Prólogo

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—Deberíamos volver ya —instó Durehi Kintaro mientras los cielos se tornaban más y más oscuros a su alrededor—. ¿Reconociste su ka*, Julián?

—¿Tienes miedo? —preguntó Argos, insinuando apenas una sonrisa.

—Elijo morir antes que escapar —contestó Durehi. No había mordido el anzuelo. Era un anciano obstinado, tan serio que daba la sensación de solo tener la misma expresión para todo—. No tendríamos muchas opciones si encaramos a Alucard.

—¿Y de veras es él? —preguntó Argos delicadamente—. ¿Qué prueba tenemos?

—Julián lo conoció —respondió Durehi—. Si él dice que ese es su ka, no necesito más pruebas.

—¿Puedes dejar de llamarme por mi nombre real? Si nos pusimos apodos es para que nos llamemos por esos apodos —intervino Akiwok.

Sabía que lo iban a meter en la disputa tarde o temprano. Le habría gustado que fuera más tarde que temprano.

—Vamos, Julián, aún no me acostumbro —replicó Argos—. Tengo tanto tiempo conociéndote que es inevitable. Lo de los apodos es algo nuevo para mí. —Su voz resonó demasiado alta en el anochecer de la costa.

—Elegimos nuestros apodos hace doscientos años... —señaló Durehi—. Eres el más desgastado de los tres, Simón. Ya se está haciendo de noche.

—Como todos los días alrededor de esta hora —dijo Argos después de echar una mirada indiferente al cielo. Unos segundos después entendió a lo que se refería su compañero—. ¡¿Me estás diciendo viejo cansado, Taichi?!

—¡No digas mi nombre! Tenemos una promesa con los apodos.

—¿Tienes miedo de que lo escuche Alucard?

Akiwok percibió la tensión en torno a la boca de Durehi y la ira apenas contenida en sus ojos, bajo la gruesa solapa de su sombrero de paja japonés. Durehi llevaba cuarenta años en Japón entrenando jóvenes en el kenpo, después de que Akiwok le salvara la vida en una misión donde perdió un ojo, su actitud cambió hacia las personas, incluso ante los más conocidos, así que no soportaba que se burlaran de él. Pero eso no era todo. Akiwok presentía algo más en el anciano aparte del orgullo herido. Casi se palpaba en él una tensión demasiado parecida al miedo.

Akiwok compartía aquella intranquilidad. Llevaba siete años recorriendo el mundo, preparándose para la fecha. Apenas empezó el año 2000 inició su viaje. Era la primera vez que salía de sus aposentos desde aquella misión donde le salvó la vida a Durehi, recordar esa vieja historia le revolvía el estómago. Había procurado sentar las bases necesarias para mantener la paz en el mundo. Los años también le habían vuelto menos proliferante al humor, pero de vez en cuando reía al recordar sus viejas aventuras. Siendo ya un veterano, la inquietante tensión planificar una estrategia para la llegada de Alucard no le parecía aterradora.

 Siendo ya un veterano, la inquietante tensión planificar una estrategia para la llegada de Alucard no le parecía aterradora

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