Cap.II

1 0 0
                                    

Algún día de julio de 1886

Habían subido al tren las tres familias juntas: el viejo Ernest Nierker, con sus hijas Daisy y Louise, su nieto Jeremiah, y el yerno Godfrey Bronson; Amy y Frederick Baker con sus hijas Abigail, Elizabeth y Margaret; Edgar y Rose Greenwood con sus hijas Eloise y Josephine.

Eloise iba mirando por la ventanilla, porque los paisajes de aquella vía eran preciosos, y una cosa que no se ve todos los días. A su lado, Abby, aburrida sólo deseaba llegar.

Por otro lado, los hombres hablaban de la nueva tecnología:

-¿Os habéis enterado de lo que salió en Alemania? -comenzó el tema Godfrey.

-Ah, ¿El carro a motor? -preguntó Frederick, recordando haber leído aquello en algún periódico.

-Eso mismo. Un carro que se mueve sin caballos, una locura.

-¿Crees que tenga éxito? Tal vez en un futuro ver carros que se mueven sin caballos sea de lo más común.

-Quién sabe.-respondió el joven Bronson acomodando tabaco en su pipa. -Hasta ahora, ni siquiera han probado que funcione.

Eran sólo Fred y Gofrey quienes mantenían la conversación. Edgar y Ernest jamás habían escuchado, y les costaba imaginar, un carro que se moviera por sí solo.

Louise y Josephine, sentadas una junto a la otra, iban jugando con cantitos, bromas y risas.

La joven Daisy, con su bebé en brazos, trataba de hacerlo dormir.

A su lado, Rose leía en silencio una revista barata.

Elizabeth iba sentada junto a su hermanita, Maggie, tratando de no hacer este un viaje tan aburrido para ella, y que no llorase para estar cerca de su madre.

Eloise encontró algo por aquella ventana que imaginó como un cuadro de paisajismo. Pensó en aquellas impresionantes obras de John Constable que había visto alguna vez. ¡Quién pudiera pintar tan hermoso y profesionalmente!. Abrió la bolsa de tela que su abuela Watson le había cosido y regalado en su cumpleaños, y ahí adentro sacó un lápiz y un cuaderno, con lo que trató de plasmar aquella imagen.

Tras un buen rato de voces provenientes de distintas conversaciones, algunas risas (principalmente de Josie y Lu) y pequeños constantes de silencio entre medio, llegaron a su destino.

Empezaron todos a caminar guiados por Godfrey y Ernest, que ya tenían claro el lugar de alojamiento.

Abby miró al cielo que empezaba a nublarse.

Llegaron a una mansión bastante antigua, cuyo interior había sido reformado para recibir inquilinos. En el vestíbulo había un recepcionista. El escaso cabello en la cabeza de aquel hombre hacía pensar que rondaría los cincuenta años. Tenía una nariz grande, y bajo ésta un gran bigote muy prolijo, que junto con su vestimenta formal daban al lugar una imagen muy elegante.

Godfrey habló con él, como representante de las tres familias. Eloise y Abigail paseaban su mirada por el lugar mientras esperaban que los adultos hicieran lo que tenían que hacer.

El techo era muy alto, y colgaba de él una araña de cristales. Aunque no fuera un hotel de grandes lujos, mantenía algunos detalles propios de la alta categoría. Las paredes renovadas conservaban el estilo antiguo, al igual que la escalera.

Eloise, dejándose llevar por la curiosidad, empezó a caminar despacio. Llegó a la puerta de lo que parecía ser un salón recreativo. Allí se oía voces de hombres, entre humo de tabaco se veía varias mesas con juegos, y una barra. Puso un pie dentro del salón, pero al instante oyó a su madre. -¡Eloise! ¡Vamos! -por lo que se dio la vuelta y corrió hacia ella, siguiéndola escaleras arriba.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 22 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

1890Donde viven las historias. Descúbrelo ahora