas que la han limpiado hayan entrado aquí en todo este tiempo.

Escuche como tocaban en la puerta de mi habitación.

-Adelante- dije

-Me ha dicho tu padre que te acerques al casino esta noche- me informó Lola en un tono suave y dulce. Le sonreí y asentí.

Tocaba noche de pasear a su hija como si fuera un perrito- "Esta es Abby", "ha estudiado en Australia", "se ha graduado con méritos", "continuará con mi empresa", y la peor de las frases "es igual que su madre".

Si nos ves desde fuera parecemos la típica pareja de padre e hija que se quieren infinitamente, que nunca discuten y que son tal para cual, en cuanto cruzamos la puerta de casa cada uno se va a su habitación y hacemos vidas separadas, nada de comer juntos, nada de desayunar, y menos aún nada de ver películas ni nada que se le parezca.

Se como sobrevivir en el mundo de los ricos, he vivido toda mi vida en él. Cuando mis amigas de la universidad, completamente ajeras a todo esto me preguntan, siempre les contesto lo mismo, es una cúpula de oro, los ricos viven en su mundo, se relacionan con los suyos. De vez en cuando bajan al mundo normal y se relacionan con la gente,  pero muy de ve en cuando, y no todos.

No es difícil encajar entre ellos, siempre y cuando te vean como un igual, solo tienes que fingir una sonrisa mientras te interesas por la vida de una persona para olvidar lo que te cuenta en cuestión de segundos.

No tenía ningún vestido en la maleta que me sirviera para aquella noche, ni me llevé ninguno ni me compre algo parecido en mis cuatro años de universidad.

Cuatro años en los que no había visto a mi padre y ni aún así había venido a recibirme. Vagas llamadas es todo lo que recibí por su parte, aparte del dinero que me mandaba todos los meses, lo cual no es podo y no puedo quejarme. Jamás he protestado delante de él, soy consciente de lo afortunada que soy y de la buena vida que me ha dado.

Me dirigí al vestidor de mi habitación para coger alguno de los vestidos que tenía allí, el primero negro que vi sería perfecto. Recé por que me entrara el culo allí dentro. No he cambiado demasiado en este tiempo pero de los 18 a los 22 creces, te haces mayor y es posible que yo me viera igual por el pequeño  hecho de que me veo todos los días.

Un poco de esfuerzo me llevó pero finalmente lo conseguí. Estaba lista embutida en aquella tela negra con la que si comía dos canapés es posible que se rompiera. Iría de compras lo antes posible. Tras el maquillaje y los tacones ya estaba lista para disfrutar de la noche en el casino.

-Bienvenida de nuevo Abby- me dije a mi misma antes de sonreírle al portero que me abriría la puerta de entrada al imponente edificio. 

7 pmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora