A veces me pregunto que demonios hice mal en otra vida para merecer este infierno que tengo por existencia.
Yo ahora mismo podría tener una casa normal, que pagaría con el dinero que ganaría en un trabajo normal, viviría en un lugar normal, con amigos normales, y, si no era mucho pedir, tendría un nombre perfectamente normal.
Esa casa completamente normal podría ser un bungalow frente al mar, trabajaría en algo normal y seguro, como paseador de caniches o repartidor de pizza en alguna ciudad costera de California, en cuanto a amigos... Me conformaría con un par. Podrían ser excompañeros de la universidad con los que había coincidido en el último curso. Vivirían a cinco minutos de mi perfectísimo bungalow. Para que así, por las mañanas cuando pasearan al lo largo de la playa me saludaran y me dijeran:
«¡Ey, Joe! ¿Vienes a comer esta tarde?»
Sí, definitivamente ese sería mi nombre. Joe. Tres letras, sin segundos nombres o diminutivos. Solamente sería Joe, el tipo con una vida perfecta y sencillamente normal.
Una vida perfecta sin corbatas, sin secretos y sin rubios ruidosos como Sam Will...
—¡Cuidado jefe!
Alguien, cuyo nombre no quiero recordar, chocó con mi hombro justo cuando estaba a punto de tomar un sorbo de mi café.
No le recomiendo la experiencia de tirarse un café encima a nadie, sobre todo si la taza está llena y todavía hirviendo. No fue una bonita experiencia.
Cerré los ojos y me mordí la lengua hasta que saboreé la sangre. Cuando los abrí vi al causante de mi desgracia.
—Sam—advertí.
Tenía ganas de despellejarlo vivo, pero me contuve porque no estábamos solos. Un chico del taller estaba acabando de recoger los restos de su desayuno y nos miraba cauteloso.
—Lo siento, señor Hope. No vi que estaba...
Como lo esperaba. El bueno e inocente Sam disculpándose con el jefe como si no hubiera roto un plato. Ya me conocía este teatrillo. Le lancé una mirada asesina a Jamie, el chico del taller y este salió por patas.
—Samuel Wilson. Tienes 10 segundos para desaparecer de mi vista, y te juro que como no lo hagas te van a faltar estados para correr.
Con la misma facilidad que quitarse una máscara, cambió su expresión temerosa a una más sarcástica y vacilona.
—Ey, tranquilo jefecito. Solo es un poco de café. Además, aunque realmente quisieras tampoco podrías hacerme nada. Te recuerdo que estás obligado a mantenerme aquí hasta que los jefazos te den una misión, así que, sintiéndolo mucho debo declinar ese romántico viaje por norteamérica. Otra vez será, querido Henry.
No se si fue Sam o tal vez la quemadura en mi torso pero la sangre me regaba a toda velocidad y la sentía como vodka por mis venas. El rubio me miró con aires de superioridad antes de quitarse de en medio. Está vez había ganado. Él sabía algo que nadie más sabía, mi verdadero nombre.
El muy maldito pasó por mi lado y golpeó mi otro hombro adrede. Justo cuando pensé que me había librado de él esta mañana se giró y dijo:
—Ah, y yo que tú me echaba agua a eso antes de que se infecte...
Después salió de la habitación y me dejó a solas con mis pensamientos y cuarenta y siete posibles maneras de matarlo de la forma más lenta y dolorosa posible.
«En qué momento se me ocurrió apuntarme a esto...»—pensé.
Eso díselo a tu yo de diez años, genio—me reprendió la voz de mi cabeza.
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Top Secret
RomanceRobyn Hope nunca a tenido un lugar al que llamar hogar, ni siquiera a su más temprana edad consideró aquella casa donde nació su lugar. Ahora tiene 32 y no puede estar más perdido. Puede que pasar tres años en un mismo lugar no le sentara demasiado...