Hay quienes nacen para brillar... y otros que simplemente intentan no desaparecer.
Kenjirou Ayanami siempre ha vivido atrapada entre las sombras de su propia mente y las expectativas de los demás. Con un padre ausente y un mundo que parece seguir ad...
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Lo que en realidad paso.
El cielo estaba cubierto de nubes grises que anunciaban una tormenta, un reflejo perfecto del torbellino emocional que Kenjirou llevaba dentro. Mientras caminaba por el pasillo en silencio, su mirada fija en el suelo, sentía el peso de sus pasos como si cada uno fuera una batalla contra algo invisible. Todo lo que había sucedido en los últimos días, todo lo que había callado, la había llevado hasta ese momento.
Subió las escaleras de la escuela con una calma que no sentía realmente. Cada escalón era una decisión, un paso hacia lo desconocido, pero también un grito silencioso de ayuda que nadie parecía escuchar. Cuando finalmente llegó al tejado, el aire frío golpeó su rostro, haciéndola sentir viva y completamente aislada al mismo tiempo.
El tejado estaba vacío, salvo por el ruido lejano de las aulas y el zumbido de la ciudad que se extendía más allá de los muros escolares. Kenjirou se acercó al borde con pasos lentos, su mente atrapada en un remolino de recuerdos y pensamientos caóticos. Podía escuchar las risas lejanas de los estudiantes abajo, los ecos de vidas que parecían tan normales, tan fuera de su alcance. Una pequeña brisa movió su cabello mientras miraba hacia el vacío, sintiendo el abismo llamarla.
No era realmente el abismo lo que quería. Era el silencio. Era el descanso. Era una forma de apagar el ruido ensordecedor de su mente, aunque fuera solo por un instante.
—Kenjirou, ¿Qué estás haciendo? —una voz interrumpió su silencio, cargada de preocupación.
Ella volteó lentamente. Deku estaba ahí, su rostro lleno de ansiedad y temor. Había corrido para alcanzarla, y su respiración agitada lo delataba. Sus ojos verdes la miraban con una intensidad que casi dolía.
—No... no estoy haciendo nada —murmuró Kenjirou, bajando la vista. Sus manos temblaban ligeramente, pero no se movió del borde. Su voz sonaba hueca, como si estuviera a punto de quebrarse.
—Por favor, aléjate de ahí —pidó Deku, dando un paso hacia ella. Había algo en su voz que no era solo miedo; había una determinación que Kenjirou no podía ignorar.
Kenjirou cerró los ojos, tratando de encontrar las palabras para explicar lo que sentía, pero todo se sentía tan grande, tan abrumador. Finalmente, rompió el silencio:
—No quiero saltar... No realmente. Solo quería... detener todo esto por un momento. Detener todo lo que siento.
La confesión salió como un susurro ahogado, pero cada palabra llevaba el peso de días, semanas, tal vez meses de sufrimiento acumulado. Deku frunció el ceño, su expresión suavizándose. Dio otro paso hacia ella, asegurándose de no asustarla.
—No tienes que cargar con todo eso sola, Kenjirou. Lo que sea que estés sintiendo, lo que sea que te esté doliendo... no tienes que enfrentarlo tú sola.
Kenjirou apretó los labios, su mirada fija en el horizonte. Las palabras de Deku eran bien intencionadas, pero sentía que nadie podía entender realmente lo que estaba pasando por su mente.
—Tú no lo entiendes —dijo en voz baja, su tono cargado de frustración y tristeza.
—No —admitió Deku, deteniéndose a unos pasos de ella—, pero quiero intentar entender. No voy a irme hasta que estés segura.
Hubo un momento de silencio entre ambos. Kenjirou sintió que algo en su interior se tambaleaba. Una parte de ella quería gritarle que se fuera, que la dejara sola con su tormenta, pero otra parte... una parte muy pequeña y vulnerable quería creerle. Quería aferrarse a la idea de que tal vez no todo estaba perdido.
Lentamente, dio un paso atrás, alejándose del borde. Sus piernas temblaban, y una vez que estuvo lejos del peligro, cedió al peso de sus emociones, dejándose caer de rodillas.
Deku se apresuró a su lado, colocándose de cuclillas frente a ella. Kenjirou no pudo contenerlo más. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas al principio, pero pronto se convirtieron en sollozos que sacudieron su cuerpo. Deku no dijo nada; simplemente se quedó ahí, ofreciéndole su presencia como un recordatorio de que no estaba sola.
Kenjirou enterró su rostro en sus manos, su voz rota por el llanto.
—Es demasiado... todo es demasiado. Siento que nunca seré suficiente, que siempre seré este desastre que nadie quiere cerca.
Deku, con una paciencia infinita, esperó a que sus palabras se calmaran. Finalmente, habló, su voz tranquila y suave:
—No eres un desastre, Kenjirou. Lo que sientes ahora no define quién eres. Y si necesitas tiempo para encontrarlo, está bien. No tienes que hacerlo todo hoy.
Por primera vez en mucho tiempo, Kenjirou sintió algo parecido a un ancla. Deku estaba ahí, firme, decidido a no abandonarla a pesar de que podría haber sido más fácil ignorarla como hacía la mayoría. Su presencia no borraba el dolor, pero hacía que fuera un poco más llevadero.
Aquí, en este tejado, Kenjirou no había desaparecido. Aún estaba aquí, y aunque el camino parecía largo y doloroso, había dado el primer paso para alejarse de la oscuridad que la consumía.