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Harvey Kinkle tenía un gran, gran problema. Muchos en realidad, pero el más importante le estaba comiendo la boca a un ritmo voraz en ese preciso instante.

El problema no era ese, sin embargo. Admitía que disfrutaba los besos de Nick más que nada en el mundo. Esa sensación húmeda dentro de su boca, siendo invadida por la lengua atrevida que lo saboreaba sin el menor resquicio de pudor, era la gloria.

Fue el repiqueteo de tacones por el pasillo lo que puso a Harvey sobre aviso.

-Nick- logró empujarlo y se vio envuelto en una enorme agitación cuando el susodicho trató de atrapar nuevamente sus labios-. Nick- está vez Harvey empleó un tono de advertencia.

La perilla de la puerta se abrió y Harvey abrió los ojos como un siervo encandilado cuando la directora Mary Wardwell encendió la luz de la biblioteca.

Aturdido, Harvey se sintió temblar de la cabeza a los pies. Tomó aprisa el libro abierto por la mitad que reposaba sobre la mesa y luego intentó justificarse en un hilillo de voz.

-Solo estábamos...- se giró a su costado y soltó una honda exhalación de alivio al no ver a Nick. Seguramente había usado un hechizo para desaparecer-. Estaba- se corrigió con un sutil carraspeo-. Buscando este libro.

La directora lo miró muy seria y de brazos cruzados. Parecía no haberle creído una sola palabra, pero no había pruebas que lo desacreditaran de todas formas.

-¿Con las luces apagadas, Kinkle?

Harvey elevó su hombro derecho. Poco a poco su respiración se normalizó y sólo quedó el fuerte ardor en sus labios.

No se movió un solo centímetro cuando la señora Mary entró a revisar entre los libreros y bajo las mesas.

Al no hallar a nadie, la directora soltó un suspiro de pesadumbre.

-Puede retirarse- cedió, viéndolo con astucia-. Y la próxima vez que venga a la biblioteca, procure tener las luces encendidas, joven Kinkle.

-Si, señora.

Terriblemente avergonzado, Harvey salió de la biblioteca sosteniendo el libro contra su pecho.

Al llegar a su casillero, Sabrina lo recibió con una radiante sonrisa.

-Harvey- saludó enérgica.

-Brina- sonrió lo mejor que pudo, tratando de no parecer culpable mientras intentaba torpemente poner la combinación en la cerradura.

-¿Está todo bien?

Ella lo miraba fijamente, poniéndolo cada vez más nervioso.

-Si. De maravilla.

"Tan solo me estaba besando con tu ex en la biblioteca y por poco nos descubren"

Se maldijo mentalmente, aterrado al pensar que Sabrina pudiera leerle la mente.

-Solo estoy de paso- continuó Sabrina con voz cantarina-. Invité a Theo y a Roz a cenar a mi casa. Me gustaría que tu también vinieras- su sonrisa perdió efusividad al tomar a Harvey del brazo-. Lamento, en verdad, mucho no haberte dicho lo que era antes. Pero quiero que sigamos siendo amigos, Harvey. Te quiero. Si pudieras acompañarme y me dieras unos minutos para hablar después, entonces...

-Vo-Voy a pensarlo- tartamudeó Harvey entre nervioso, incómodo e inseguro.

Sabrina asintió a lo dicho y retrocedió, intentando formar nuevamente una sonrisa que Harvey no correspondió. De nuevo se sentía ofuscado, atrapado, culpable. Se sentía de tantas formas diferentes que, no se entendía a si mismo.

Todo había empezado desde que Sabrina le contó que era una bruja. Y todo fue a peor cuando hizo aquel hechizo para revivir a su hermano Tommy, quien había muerto también por culpa indirecta de Sabrina.

Quería perdonarla y que todo volviera a ser como antes. Pero ya nada sería igual. Harvey lo dio por hecho cuando se vio forzado a asesinar con sus propias manos a su hermano zombie.

Se había sentido tan molesto con Sabrina que, quiso desquitarse. Primero rompió con ella, después se sintió peor cuando Sabrina empezó a salir con un brujo de su nuevo instituto, el tal Nicholas Scratch. Su actual perdición.

Cuando la relación entre ellos no funcionó, Nick intentó acercarse a él. Y Harvey se lo permitió con la excusa de querer experimentar lo que era estar con otro hombre.

Lo cierto era que no quería experimentar.

Él se sabía bisexual desde hace años.

Lo que quería era que Sabrina sufriera un poco, que pagara por sus mentiras y por lo que le hizo a Tommy.

Hacía casi dos meses desde que Harvey estaba en una cruel disyuntiva.

Llevar su venganza hasta el final y destapar lo que tenía de una vez con Nick, o seguir viviendo ese idilio a escondidas. Porque, para su infortunio, encima de todo lo malo, le estaba gustando. Nick le gustaba. Sus besos, ese arrebato pasional y posesivo cuando se enredaban en algún lugar del instituto. La adrenalina de ser descubiertos. Todo lo hacía sentir increíblemente bien y mal a partes iguales.

La cena en casa de Sabrina era la oportunidad perfecta para poner las cosas en claro.

El candado al fin cedió a la combinación correcta y Harvey pudo guardar el libro y echar un rápido vistazo en el espejo de la puerta de su casillero. Tenía el cabello castaño un poco revuelto y el labio inferior ligeramente inflamado.

Ese idiota de Nick y su gusto por las succiones.

Con un gran suspiro de frustración, Harvey cerró el casillero, cerró los ojos y se apoyó de espaldas en el.

Tenía muchas cosas en que pensar, y al menos una desición por tomar.

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