Prologo.

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Hace seis años.

No te soporto, Gabriel Beltrán.

—Que lastima, Floresita. Ahora que trabajarás para mí, tendrás que verme seguido —sonríe con arrogancia, inclinado hacia mí.

Lo detesto.

Y detesto esa estúpida sonrisa triunfante. Odio que papá me haya puesto en semejante situación. Trabajar para los Beltrán no era exactamente lo que quería. Pero, no tengo elección, era esto o vivir en la miseria, y la verdad prefiero verle la cara a este imbécil.

—Gabriel —reprende el mayor de los Beltrán, Álvaro—. No quiero que sigas molestando a Flor. Recuerda que hicimos una promesa a su padre. Y como buen hombre y como un Beltran que eres, debes cumplir.

«Debe cumplir»

Gabriel me odia, lo hace desde el momento que nos conocimos. Pero es mutuo, yo siento lo mismo y es que quisiera no tener que verlo, pero aún cuando intento tener empatía, él hace cualquier cosa para hacerme cambiar de opinión.

Mi padre trabajó para Álvaro Beltrán por tantos años, que al morir, Álvaro le prometió que me ayudaría con mis estudios y el cuidado de mi hermana. Necesito comenzar la universidad, pero para eso necesito mucho dinero, y solo puedo conseguirlo trabajando para este arrogante imbécil. Gabriel le ha jurado a Álvaro que cuidará de mí y que me ayudará, pero es falso. Álvaro parte mañana a Madrid y me quedaré sola, en mi primer día de trabajo.

Y lo único que me asegura que no va a echarme cuando Álvaro cruce esa puerta, es que antes de irse le prohibió despedirme. Y eso, es suficiente para mí.

—Ya sé. Y es la mejor forma que tienes para castigarme, ¿no es así? Atarme a esta idiota... espera —me mira y engancha la sonrisa—. Tú estás atada a mí.

Ruedo los ojos y me refugio en Álvaro. El pobre ya no encuentra un método para que Gabriel y yo nos tengamos un poco de afecto. No lo ha logrado en diez años, mucho menos ahora.

—Estás advertido, Gabriel. No quiero quejas. Me voy —me mira con lastima—. Pero estaré pendiente de ti y de tu hermana. Cuídate.

Se marcha sin esperar respuesta. Yo, me encojo en mi asiento y Gabriel aprovecha la oportunidad que tiene para mirarme como solo él sabe. Y es que nunca nadie me ha tenido tanto odio.

—Mi asistente personal, ¿eh? Quisiera ver cuáles son tus habilidades —apoya ambas manos a los lados de mi silla, se inclina hacia delante y si no me odiara, diría que está apunto de besarme—. Quiero un café...

Lo empujo y suelta una carcajada.

—¿Qué? A partir de hoy comienza tu trabajo como mi asistente.

—Es mañana.

—Como sea, es lo mismo. Ve y prepárame un café... con mucha azúcar —se sienta sobre su escritorio, cruzándose de brazos.

—Estás loco.

Me levanto y camino a la salida, pero para largarme. No tengo nada más que hacer en esta...

La mano de Gabriel se cierne sobre mi brazo. Hace un pequeño apretón, que duele, pero me zafo rápidamente. Doy la vuelta y antes de que pueda decir algo, impacto mi palma sobre su mejilla, haciéndome jadear del dolor.

—No vas a controlarme si es lo que crees. Te recuerdo que tienes prohibido echarme, así que, si crees que esto será un juego para ti, vale. Yo también sé jugar.

—Atrévete a cruzar esa puerta y créeme que vas arrepentirte.

Sonrío, arreglando mi cabello, dando un paso hacia atrás, mirándolo satisfecha.

—Mira como me largo.

Doy la vuelta y salgo de su despacho. Gabriel queda ahí, como el imbécil que es.

Esto no será fácil, debo trabajar para el hombre más arrogante que conozco. Y no solo eso, también verle la cara todos los días.

Definitivamente será un reto difícil.

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Atada a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora