Todo lo que no pudimos ser

1 0 0
                                    

Te miré, me miraste. Sonreíste, yo sonreí. Susurraste algo en el oído de nuestra mejor amiga y caminaste lentamente hacia mí, con esa brillante sonrisa dibujada en tu rostro.

-Me llamo Maverick, tú debes ser Jev.

-Esa soy yo- Contesté, intentando disimular que no podía quitarte la mirada de encima.

Esa noche platicamos de tantas cosas. Me contaste de tu familia, de ti y sacaste a la luz ese lado tuyo al que llamabas "el Mav curioso". Hiciste tantas preguntas que no supe cuál responder primero. Contigo reí como no había reído en mucho tiempo, fue una risa sincera.
Jugamos como un par de niños locos que se creían indestructibles.

Desde esa noche supe que tú eras el indicado, supe que eras tú con quien pasaría el resto de mi vida así que no dudé en hacer mi movimiento. Junté todo el valor del mundo y te pedí una cita, a la cual accediste casi inmediatamente.

Aún recuerdo lo nerviosa que estaba en nuestra primera cita, temblaba de pies a cabeza y no paraba de tropezarme con mis propios pies. Tomaste mi mano, no, te aferraste a mi mano y casi por arte de magia mi cuerpo dejó de temblar. Tuvimos una cena tranquila. Lo que más disfruté fue estar sentada junto a ti en los columpios después de esas miradas robadas durante la cena, con un cómodo silencio envolviéndonos. Te pusiste de pie y te colocaste justo frente a mí, me miraste fijamente. Tu mirada decía tantas cosas, sobre todo me pedía permiso. Atrapada en tus ojos solo pude asentir ligeramente, te acercaste más a mí y me besaste. Ese beso se sintió tan real, tan lleno de sentimientos, tan sincero. Fue casi como si fuese el primero, fue como si los demás besos jamás hubieran tomado lugar en la historia.

Así pasaron los años. Tú y yo aún nos tomábamos de la mano con el mismo amor incrustado en nuestros corazones. Tú y yo nos manteníamos en la vida del otro, nos ayudábamos a crecer como personas, nos volvimos la zona segura del otro y celebrábamos cada logro del otro, por más mínimo que fuera.

Mi graduación llegó poco después de la tuya. Pusiste tu frente contra la mía, en medio de todo el caos, y susurraste brindándome paz: "estoy muy orgulloso de ti". Yo también lo estaba de mí misma, aunque sobre todo estaba agradecida contigo, por haber pasado todas esas típicas noches universitarias de desvelo a mi lado, por jamás haberme abandonado.

Uno siempre vuelve a donde fue feliz, por eso mismo volvimos juntos a aquel parque donde inició nuestra vida juntos. Es impresionante lo poco que cambió con el pasar de los años. Era nuestro octavo aniversario. Parados frente al mismo columpio, te arrodillaste frente a mí y con tu sonrisa más brillante me preguntaste: "¿Me darías el privilegio de convertirme
en tu esposo?". El mundo dejó de moverse por lo que pareció una eternidad. Me abalancé sobre ti y comencé a llenar tu cara de besos. Que bueno que interpretaste eso como mi
respuesta porque las palabras no salían de mi boca con coherencia. Ese fue el primer paso para el resto de nuestras vidas.

Nuestra boda llegó. No podré olvidar nunca lo mucho que lloraste al mirarme caminar hacia el altar. Bailamos nuestra canción y nos mantuvimos unidos, tengo la certeza de que ese fue el día más feliz de mi vida y de la tuya.

Los años siguieron pasando y con ellos llegaban pequeñas arrugas a nuestros rostros, cabellos blancos a nuestra cabeza y poco a poco la juventud abandonaba nuestros cuerpos. El momento de dejar este mundo atrás se acercaba cada día, mas no teníamos miedo porque sabíamos que habíamos vivido nuestra mejor vida juntos, amamos con locura, bailamos hasta el cansancio y gritamos hasta quedarnos sin voz.

Eventualmente yo me fui primero, pero incluso desde el cielo pude ver cómo aún me amabas, así que esperé pacientemente el día en el que nos reuniéramos de nuevo.

O al menos así debió haber sido todo, pero la realidad es aplastante.

Te conocí en mi cumpleaños 2019, un enero frío y distante al que tú lograste dar un giro de 180 grados. Yo sabía de tu existencia desde hacía un tiempo ya. Recuerdo cómo me fasciné con tu rostro. Tú, estando a kilómetros de distancia, lograste cautivarme. Con un
pequeño empujón de quién más nos ama, todo inició con aquella foto que envié, sin texto, sin contexto, solo una foto a la que no dudaste en responder.

Comenzaron las pláticas a altas horas de la noche, puesto que había una diferencia de horario entre nosotros, esas pláticas donde hablábamos de todo y a la vez de nada. Solías contarme de los cuadros que pintabas y cómo se caían con la pintura aún fresca, me contabas de tu día, de tu hermanita y tu adoración hacia ella. Las horas pasaban y tú...tú te incrustabas en mi corazón cada día más. Me hacías sonreír como nadie más cada vez que decías que extrañabas hablar conmigo. No
necesitábamos de conversaciones diarias para saber que estábamos ahí. Siempre esperaba tu mensaje y cuando llegaba, por esa fracción de segundo, yo era la persona más feliz de la Tierra. Siempre estabas ahí cuando no podía dormir, dispuesto a enviar canciones lentas para ayudarme a dormir.

Año tras año, en mi cumpleaños, alrededor de las once de la noche, llegaba el mismo mensaje: "un poco tarde pero feliz cumpleaños Jev", lo que tú no sabías es que yo esperaba con ansias esas palabras, palabras que alegraban mi vida y me hacían sentir completa.

Me llamaste el complemento perfecto, es por eso que me armé de valor y te confesé aquellos sentimientos que jamás correspondieron a una amistad, desde el día uno tú ya estabas guardado eternamente en mi corazón, no aceptaste mi sentir pero tampoco lo
rechazaste, me gusta pensar que permaneció en un tal vez.

Yo siempre imaginé cómo tú tomabas un vuelo para venir a verme, para abrazarme con tus fuertes brazos, besarme con tus dulces labios, pero sobre todo, para amarme con tu
bondadoso corazón. Siempre soñé con caminar contigo de la mano, reír contigo sin parar, llorar en tu hombro sin cesar, compartir cada comida puesto que comíamos hasta reventar, añoraba una caricia de tu suave mano en mejilla. Dios, yo quería la vida contigo, pero ahora ya no estás. Sin previo aviso tu tiempo se detuvo, tomaste tu bella alma y ascendiste al cielo.

Dicen que el cielo es diferente para cada persona, espero que el tuyo sea hermoso, espero que, en algún pequeño rincón, me encuentre yo, se encuentren nuestras pláticas, se encuentren nuestros momentos de filósofos y todos esos malos chistes que solíamos hacer.

Cuando lo supe, algo se rompió dentro de mí, mi pecho dolía y mi alma se
fragmentaba con cada respiración, de mis ojos caían las lágrimas sin descanso y sentía que el oxígeno no me era suficiente. De pronto pensé en todas las palabras que aún no te decía, en
todos los abrazos que jamás te di, en todas las canciones que aún no te dedicaba, en todas las películas que ya no verías, en tu hermanita sin su hermano mayor, en nuestra mejor amiga sin su otra mitad, en tu hermano mayor sin su adorado hermanito menor, en tu madre sin su hijo, en tu padre sin su consentido, en los atardeceres que ya no mirarías, en los cuadros que ya no
pintarías, en aquel dibujo que jamás podré ver y en los mensajes que envié que permanecerán sin leer. Muy en el fondo pensaba en que tal vez y solo tal vez, en algún punto de la vida me
miraste con otros ojos. Han pasado meses desde tu partida, aún eres un tema difícil de hablar y difícil de olvidar.

Desearía poder decir que siento tu presencia pero la realidad es muy opuesta, te has marchado y contigo te llevaste un pedazo de mi corazón que sé que jamás volverá, pero tranquilo, seguiré esforzándome en la vida. Mi vida seguirá avanzando sin ti, ese pensamiento me mata cada mañana un poco más. Mientras tu tiempo se detuvo a los 20, el mío continúa sin piedad. Aunque puedo estar segura que te encuentras en algún lugar del universo con aquella risa cuyo sonido era mi favorito, con aquella mirada profunda sobre el horizonte, con la sonrisa más cálida.

Mi primer amor, que difícil es decir adiós...

Escritos de un alma perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora