Capítulo 10

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♡CAPÍTULO 10

–¿Qué vas a hacer con eso? –pregunto al verme en la necesidad de ser respondida de inmediato

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–¿Qué vas a hacer con eso? –pregunto al verme en la necesidad de ser respondida de inmediato.

Da un paso atrás.

–Sin mover las rodillas inclínate hacia delante y apoya los hombros en el suelo.

–¿Qué?

La fusta de cuero marrón que tiene en la mano se mueve con violencia y el chirrido que forma en el aire me hace dar un respingo.

–Hazlo –ordena con los dientes apretados.

Con el pánico corriendo por mis venas, hago lo que me dice por temor a las represalias y cuando me muevo acabo con el peso de mi cuerpo repartido entre mis rodillas y mis hombros. Giro la cara para poder respirar y mi mejilla se aplasta contra la alfombra.

Aprieto los labios y contengo el aliento cuando lo noto moverse detrás de mí.

Con mi trasero totalmente expuesto ante él, en mi posición tan horrible, y con esa fusta que no imaginaba que tendría guardada en su vestidor me armo de valor para enfrentarme a lo que sea que viene, aunque intuyo qué puede ser.

Doy un respingo al notar que me toca con algo áspero. La fusta. Empiezo a temblar cuando comienza a acariciarme los glúteos con ella.

–¿Qué debería hacer ahora después de lo que he visto esta noche? O después de que no hayas contestado a mis llamadas.

En su tono de voz se deduce una dureza cortante enmascarada con ironía.

La fusta acaricia el centro de mis nalgas y noto que la conduce hasta la parte trasera de mi sexo. Aprieto las piernas y cierro los ojos con fuerza.

Entonces la fusta impacta contra mi trasero de manera inesperada y grito ante el escozor del azote.

Ha sido más suave de lo que imaginaba, pero de todos modos los dedos de mis pies se han tensado con fuerza.

–Contéstame –exige.

–Haz lo que quieras, William –murmuro.

–¿Lo que quiera? ¿Estás segura?

–Sí... –la voz se me escapa tan bajita que apenas se escucha.

Estoy a su merced y empiezo a pensar que me ha llamado solo para buscar esta situación.

Vuelvo a oír que se mueve detrás de mí y mi cuerpo se vuelve gelatina.

–¿Estás dolorida después de lo de ayer? –me pregunta y, extrañada por ello, me quedo callada pensando que va a decir algo más –. Contesta, Valerie, maldita sea. Empiezo a cansarme de tener que repetir las cosas dos veces.

–Sí –afirmo, a sabiendas de que llevo todo el día notando incomodidad entre las piernas.

–Mejor –dice, el muy cabrón.

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