Introducción a la familia Greenwood.

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 Rose nació en un pueblo, pero no en el tipo de casa que estás pensando. La casa de Rose era, probablemente, la más grande y cara de Klesterville. Sus padres se dedicaban a la industria textil. Su padre, Philip, tenía un cargo importante en la gestión de la empresa, y su madre, Katherine, era costurera. 

Philip conoció a los Greenwood por su trabajo. El señor Greenwood había sido el fundador de esta empresa, y su familia era una de las más poderosas de Alders City, siendo su fama, su poder y su elegancia algo muy debatido en la alta sociedad de Alders.

Philip supo que estaba confiando a su hija un buen futuro, cuando el primogénito de los Greenwood pidió la mano de ella.

De esta manera, Edgar y Rose se casaron alrededor de 1870, y en 1873, tuvieron su primer bebé, una niña de ojos verdes esmeralda.

Pero los problemas no tardaron en llegar.

Tras la gran depresión de 1873, el negocio familiar se vio afectado. En un principio, no fue tan preocupante. Edgar tenía confianza en su empresa, y pensó que aquella crisis económica se solucionaría fácilmente.

Pero no fue así.

Luego reparó en que la familia estaba haciendo muchos gastos innecesarios, y empezó, poco a poco, a limitar.

Pero a medida que los años pasaban, las ganancias bajaban, los límites subían. Edgar tuvo, incluso, que despedir a varios de sus empleados domésticos, dejando sólo un par que eran imprescindibles: la mansión era demasiado grande como para que Rose se encargara de mantenerla ella sola, por supuesto que no. Un par de empleados era muy necesario.

Y con respecto a las niñas, no habían sido muy conscientes (por no decir que casi no tenían idea) de los problemas en los que su familia se encontraba, pues sus padres nunca hablaban de eso con ellas. Ambas vivieron una infancia bastante cómoda y feliz. Su padre y su madre mucho se esforzaron porque así fuera.

Edgar solía reunirse con sus amigos en busca de consejos y apoyo. En muchas ocasiones, se reunían en el comedor o el salón, Rose les llevaba té o café, y se encargaba de las labores de la casa aunque con ayuda de una mucama.

Eloise y Josephine, al terminar sus quehaceres, pasaban mucho tiempo jugando, bromeando y riendo entre ellas dos, o con las niñas de la familia Baker y con Louise.

Cada vez que cambiaba de estación, en la ciudad se organizaba una gran feria, siendo las más concurridas, probablemente, primavera-verano y verano-otoño.

Esta feria, en el centro de la capital, no estaba demasiado lejos de la mansión de los Greenwood.

Eloise era una niña bastante más hiperactiva que su hermana. Le encantaba estar afuera, sentir el aire fresco, correr y explorar, ver personas caminar por la calle o en sus carruajes, o de vez en cuando alguien en bicicleta; por eso, siempre se ofrecía a hacer los mandados. Aunque cuando era menor, su madre o niñera siempre la acompañaron, hasta sus doce años, cuando tuvo permiso de salir sola, aunque siempre con el verso de su madre "Ve con cuidado, mira bien al cruzar, no te alejes más de lo dictado.".

Fue un día de primavera de 1886, cuando Rose le encargó a su hija ir a la feria en busca de comestibles.

Entonces, encontró a un comerciante que llamó rápidamente su atención. Parecía muy joven, y bien diferente a todos los hombres y chicos jóvenes que había visto en la ciudad: cabellos desordenados, un atuendo diferente y como descuidado. No llevaba el traje y corbata, ni el sombrero que ella acostumbraba ver en todos los hombres. Sus ojos eran pequeños y su tono de piel un tanto más oscuro que le propio.

Y pensarás que para notar tanto detalle, Eloise lo habría mirado mucho.

Pues así fue.

Ese chico le provocó una gran curiosidad, y verlo estando ahí resultaba ciertamente placentero. Por eso, a partir de ese día, con más entusiasmo aún, Eloise preguntaba "Mamá, ¿No necesitamos nada de la feria hoy?", y de alguna manera, casi siempre encontraba la forma de ir, y aunque no fuera a comprar a su puesto, aprovechaba la pasada para intentar verlo, disimuladamente, y seguir su camino.

-¿Estaréis mucho tiempo por aquí? - se atrevió a preguntar un día.

-No, no mucho. - respondió el joven. - Venimos de muy lejos. No solemos andar por esta zona. - El chico hablaba con bastante seriedad, centrado en las manzanas que vendía a una señora.

-Venimos por la feria. - Respondió un hombre desde más atrás. - Es probable que nos vea también en la próxima.

Eloise escuchó lo que el hombre decía, y luego volvió a fijar su atención en aquel chico, de cabello castaño y rostro sin bigote. Notó que sus pequeños ojos eran celestes grisáceos.

-¿Sí?

-¿Eh? - reaccionó Eloise.

El joven alzó una ceja esperando respuesta. - ¿Va a llevar algo?

-Ah... Sí... Este...- ojeó los cajones del puesto intentando recordar. - Em...

-¿Se encuentra bien?

-¡Sí! Sólo... - sintió su cara enrojecer de vergüenza - Me olvidé. -rió espontáneamente

El joven movió apenas las comisuras de sus labios, contagiado por la risa de aquella muchacha, y siguió esperando el pedido. Eloise se ponía cada vez más nerviosa. Ya se imaginaba volviendo a casa con las manos vacías, teniendo que confesar a su madre haberse olvidado de todo.

¿Podría ser, lo que sentía por aquel chico, amor a primera vista? ¿O sólo es curiosidad? No está segura, pero de lo único que está segura, es que quiere volver a verlo, una y otra vez.

Sea lo que sea, su padre tendría planes diferentes para ella, pues mientras la veía crecer, tuvo una esperanza: Podría ser ella la hija que salve a la familia si se casa con un hombre adinerado.

Edgar pensó en esto como una gran idea y única salvación a aquella miseria. Y el comerciante de la feria, humilde campesino, claramente no sería una opción.

1890Donde viven las historias. Descúbrelo ahora