Tengo que ser capaz de aguantar las lágrimas. Me miro en el espejo retrovisor intentando recomponer mi aspecto antes de ir a recoger a los pasajeros. Quizá no debería estar trabajando, quizá debería marcharme. ¿Marcharme? ¿A dónde? Si ya no me queda nada... Lo mejor será no pensar, solo conducir... Portugalete, Bilbao; Bilbao, Portugalete. Cuanto más tiempo pueda refugiarme en el trabajo para no pensar, mejor será.
Arranco, meto primera y giro el autobús, enfilándolo hacia la parada. Caras anónimas y borrosas observan mi llegada. Paro y abro las puertas. Van entrando, metiendo el billete con los mismos mecánicos movimientos. Miro por la ventanilla, apartando la cara, para que no puedan fijarse en mis ojos rojos.
— Uno a Bilbao, por favor.
Tecleo en la maquina, sin pensar. El billete sale.
— ¿Cuánto es?
— Un euro con cinco— contesto con un hilo de voz que suena débil y quebradizo.
Me tiende un billete de cinco. Busco el dinero en el cajón y levanto la vista para darle las vueltas. Al verle me quedo paralizado, con la mano tendida en el aire, mirándole... No puede ser él, es imposible... Sería una casualidad demasiado terrible, demasiado estúpida... Él me sonríe nervioso y alarga su mano. Le doy las vueltas y se aleja por el pasillo, buscando un asiento. Otro pasajero entra y me habla. Sigo vendiendo billetes. Arranco el autobús y me fijo en la circulación, intentando tranquilizarme. Tendría que haber llamado a la central para decir que no podía trabajar.
El peso de mi alma me ahoga y las lágrimas me arden en los ojos y me impiden ver. Pero sigo adelante. No quiero pensar, solo seguir viviendo, recorrer unos metros, esperar un semáforo, recoger pasajeros... Si me paro y pienso, quizá no pueda arrancar de nuevo, tal vez el corazón se me cale y descubra que ya no tengo nada por lo que seguir andando.
Giro a la derecha y entro en la autopista. A mi izquierda se extiende toda la ciudad de Portugalete. Diviso los edificios amarillos que destacan en lo más alto. ¿Que estará haciendo Silvia ahora? Casi puedo verla en mi mente, tomando un café de pie en la cocina, descalza y llevando solo una enorme camiseta azul. Entro y ella me sonríe y parece como si alguien hubiese encendido una luz. Así, sin maquillar, con sus redondos ojos brillantes y su pelo corto y despeinado parece una niña. Y me encanta cogerla en brazos y levantarla del suelo mientras ella me grita o se ríe y me llena la cabeza de música. Quiero quedarme en ese momento, vivir ahí para siempre, pero los recuerdos me aprietan de nuevo el pecho con sus tentáculos negros, provocando un nuevo sollozo.
Si conducir fuese más difícil... He hecho este trayecto tantas veces que mi mente queda libre para pensar, para volver al dolor una y otra vez y no quiero dejar que lo haga. No puedo decidir nada todavía.
Miro de nuevo la carretera. El tráfico avanza lento ahora. Algún accidente más adelante, como todos los días. Levanto la vista hacia el retrovisor que está sobre mi cabeza. El hombre sigue ahí, no lo he soñado. Pero tampoco puedo estar seguro de que sea él. Le vi durante tan poco tiempo... Se parece mucho. Y me está mirando. Incluso parece haber un asomo de burla en sus ojos. El también lo sabe, también me conoce. Quizá me vio en el reflejo del espejo del dormitorio y se pregunta como yo si soy quien piensa.
No, no puede ser. Estoy dejando que mi mente se desboque. Y es lógico. Necesito un culpable, alguien que pague por este dolor, alguien en quien descargar esta rabia que me muerde por dentro. Y no puede ser Silvia. No mi dulce Silvia, mi pequeña, mi princesa...
Miro el contorno lejano de las montañas, borroso por la bruma de la mañana. Estuvimos allí muchas veces, de novios, acampados en lo alto. Oigo su risa mientras, con las piernas colgando sobre el precipicio, yo le señalo el paisaje e imaginamos que son mis dominios y le prometo que la haré mi reina. Después volvemos a la tienda despacio y disfruto del aire limpio y frío que llena mis pulmones y del silencio sólo roto por su voz. Y llega la noche y la abrazo por detrás para darle calor mientras miramos el fuego alto y brillante, y la imposible multitud de estrellas y las luces del pueblo dormido a nuestros pies, a lo lejos. Y le prometo que siempre estaremos juntos, que siempre me ocuparé de ella y sonríe y me besa.

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Juego de espejos
Ficção GeralUn hombre engañado por el amor de su vida tiene en su mano la oportunidad de vengarse. ¿O quizá todo es producto de su mente?