6

153 21 0
                                    


Entramos a su casa, mantenemos las luces apagadas, y nos damos besos, largos, con lengua, muy calientes. Laurie introduce sus manos bajo mi camiseta, no llevo sostén, y abarca mis senos, masajeándome con sus dedos. Me estremezco, suspiro. Me gusta lo que me hace, pero me detengo, porque a pesar de la lujuria, sigo estando consciente de su edad. No deseo corromperlo.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —cuestiono, y él se echa a reír—. No quiero que hagas algo de lo que después te puedas lamentar.

—Kristen... —pronuncia mi nombre con suavidad—. No soy un virgen, ¿sabes? He tenido sexo antes, con mujeres hasta mayores que tú.

—¿Cómo así?

—Cuando tenía 16... Me involucré con una de mis profesoras. No duró mucho, solo tuvimos un par de polvos rápidos dentro del baño del instituto...

—¿Cuántos años tenía esa profesora?

—Unos 36, puede que 38... Nunca le pregunté.

—¡Eso no está bien! —bramo, horrorizada—, esa mujer debería estar en la cárcel.

—No soy una víctima —refuta, con enfado—. Sí, seré un hombre joven, pero he atravesado por mucha mierda en mi vida, y eso me hizo madurar más rápido que el resto.

Se aleja de mí, y se voltea.

Yo me le acerco, lo rodeó con mis brazos, y pego mi torso a su columna vertebral.

—Lo siento —expreso. Cierro mis ojos, y decido compartirle una de mis experiencias—. Una vez, en la ciudad, bebí mucho y... Recuerdo haberme desmayado en un club, y cuando desperté tenía a un hombre sobre mí... Estaba desnuda y en un apartamento que no conocía. No dije nada, lo dejé acabar, y luego, sentí como ese otro sujeto tomaba su lugar, para... —Laurie aprieta mis manos, estoy temblando. No había compartido esa historia con nadie, siquiera con mi psiquiatra—, no los denuncié con la policía, ya que pensé que yo me lo había buscado, al intoxicarse de ese modo. 

—K... —Se gira, trata de tocarme, y yo le rehúyo. Porque siento vergüenza, y tengo miedo, de qué, tras conocer la clase de cosas, tan sucias, que he hecho, él ya no se sienta atraído por mí. No quiero ver en sus ojos lo que he notado en los de otros, la decepción y el asco que les produzco—. Mírame. —Me aferra por mi barbilla—... Por favor.

Obedezco, y me topo con sus orbes.

—No fue tu culpa lo que ocurrió, ¡esos sujetos eran unos imbéciles!

—Estoy mal, Laurie. Soy una maldita enferma, y deberías mantenerte lejos de mí... —rebato, me cuesta desligarme del odio que siento hacia mí misma.

—Yo también estoy jodido, pero estar contigo me hace bien... Y creo que tú me entiendes... cómo el resto no es capaz de hacerlo.

Me besa, y yo me pierdo, en el sabor de su boca, y la excitación que genera en mi cuerpo. El deseo me consume, ya no soy capaz de controlar mis emociones.

Damos tropiezos por la escalera, deshaciéndonos de algunas de nuestras ropas en el proceso. Entramos a un cuarto. Él me echa sobre la cama y desliza su mano bajo mis bragas. Abarca mi vagina con su palma abierta. Grito, disfrutándolo. Laurie introduce sus dedos habilidosos dentro de mi orificio húmedo.

Luego, me lame. Por mi abdomen y ombligo.

Me baja las bragas, deslizándolas por mis piernas, hasta quitármelas.

Pega su cara de mi vagina, siento su aliento en mi abertura, y me aferro a la sábana con mis dos puños. Él me restriega su cara, y yo muevo mi pelvis, frotándome contra su nariz.

—Sí, ¡Oh!, Sí —exclamo.

Me aferra por mis muslos, me abre por completo, y sustituye sus dedos por su lengua. La introduce, follándome con ella, y yo me desbordo.

Gimo su nombre, mientras el líquido emana de mí. Todo mi cuerpo vibra. Curvo los dedos de mis pies, y pongo mis ojos en blanco.

No quiero que deje de chuparme, y lo aferro por su cabello. Impidiendo que pueda alejarse de mí.

Laurie aprieta mis glúteos, me entierra su cara, que ya está toda embadurnada con mis fluidos. Me absorbe, abarcando mi clítoris con sus labios carnosos.

—Aaaaaaaaaaaaaaaah.

¡Me corro otra vez!, con mayor fuerza.

Laurie se tumba a mi lado.

Me toma de una mano, entrelazando nuestros dedos.

Lo miro, está despeinado y con su piel sudorosa. Se relame la boca, y dice que mi coño tiene buen sabor.

Yo me carcajeo, alto, con escándalo.

Soy feliz, y eso me causa aprehensión. Porque hace mucho que no tengo momentos como este, que no me abro a una persona de este modo, y no quiero sufrir más.

Él se baja el bóxer. Está erecto, y se abarca su pene con una mano.

Busca la caja de condones, saca uno y se lo coloca. Después, se me sube encima.

—Solo si tú quieres... —expresa, y yo le concedo mi consentimiento. Al poner mis piernas sobre sus hombros fuertes, e impulsarme hasta encajarme su miembro. Ambos gritamos, y nos movemos. Con violencia y desenfreno. Somos salvajes, y no reprimimos nada. Yo le clavo mis uñas en los glúteos, nuestros huesos pélvicos chocan, la cama se bambolea.

—Estás muy apretada... ¡Mierda!, creo que estoy por... —dice, con una mueca de aflicción. Se esfuerza por no venirse antes que yo, y con sus dedos me estimula, haciendo que me encienda más.

Estoy cerca, sí... Puedo sentir la tensión, los cosquilleos, ese padecimiento que antecede a mi culminación.

Exploto, con fuerza, como si se tratase de una bomba nuclear. Siento que mi corazón va a colapsar. Me contraigo en mi vagina, mientras Laurie sigue penetrándome, con sus acometidas rudas.

Él gruñe, y yo lo observo. Deleitándome en la expresión de placer que hay en su rostro, tiene la boca abierta y las pupilas dilatadas. El pelo oscuro le cae sobre la frente, y un salpullido se le ha formado por el cuello.

Es hermoso.

Colapsa sobre mí, y mantengo mis piernas a su alrededor.

Su cabeza está sobre mis senos.

Yo le toco el cabello, juego con sus mechones, y lo acaricio por su nuca.

Alza su rostro, me observa un rato.

Después, me besa en la boca.

Me da las gracias, como si al acostarnos le hubiera hecho un favor.

Es dulce conmigo, y eso me trastoca.

Ya que durante años he sido tratada como...

No como una persona.

—¿Qué fue lo que sucedió con tu papá? —le pregunto—, dijiste que hoy discutieron.

—Lo llamé porque necesito que me haga una transferencia. Pero cuándo marqué al número de su departamento me contestó una mujer. ¡Está engañando a mi mamá!, mientras que ella permanece en el Centro de Rehabilitación. Se lo reproché, le dije que era un marido de mierda, y un padre de mierda... Que lo odio, y que probablemente Ethan también lo odiaba —expresa—, y bueno, creo que me he quedado sin dinero. Porque él ya no va a ayudarme... Aunque ya algo se me ocurrirá. No le tengo miedo al trabajo, puedo... Buscarme un empleo, de medio tiempo, en una de las tiendas del pueblo. —Alarga su mano, y la entierra entre mis muslos, avivando mi deseo—. ¿Quieres hacerlo otra vez? —Noto la súplica en sus ojos, azules como el mar de la costa, y tristes. Quiero que eso cambie, quiero lograr que haya alegría en ellos. Recuerdo eso, que me compartió por mensaje, que únicamente cuando se droga, o durante el sexo, es que logra sacarse los pensamientos depresivos de la cabeza.

Le concedo lo que necesita, le dejo hacérmelo por atrás. Apoyo mis codos sobre el colchón, y uso mis rodillas para mantener mis glúteos elevados. Laurie posa sus manos en mi cintura, y se mueve rítmicamente hasta que yo no puedo parar de gritar.

Summertime SadnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora