El Número Trece
Las personas del mundo se dividen en dos tipos: las optimistas y las pesimistas. O, al menos, eso era lo que pensaba Azahar cuando le conocí.
No recuerdo el día exacto, pero seguramente yo no tendría más de catorce años. Nuestro mundo era un pequeño escondite en la inmensidad del Universo, y solo unos pocos privilegiados lo conocían. No era una población muy grande, por lo que las religiones, las ideas y los estados que antes habían formado aquel inmenso planeta al que llamaban Tierra, se habían fundido en uno.
Y esque, desde que los humanos decidimos destruir lo que había sido creado y pensado para nosotros, unos pocos soñadores decidieron juntarse, para encontrar otro mundo mejor. Los más sabios y emprendedores, artistas y científicos, decidieron encontrar la vida en otra parte y así lo hicieron. Lo llamaron Revi. Desde ese momento, trabajan en ello con esfuerzo, para conseguir que la vida no acabe.
Para ello, han escogido a los niños más inteligentes, rápidos, emprendedores y, sobretodo, especiales. Niños sin nombre, sin hogar, sin origen, pero con algo que les hace brillar. Esos trece privilegiados, provienen de distintas partes del mundo, con unas habilidades especiales, las cuales les han enseñado a desarrollar y a manejar. Y esque los niños, prodigio o no, siguen siendo la fuente de imaginación más grande del mundo. Y yo soy una de ellos.
Nos llaman los Soñadores. Y estamos destinados a cambiar el mundo, pero todavía no hemos empezado. Ahora mismo, nos encontramos habitando en un edificio, en el centro de Revi. Cada escogido tiene una habitación, con sus pertenencias personales. Ya llevamos un tiempo aquí, no sabría decirte cuanto exactamente, pero sé que ha sido mucho tiempo. Ya nos conocemos más o menos todos, pero no me he detenido a hablar largamente con ninguno. Todos tenemos desde once hasta quince años, y ninguno somos del mismo país. A causa de esto nos han enseñado un idioma unificador, llamado Esperanto, ya conocido en la Tierra. A pesar de saber hablarlo un poco, no soy muy hábil utilizándolo.
Me levanto de la cama y miro por la ventana. Las estrellas brillan sobre Revi, y parece que con solo alargar el brazo puedas coger la misteriosa y brillante luna, nombrada Sola. Solo una, única y especial, como cada uno de los trece elegidos. Los soles, sin embargo, son cuatro: Saga, el sabio; Justa, el justo; Kuraga, el valiente y Humana, el compasivo.
No lo pienso dos veces, cojó la chaqueta y abro la ventana. Una suave corriente de aire frío roza mi cara con cuidado, y mueve mi cabello negro, por debajo de mis hombros. Me colocó la capucha y subo a la ventana, haciendo algo de ruido con mis viejas botas negras. Me pongo de pie con cuidado, y me cojó a una de las anchas tuberías. Con ayuda de pequeños, pero eficaces, entrantes en la pared, producidos por el viento, consigo escalar poco a poco los dos pisos que me quedan hasta llegar al tejado del edificio. No miro abajo en ningún momento, a pesar de mi escaso miedo a las alturas.
Arriba todo se ve muy distinto. Las luces de las casas forman un dibujo imaginario que representa la cotidiana vida de los pocos que allí habitan. Todo el mundo coincidiría en que es un hermoso paisaje, pero para mi es horroroso, y de cerca todo se ve peor. Me siento junto a la chimenea y apoyo mi cabeza sobre una de las paredes de esta. Ahora mismo, sería perfecto poner la canción The Scientist de Coldplay. El viento vuelve a soplar frío, suave, limpio. Pienso en aquella antigua vida, en otro mundo lejano a este, donde todavía hay gente que lucha por seguir adelante. Y donde hay gente que ya lo ha perdido todo.
- ¡Carolina!- una voz dulce me llamó y yo, a través de las sábanas, solté un gruñido. Mi tozudez no sirvió de mucho, cuando un cuerpo se lanzó sobre mi, haciéndome ahogar un grito, seguido de una carcajada.
-¡Aparta, elefante!- le dije de broma a mi harmano, Hugo.
Aparté las sábanas de mi rostro, pero con ello solo pude ver otra figura lanzándose sobre mi.