Verano: Seis años [Amor a primer balonazo]

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La primera vez que Malcolm no pasó las vacaciones de verano con sus padres fue cuando tenía seis años y sus padres decidieron que era mejor que pasara el verano con su abuela en el pueblo cuyo nombre nunca aprendió y que probablemente tenía diez veces más matojos que gente. Llevaba únicamente catorce horas de vacaciones de verano y Malcolm ya había decidido que esas eran las más aburridas hasta ahora.

El día anterior justo después de salir de la escuela con su boleta de calificaciones en la mano su mamá le dijo que tenía que llegar a empacar para dos meses porque se iba a casa de su abuela paterna todo el verano.

Y ahora estaba en el coche de su tía con su papá y su prima sintiendo como si se fuera a morir de aburrimiento. Pero bueno, para un niño de seis años dos horas y media pueden ser tres eternidades completas si las tiene que pasar en el asiento trasero de un coche con un cinturón de seguridad que le pica el cuello, donde ponían canciones que no le gustaban y lo más interesante que había que hacer era ver por la ventana con todo y que el paisaje consistía en muros de contención y anuncios gigantes con números de teléfono, grafitis y alguna que otra falta de ortografía.

Así que no, Malcolm no estaba de buen humor. Lo habían metido a este coche y este viaje con menos de veinticuatro horas de antelación y hasta ahora no se la estaba pasando bien, solo había conseguido un dolor de cabeza por sentarse junto a la ventana por donde entraba el sol en el coche y que su trasero estuviera dolorido y amoldado a la forma del incómodo asiento. Además venía a ver a su abuela que sinceramente ni siquiera lograba recordar más allá de cuando estaba sentada en alguna mesa durante las fiestas de cumpleaños de él y su prima.

Cuando supo que su prima Ulani también iba a estar todo el verano con él en casa de su abuela y que los iba a acompañar todo el camino pensó que al menos no sería tan aburrido, pero lo fue. Fue aún más aburrido porque Ulani pasó la mitad del viaje durmiendo y la otra mitad poniendo música que no le gustaba a Malcolm y platicando con su mamá sobre cosas que el niño no entendía y tampoco nadie se molestó en explicarle, porque eran cosas de adultos y casi adultos.

Al menos Ulani tuvo la decencia de contarle sobre su abuela pues ella solía quedarse con ella más seguido, además de que tenía once años de ventaja sobre Malcolm en conocer el mundo. Por lo que decía, su abuela era buena cuidando niños, lo que fue un alivio pues de no ser buena Malcolm no podía asegurar que fuera Ulani quien cuidara de él y no al revés.

Fue cuando Malcolm casi conseguía quedarse dormido que llegaron. La coincidencia pareció casi un chiste, pero no importaba mucho ahora que por fin había podido estirar sus piernas. Se bajó del coche y se cruzó de brazos mientras su papá y su tía charlaban y charlaban frente a la cajuela en vez de bajar las maletas que Ulani y Malcolm definitivamente necesitaban. El niño solo quería que le dieran sus cosas, pero su mamá decía que tenía que ser paciente así que no se quejó. En vez de eso, se tomó un segundo para mirar alrededor.

Sus ojos miel voltearon a la derecha primero posándose en la vereda por la que acababan de llegar, un camino que se había hecho con el tiempo de las decenas y centenas de personas, carretas y ahora coches que llevaban pasando por el mismo lugar una y otra vez. Al costado opuesto del camino había un bosque, lleno de pasto y maleza muy alta acompañada por arbustos, flores y árboles tan altos que Malcolm no podía señalar con exactitud donde estaba la copa.

Del otro lado había casas, como la de su abuela. La casa de su abuela era exactamente como se la había imaginado, como si estuviera sacada de un cuento de fantasía, de aquellos ilustrados que había en el librero de su salón en la primaria. Toda la casa era de un piso y estaba hecha de madera sin pintar y muros de roca que le daban un aire pintoresco. Tenía grandes ventanales adornados con cortinas que esperarías de un lugar donde vive alguien que ya es abuela y marcos de metal oxidados con algunos rastros de pintura descarapelada que probaban lo hermosos que habían sido esas partes de metal en sus años de juventud. En la entrada de la casa había una única reja que realmente no hacía ningún esfuerzo por proteger la casa. Malcolm era más alto que la reja y ni siquiera estaba cerrada.

Hilos de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora