PRÓLOGO

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|PRÓLOGO|

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Verano del 2023, 5 de Julio. 

Día de la Independencia, 15:04

A Khristina Salvatore le tocaba trabajar aquella tarde. Aunque sus amigos siempre la llamaban Khris o Kris. Solo sus amigos, y algunas personas de su familia que intentaban infantilizarla más de lo debido.

El local estaba casi vacío. Por motivo del Día de la Independencia de los Estados Unidos, todo el mundo o casi todos estaban fuera en la calle celebrándolo y a la espera de los fuegos artificiales de por la noche. Y allí estaba ella. Esperando a que su maldito turno de tarde acabase y que otra la sustituyera para poder irse a casa a seguir trabajando, pero esta vez gratis para la universidad. O a que sus padres llegaran de una de sus manifestaciones hippies que supuestamente habían quedado en el pasado para poder irse a la cama; porque sí, llegaban tarde a diferencia de ella. Si hubiera sido al revés, le habrían echado la bronca.

-Dicen que mañana habrá protestas por todo Nueva York -comentaba la chica de la caja mirando hacia el televisor silenciado, las noticias sin embargo reproduciéndose-. Ni que esto fuera una de esas dictaduras.

-No, pero siempre es buen momento para quejarse -debatió ella. Cogió uno de los caramelos de menta que llevaba en el bolsillo del delantal, el regalo de un niño amistoso, y se lo metió en la boca. La garganta le picó.

Estaba apoyada en la parte exterior de la barra mirando hacia la cafetería. No había nadie, ¿para qué seguir trabajando? Ah, no, espera. Sí que había. Unos imbéciles con malas pintas tomando unos batidos al lado de la puerta y otros con peores pintas, pero que no era ella nadie para juzgar, al otro lado de la cafetería encorvados sobre sus platos y mirando el desfile de personas que pasaban por fuera.

Su compañera se apartó un mechón de la cara.

-Quiero irme ya... -gimió lastimeramente. Khris volvió la cabeza hacia ella-. Tengo que arreglarme para mi cita.

Khristine contó en su cabeza cuántas citas había tenido en ese último mes. Más de tres al menos, el doble y el triple que las suyas sin lugar a dudas. No perdía el tiempo, al parecer. Claro, que no podías dejarte llegar si tenías que pagar tu parte de los estudios y depender de una beca que podían quitarte al momento y hacerte devolver el dinero. Una vida sin preocupaciones, dirían algunos bromistas.

-¿Está Billy dentro? -señaló con la cabeza en dirección a la puerta por la que accedían a la cocina, los servicios privados y el despacho del jefe. Khris estaba interesada en ese último.

-Siempre está ahí. Estará viendo porno o algo, ni idea, pero yo que tú tocaría la puerta antes de entrar.

En parte tenía razón. No era de esas personas "humanas", por decirlo de alguna manera, que vería de la misma forma su posición con la de sus empleados. Ni una que compartía su vida, pero que sí dejaba claras sus intenciones.

-Qué asco.

-Y que lo digas.

Khristina vio la mano de un cliente alzada y se despertó. Fue hacia ellos con una jarra húmeda y fría de agua, que empezaba ya a calentarse, en la mano.

En su mesa había dos batidos aún por terminar y dos teléfonos móviles con carcasas a juego. Dios, si las cosas podían ir peor, eso solo estaba por comenzar. Solo necesitó ver la pegatina verde del Greenpeace en la funda para saber que lo que iba a venir a continuación iba a ser un conflicto de intereses. Por supuesto, como hija única en una familia de abuelos y padres hippies, el interés por saber lo que defendían estaba en la primera fila de sus curiosidades.

EL RUIDO DEL RELOJ -Hobie Brown x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora