Mi familia esperaba con ansias mi llegada. La habitación estaba impregnada de una calidez especial mientras las velas parpadeaban suavemente, creando un ambiente acogedor a pesar del frío penetrante. Sentía el corazón de mi madre latir contra mi pequeño cuerpo, y mi padre se mantenía a su lado, ofreciéndole apoyo y aliento en todo momento.
El tiempo parecía detenerse mientras cada susurro de la naturaleza acompañaba el comienzo de mi vida. De repente, un suave llanto llenó la habitación, y supe que había llegado al mundo. Con lágrimas de felicidad, mi madre me tomó en sus brazos y sentí el amor inmediato y eterno irradiando de sus ojos. Era un hermoso milagro: mi piel clara como la nieve recién caída, mi cabello blanco como los copos de algodón y mis ojos azules como cristales de hielo relucientes.
Mis padres, conocedores de las leyendas y mitos de nuestra cultura, recordaron la historia de la diosa yuki-onna, una entidad celestial que se materializaba en forma de mujer de nieve. Ellos creían que mi aparición en sus vidas era una bendición de la diosa yuki-onna, enviada para traerles fortuna y prosperidad.
Dejando a un lado cualquier inquietud o temor, mis padres aceptaron mi apariencia única y me rodearon de amor incondicional. Tocaron suavemente mi cabello blanco como la nieve y me susurraron palabras de cariño, asegurándome que siempre estarían a mi lado, protegiéndome y guiándome.
A medida que crecía, me convertí en un ser amable, gentil y paciente. Mi presencia alegre y mi espíritu cálido trajeron consuelo y felicidad a quienes me rodeaban. Desde aquel día, mi familia se convirtió en una fuente de inspiración y admiración para la aldea, y yo fui considerada como un símbolo de esperanza y belleza.
Pero . . . ¿Como pude pasar de eso a ser algo completamente diferente? Me vi obligada a abandonar todo aquellos recuerdos, a ocultarme y suportar todas las humillaciones y desprecios de la gente.
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