𝐇𝐢𝐣𝐨 𝐦𝐢́𝐨

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Mi angustia sacude mis pies, con la vista fija en la ventana. Cada ruido, cada sensación, me hace ilusión de que eres tú entrando por la puerta. Mi corazón late demasiado fuerte cuando pienso que estás volviendo sano y salvo a tu casa, pero la esperanza sin querer me traiciona cuando el reloj sigue haciendo tic-tac, ininterrumpido por el click de la perilla de la puerta.

Te fuiste, según tú, a vivir la vida. Tus amistades me aterran, porque sé que te incitarán a probar cosas nuevas. Hijo, lo nuevo no es sinónimo de bueno o conveniente. Nunca lo es y, al final, siempre los inocentes pagan por las consecuencias de los otros y su falsa diversión.

Junto fuerzas para levantarme e ir hacia la ventana, volviendo a pedirle a Dios que te proteja y te guarde. Como al pródigo, que te haga entrar en razón y vuelvas corriendo hacia mí, porque mis brazos no son seguros, pero te quieren a salvo. Mi hombro espera tus lágrimas, tu desahogo y tu voz diciendo todo aquello que te acongoja. Mi amor de madre no es suficiente para llenar todos tus vacíos, ni tampoco puede tapar el Sol ni la Luna para que no te fatiguen. Mi amor de madre no abre los mares, no llueve en tus tiempos de sequía, no derrota al o los Goliat de tu campo de batalla. Hijo mío, yo solo soy tu madre. Y como tu madre, mi amor se preocupa por ti en demasía; añora tu bienestar, vela por ver tus logros, sueños y metas realizados. Anhela secar tus lágrimas y verte dormir seguro en tu cama. Dios es testigo de que me duele que a ti te duelan tantas cosas, yo no las comprendo, tú crees que sí. Sales sin avisar, te pierdes en la jungla y luego vuelves. ¿Pero, qué pasaría si no volvieras? Hijo, la tierra está destruida; toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Mis latidos se vuelven taquicardia cuando no estás y las noticias arden en llamas, diciendo que un joven ha aparecido muerto, golpeado o encontrado en malas condiciones. Todos esos jovencitos, todas esas jovencitas, todos parecen tener tu rostro cada vez que los veo. Te veo en ellos. Te veo en los quizá de las desgracias y el nudo en la garganta me asfixia hasta triturarme el pecho.

Hijo, las fiestas se acaban, el alcohol se filtra, las drogas se disuelven y las relaciones chocan hasta accidentarse... No quiero verte sufrir.

Una noche que llegaste tarde, me arrodillé junto a la orilla de tu cama, teniéndote de frente. Mientras oraba en silencio, veía en tu rostro demacrado a ese bebé de años atrás que una vez cupo en mis brazos. No olías a humo, no olías a alcohol, ni tenías el cuerpo pálido y sucio. Vi a mi hijo. A quien me esforcé por criar, preguntándome si algún día necesitarías más de lo que yo pudiese brindarte. Veo que te sientes vacío y me culpo por no poder recuperarte.

Le pedí al Señor que protegiera tu vida. Y Él lo ha hecho, cada noche, cada tarde, cada día. Yo no puedo hacerlo, por eso, aunque detestes saber de Dios, sé que Él te protegerá mejor que yo. Sé que Él puede hacer eso y mucho más. Tu corazón late en el descontrol y yo lo siento latir desesperado en mi costado. Mi hijo, mi regalo, mi sangre, estás en peligro allá afuera. No eres un tonto, eres inteligente. Pero ese mundo, esos instintos, hacen que te nubles y no puedas verlo con claridad. ¡Oh, hijo mío, cuánto me duele verte perdido y vulnerable! No puedo obligarte ni retenerte, pero por favor, entiende que ruego tu bien.

Te amo, te amo, te amo, no me canso de repetirlo mientras sigo viendo a través de la ventana. Esta es tu casa y siempre estará abierta para ti.

Todos duermen, pero yo continúo esperándote. Te amo, te espero.

¿Qué es lo que te aflige? ¿Qué es lo que te confunde o te lastima? Vuelve y házmelo saber todo. Pido a Dios que interceda por ti, en cada fibra de tu ser. Quiero entenderte, hijo mío. Y perdona si no ves en mí lo que necesitas. Vuelve...

...

Llegaste a la madrugada. Estabas mareado, aturdido y tus ojos llenos de lágrimas me buscaron por toda la casa. Sentías que tus piernas temblaban y cuando por fin me viste, caíste al suelo, sin poder sostenerte más en pie. Sentiste vergüenza y trataste de alejarte, pero yo te atraje en un abrazo. Hijo mío, a mí no me importaría abrazarte estando como estás, abatido y harapiento, porque todos ven lo de afuera, pero Dios, examina y ve el corazón. Y al igual que yo, Él te ve y te abraza. Te trae de nuevo a casa. Lloras, hijo, lloras y pellizcas mi espalda, queriendo aferrarte a mi protección. Le doy gracias al Señor por su Misericordia contigo, por su Gracia derramada en tu vida.

Mírame, hijo mío. Mírame.

Estabas perdido, y fuiste hallado. Gracias a Dios, ya estás en casa. Tu casa.

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Versículos que fueron de inspiración en algunas partes:

Isaías; 1:5-6-7

Lucas 15:32

𝐏𝐫𝐨́𝐝𝐢𝐠𝐨 © | [Relato 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora