U N O

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—Bien, clase. Empezaremos con el tema de hoy.

Si quieren que les cuente algo divertido sobre mi día a día, pues están equivocados. Todo es la misma rutina de siempre y para ser sincera no me aburre. Levantarse, aseo personal, desayuno, clases, comer, tarea, cenar, aseo personal y dormir. Sí, tenía amigos y demás, pero no solíamos hacer actividades juntos ya que nunca nos poníamos de acuerdo y terminábamos cada quién con sus propios planes. A veces lo único divertido que hacía en todo el día era observar por la ventana a las personas pasar, algunas con vestimenta deportiva y otras con sus parejas o familia.

Todo parecía estar en balance con mi vida, o eso quería creer hasta hace unos días.

—Dejen los trabajos que les pedí en el escritorio, si son tan amables —respondió la profesora Jazmín con su voz dulce. Nadie podía decirle que no a ella, era un sacrilegio total.

Busqué el trabajo en mi mochila. Entre tantos papeles encontré el trabajo dentro de un legajo, al sacarlo se cayó aquella tarjeta que me había dado hace unos días esa persona. La recogí y volví a ponerla adentro. En este momento no quería saber nada de eso. Antes de levantarme, un chico tomó mi trabajo y lo fue a dejar en el escritorio, dejando mi mano en el aire. No supe cómo actuar en este momento, solo lo miré confundida. De igual manera, no le di importancia, era mejor no pensar en cosas que no tenían relevancia.

Al sonar el timbre fui con mi grupo de amigos a la cafetería. Uno de ellos estaba en el mismo grupo en el que me encontraba hace unos instantes, claramente me preguntaron sobre aquello que había pasado.

—No, no sé y saben que no me interesa —dicho esto le di un sorbo a mi malteada de fresa mientras checaba mensajes en mi celular.

—Oh, vamos Marina —dijo Rossie desde su lugar—. Tienes muchos encuentros perfectos con muchos chicos lindos, desaprovechas completamente tu gran potencial en cuestión de belleza natural.

—Que tenga heterocromía no me hace más bella, ¿sabes? Aparte, ni siquiera cuido mi aspecto físico. Y, como ya he dicho varias veces, no me interesa lo que piensen los demás.

—Ya déjala, Rossie. Siempre se pone así cuando le decimos sus verdades —mencionó André al otro lado de la mesa. Le dio un mordisco a su manzana y prosiguió—. Algún día vendrás a nosotros y nos pedirás consejos sobre el increíble mundo de amor —hizo un corazón con sus dedos y lo acercó hacia mi rostro. Lo miré y reí un poco.

—Pero lo que dice André es verdad, Marina —Helena tomó asiento a un lado mío, alejando a André en el proceso. Este le miró divertido y volvió a su lugar—. Por lo general, nadie se salva de las garras del amor y no, no eres la excepción.

Volví a reír un poco. No tenía más remedio que dejarlos hablar, era inútil gastar tiempo en peleas donde la gran parte de las veces salgo perdiendo. Sentí la vibración de mi celular y una notificación iluminó la pantalla: ‹¿Sí lo harás? ¿O acaso tu peso te lo impide?› Oh, claro. Vaya sorpresa, un mensaje de aquella personita que me había dado esa tarjeta donde me regalaba un mes en un gimnasio muy reconocido de la ciudad. No le veía sentido a sus palabras y por supuesto no pensaba contestarle. Es más, ni siquiera sabía cómo había conseguido mi número, pero desde hace días atrás ha estado mandándome mensajes de esa índole y, como buena persona que soy, no los respondo. No tengo el más mínimo interés en entrar porque sé con qué intención lo está haciendo y meteré en problemas a mi persona. He estado manteniendo la postura ante las cosas que me dice y es lo mejor, evito muchos conflictos.

Borré la notificación antes de que mis amigos lo vieran, no quería que tuvieran preocupaciones innecesarias. Era un tema que tenía controlado y no quería que descuidaran sus temas personales por culpa mía. Aparte de todo, se me había olvidado el nombre del chico, así de interesada estoy con el tema.

Al término de la hora, cada uno fue a sus clases asignadas. A partir de ahora no conocía a nadie y no es como que temiera por andar con gente desconocida, me daba igual. Si me tocaba hacer trabajos con alguien, simplemente lo hacía y ya, independientemente si era el tipo más malo o el más extrovertido de la clase. Iba a lo que iba.

En el transcurso de la clase, sentía que me miraban. No me sorprendía, el cabello rojizo destacaba mucho y mucha gente solía pensar que era parte de un intercambio, inclusive me regalaban cosas y dulces que conocía porque había nacido también en este país. Se los aclaraba y me miraban apenados mientras les devolvía las cosas que previamente me habían dado. No quería aprovecharme de la amabilidad de la gente. A diferencia de esas miradas, esta era diferente. Traté de mirar hacia los lados, pero mi cabello estaba en la época donde se esponjaba mucho y era difícil de controlar. No traía conmigo una liga para poder amarrar mi cabello, así que lo coloqué detrás de la oreja y observé hacia la derecha. Un par de ojos negros me siguieron mirando hasta que se percató que lo estaba mirando y alejó su vista rápidamente. Hice lo mismo que esa persona y seguí prestando atención a la clase.

Cuando por fin terminaron las clases, tomé mi mochila y caminé hacia mi casa. El trayecto era muy corto como para ir en auto, aparte de que me gustaba observar lo que estaba a mi alrededor. Estar en contacto con mi entorno. Abrí la puerta de la casa y claramente no había nadie. Sí tenía familia, pero decidí independizarme para irme adaptando a la vida como una adulta que sabe hacer las cosas por su cuenta. Siento que sí había funcionado, ya que aprendí a cocinar y a saber lavar la ropa para que no se arrugue tan fácil. Mi familia venía a visitarme por lo general cada fin de mes, era agradable verlos cada cierto tiempo.

Dejé las llaves en una mesita que se encontraba a lado de la puerta. Dejé los zapatos cerca de la puerta y caminé descalza con dirección a la cocina. Hoy tocaba comer espagueti y preparar panecillos de chocolate para cenar. Preparé todos los ingredientes y me dispuse a empezar primero la masa para los panes, así podía dejar leudar la masa y aprovechaba ese tiempo en hacer el espagueti, como quiera este último no se tardaba mucho en cocinar.

Pasaron dos horas y media y ya tenía todo terminado. Dejé todo en la alacena y en la nevera, ya no tenía mucha hambre. Decidí primero hacer tarea y después bajaría a probar la comida que había hecho. Fui hasta mi escritorio y dejé las libretas y libros sobre este. No teníamos casilleros en el instituto porque realmente no era necesario. Los libros los pedíamos en la biblioteca y por lo general las tareas eran entregadas digitalmente, salvo algunos maestros que preferían los trabajos a mano.

Puse a reproducir música para así poder concentrarme más y sin darme cuenta, me había quedado dormida encima de los trabajos que estaba por terminar.

El verdadero balance de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora