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Entramos a su casa, mantenemos las luces apagadas, y nos damos besos, largos, con lengua, muy calientes. Laurie introduce sus manos bajo mi camiseta, no llevo sostén, y abarca mis senos, masajeándome con sus dedos. Me estremezco, suspiro. Me gusta lo que hace, pero me detengo, porque, a pesar de la lujuria, sigo estando consciente de su edad. No deseo corromperlo.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —cuestiono, y él se echa a reír—. No quiero que hagas algo de lo que después te puedas lamentar.

—Kristen... —Pronuncia mi nombre con suavidad—. No soy virgen, ¿sabes? He tenido sexo antes, con mujeres hasta mayores que tú.

—¿Cómo así?

—Cuando tenía 16... Me involucré con una de mis profesoras. No duró mucho, solo tuvimos un par de polvos dentro del baño del instituto.

—¿Cuántos años tenía esa profesora?

—Unos 36, puede que 38... Nunca le pregunté.

—¡Eso no está bien! —bramo, horrorizada—, esa mujer debería estar en la cárcel.

—No soy una víctima —refuta, con enfado—. Sí, soy joven, pero he atravesado por mucha mierda en mi vida, y eso me hizo madurar más rápido que el resto de las personas de mi edad.

Se aleja de mí, y se voltea.

Yo me le acerco, lo rodeo con mis brazos, y pego mi rostro a su columna vertebral.

—Lo siento, no fue mi intención juzgarte. Yo... —expreso. Cierro mis ojos, y decido hablarle de una de mis peores experiencias—. Una vez, en la ciudad, bebí mucho... Recuerdo haberme desmayado en un club, y cuando desperté, tenía a un hombre sobre mí... Estaba desnuda, en un apartamento que no conocía. No hice nada para defenderme, solo lo dejé acabar. —Laurie aprieta mis manos, estoy temblando. No había compartido esa historia con nadie—. No lo denuncié con la policía. Pensé que me lo había buscado, por ser una coqueta e intoxicarme de ese modo.

—K... —Trata de abrazarme y yo le rechazo. Porque siento vergüenza, y tengo miedo, de que, tras conocer la clase de cosas pervertidas, que he hecho, él ya no se sienta atraído por mí. No quiero ver en sus ojos lo que he notado en los de otros, la decepción y el asco que les produzco—. Mírame. —Me aferra por mi barbilla—. Por favor.

Obedezco, lo miro.

—No fue tu culpa, ¡ese tipo era un bastardo!, que se aprovechó de ti.

—Estoy mal, Laurie. Soy una maldita enferma, y deberías mantenerte lejos de mí —rebato, me cuesta desligarme del odio que siento hacia mí misma.

—Yo también estoy medio jodido de la cabeza, pero estar contigo me hace bien... Y creo que tú me entiendes, cómo el resto del mundo no es capaz de hacerlo.

Cuando me besa, vuelvo a perderme, en el sabor de su boca, y la excitación que genera en mi cuerpo. El deseo me consume, ya no soy capaz de controlar mis emociones.

Damos tropiezos por la escalera, deshaciéndonos de algunas de nuestras ropas en el proceso. Entramos a un cuarto. Él me echa sobre la cama y desliza su mano bajo mis bragas.

—Sí, sí... Oooooooh —gimo, disfrutándolo.

Laurie introduce sus dedos habilidosos dentro de mí.

Luego, me lame. Por mi abdomen y pelvis.

Me baja las bragas, deslizándolas por mis piernas, hasta quitármelas.

Siento su aliento en mi abertura, y me aferro a la sábana con mis dos puños. Él me restriega su rostro, y yo muevo mi cadera, frotándome contra su nariz.

Summertime Sadness: Amor de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora