Capítulo 17: ser yo.

52 9 14
                                    

Finn Murphy

Mi rutina se rompe en el instante en el que mis costillas  me impiden volver al boxeo y al trabajo. Mi repentino despido pone nuestro mundo patas arriba y, aunque el médico me ha recomendado reposo, paso la horas navegando por internet en busca de una nueva oferta laboral. 

Me siento un inútil vagando por la casa como un alma en pena, ya nada me entretiene y dormir comienza a afectarme en la cabeza. Tirado en el sofá, me percato de que mi casa siempre está bastante vacía. Drew prácticamente vive en la tienda de música y tengo la sospecha de que ha comenzado a salir con alguien, Neil está tan centrado en sus primeros exámenes que pasa la mayoría del tiempo en la biblioteca, además, aunque trata de evitar que nos demos cuenta, me he percatado de su repentina explosión de hormonas adolescente y se ha apoderado del baño para hacer cosas que prefiero no pensar. Daisy sigue sus cuadriculados entrenamientos de siempre y Violet, bueno... ella intenta sacar tiempo para que no me aburra. 

No puedo evitar sonreír cuando pienso en ella. Se ha amoldado tan bien en nuestra familia que ya me cuesta volver a pensar en un futuro sin su presencia. Su dulzura provoca que todo se vea menos oscuro, la comida ya no sabe mal, hay flores en el balcón y ha colocado ambientadores por toda nuestro hogar. Me gusta. 

Hace dos noches, Violet se empeñó en cortarme el cabello, por lo que ahora mis rizos no me molestan contra mis ojos. Neil sintió algo de envidia y también le hizo un nuevo Look. Más tarde, asombrados por nuestra nueva imagen, Daisy y Drew le pidieron lo mismo. El suelo acabó lleno de pelo y, todavía, podemos encontrar alguno en la alfombra. Pero a ninguno nos molesta. 

 Violet es como un día de verano. Soleado, cálido y tranquilo. Y cuando recuerdo el frío tan intenso de su antiguo hogar se me encoge el corazón. No puedo evitar que la impotencia me carcoma cada vez que me acuerdo de cada una de las injusticias que la rodean y, aunque ella nunca se queja, siempre tengo una espina clavada en el tórax. ¿Cuándo se acabará la tranquilidad? ¿Qué día todo dejará de ser sostenible? ¿Cómo puedo evitarlo? No tengo una respuesta y solo me dedico a dejar que el tiempo pase, angustiado y preocupado. 

El cabello de Violet está recogido en una coleta baja, lleva ropa cómoda para estar en casa y sus manos, cubiertas por diferentes cortes, se dedican a dibujar en un viejo Bloc de dibujo. Está sentada frente a mí, con el cuerpo casi tirado en la mesa de la cocina y mis ojos se centran en como su lengua, inconscientemente, se desliza por la esquina de su labio. Como si aquel gesto le ayudase a centrarse más en su dibujo. Esa manía me hace mucha gracia y, aunque quiero gastarle alguna broma, solo me dedico a analizarla con ternura. 

—¿Qué dibujas?—La voz de Daisy entra en casa con su característica alegría. 

La menor deja su mochila tirada en medio del salón y sé que Drew la regañará por ello si no la recoge pronto. Daisy da pequeños saltos infantiles conforme camina hacia nosotros y se abraza a la pequeña cintura de Violet mientras se inclina un poco para admirar el dibujo. La de ojos verdes se aleja un poco del bloc y, al mismo tiempo que mi hermana, estiro el cuello para poder analizar el papel. Siento un cosquilleo en el estómago cuando me doy cuenta de mi cabello rizado y el gris de mis ojos. Es mi retrato. Como me ha proyectado su mirada.

Violet sonríe con orgullo ante el gritito entusiasmado de Daisy y busca mis ojos con cierta timidez. El nerviosismo me juega una mala pasada y esquivo su mirada. 

—Es... muy bonito.— Le aseguro, algo cohibido y me incorporo con cuidado. 

Me doy cuenta de que Violet comienza a conocerme cuando no se enfada conmigo por evitar seguir allí sentado, por el contrario, se dedica a hablar con entusiasmo con Daisy, quien decide comentarle todo lo que le ha ocurrido durante su entrenamiento. Mi corazón sigue latiendo demasiado de prisa y, una vez que sus miradas ya no pueden verme, sonrío. Mis mejillas arden. Mis manos sienten cosquilleos al igual que mi barriga. 

Los hermanos MurphyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora