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Megan me recibe muy sonriente. Su cabello está alisado, lleva un vestido corto de color rosa, así como, unos tacones bastante altos. Luce como las amas de casa de los comerciales de televisión, mientras sostiene a su hijo en brazos, un bebé, que tiene toda su boca embarrada de sopa.

Ella lo limpia con una toalla húmeda, mientras me enseña su casa. Es grande, de dos pisos, y seis cuartos. La cocina es amplia, con ventanales que muestran el jardín, y la piscina que poseen.

—A Tom le va bien en su trabajo, y es probable que pronto lo nombren Sheriff del pueblo —me habla de su esposo, que fue, durante la secundaria, miembro del equipo de fútbol. Los recuerdos que tengo de él difieren del hombre que veo en las fotos; ha perdido todo su pelo y es obeso.

Oigo gritos, de otros niños que luego nos tropezamos en el pasillo. Corren, se lanzan cosas. Son muy maleducados.

Megan les echa un par de gritos, los amenaza con llamar a su padre.

—Perdón, es que estos hijos míos son tan traviesos, ¡pero los amo!... la maternidad ha sido la mejor etapa de mi vida, mi mayor logro, es que yo siempre quise tener una familia grande. Nunca me interesó ir a la universidad.

Yo no creo ni una mierda de lo que está diciendo. Dudo que ese primer embarazo, ocurrido a los 18 años, haya sido planificado. El pequeño Tommy nació de un error, una noche de calentura en que el condón se les rompió a sus padres, y les forzó a casarse.

Una sonrisa se forma en mi rostro al darme cuenta de que, en el fondo, ella es una mujer tan fracasada e infeliz como yo.

Nos movemos a otra área de la casa, donde está dispuesta la barbacoa, así como varias mesas donde poder comer.

El ex equipo de porristas se me acerca: Cristal, Rachel, Kelly, y Holly.

Todas lucen bien, aunque se maquillan en exceso y tienen ese bronceado artificial tan típico de las Kardashians.

Hacen comentarios sobre mi aspecto, dicen que estoy delgada, y cuestionan el sí me operé las tetas, porque según ellas, las tengo mucho más grandes de lo que recordaban. Luego, me hacen preguntas respecto de mi vida amorosa.

—¿Tienes un esposo?

—No.

—Un novio, o prometido.

—No, chicas. Estoy soltera.

—Oh... —dice Cristal con voz lastimera, aunque se le nota la perfidia. Siendo que me pone su anillo de compromiso frente a la cara—, ya sucederá, Kristen, cuando menos te lo esperes. El tiempo de Dios es perfecto.

«¡Vete a la mierda!».

—Y ustedes, ¿a qué se dedican? —refuto, mientras doy un trago a mi cerveza.

Parecen desconcertadas, como si la palabra "trabajar" fuese una ofensa.

—Pues, ya te lo dijimos. Somos esposas, madres, nos ocupamos de nuestras casas...

—También nos reunimos para practicar yoga cada jueves, ¡deberías venir! —rebate Rachel.

—Sí, Kristen. ¡Ven! —manifiesta Megan, aferrándose con sus uñas acrílicas a mi vestido.

Los hombres llegan, traen más cerveza y carne para la barbacoa. Me miran lujuriosamente, y se atreven a darme besos en mis mejillas; comportándose como si nada nunca hubiese pasado. ¡Pero yo aún lo recuerdo!, jamás podría olvidarlo.

Ethan era la estrella, y tras su muerte, el equipo de fútbol perdió el campeonato nacional. Al regresar de Boston, ellos descargaron su frustración en mí.

Summertime Sadness: Amor de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora