El cielo siempre nos conquista. Es mágica, sorprendente la capacidad que tiene de hacerlo, de hacer surgir una atmósfera adaptable a cualquier situación y enamorarnos con ella, hacer que nos alistemos para ir a alojarno entre sus olas flotantes. Así, así lo hace, así logra que se nos ilumine el rostro como las luces de las farolas la ciudad que se nos va en cada avión que zarpa a intentar besarlo,claro está, después de atravesar las motas de algodón que cada día se tornan más grisáceas y atormentadas,sin alejar los efectos de un estío que corre a notas indomablemente más fuertes y no, no entienden de pausas con solo un control que ejecute la acción. Las bancas, esas bancas que han sentido las lágrimas de los espejos del alma y han sido la tierra donde germinan nuevas flores, y acogedores de loas, hoy se pierden entre la niebla, ya nadie los toma, la nubosidad no da la opción, solo esa brisa la busca quienes donde no tienen que buscar. Las calles a cada estrella que se apaga se vuelven más borrosas, las mareas se calman, ya nadie ríe en ellas, solo son luces terrenales las que se divisan, y, ¿dónde están los girasoles del cielo? ¿Quién se los llevó? Seguro las barcas son las culpables, se necesitaban para marcar el rumbo, pero no sólo son ellas, todos, todas, hemos conducido con sus almas, las hemos usado como combustible para nuestros deseos, sin pensar en los suyos, y ahora, ¿qué nos queda? Si no hay, ¿se cierran los anhelos, se acaban los sueños? No, algo a de quedar. Pero, qué, ¿qué nos queda?
-(Tu cielo)