D O S

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La alarma de mi celular timbró muy fuerte cerca de mi oído, lo que ocasionó que me despertara bruscamente. A consecuencia de ello, me dolió el pecho, así que fui a tomar algo de agua antes de procesar en dónde rayos estaba. Miré la hora de mi celular, ya era de mañana. Golpeé con la palma de la mano mi frente mientras miraba los trabajos. Salvo uno, los demás estaban arrugados y unos tenían rastros de babas que por error había dejado caer. Me mantuve serena, para este tipo de situaciones de mi vida no existía la frase no le des importancia.

Después de pensar cómo iba a solucionar aquel problema, recordé que cerca de la biblioteca del instituto existía un centro de copiado donde, aparte de sacar copias e imprimir, podían arreglar trabajos hasta dejarlos como si tú los hubieras hecho de nuevo. Una sonrisa se mostró en mi rostro y rápidamente me di un baño y me arreglé. Tomé en un bote con tapa algunas fresas que tenía previamente desinfectadas y cortadas y ahora sí amarré en una cola baja mi cabello. Recé para que no se reventara la liga en la nuca.

Corrí lo mejor que pude con dirección a aquel lugar. Había calculado el tiempo aproximado que me tomaría llegar y después dirigirme al salón de clases; si todo salía bien, llegaría justo a la hora con uno o dos minutos máximo de retraso. Sumida entre mis pensamientos, no me fijé que ya había fila en el establecimiento. ¿Entrar en desesperación? No, no debía mostrar aquellos sentimientos. Siempre tranquila. Entre más lo pensaba, peor iba a ser la hora en la que iba a salir de aquí, así que decidí empezar a hacer fila para tratar de acelerar el proceso de mi pequeño problema.

Pasaron los minutos y apenas y habíamos avanzado un poco, no entendía por qué se tardaban demasiado. A lo lejos vi a un chico caminar y hablar con cada una de las personas que nos encontrábamos en la fila, al llegar hasta donde estaba, se me hizo conocido. Sus ojos oscuros se encontraban por detrás de unos lentes de armazón grueso en color azul. El cabello que poseía era un tono más claro que el color de su iris, se veía esponjoso, tal cual se veía una nube. No me había dado cuenta de que le estaba mirando demasiado hasta que hizo un gesto mientras sus mejillas se tornaban rosa.

—Ehm, ¿qué servicio vas a solicitar? —pronunció con una voz densa, pero no de esa que daba miedo, sino que te tranquilizaba.

—El paquete que arregla trabajos y los deja como nuevos. Eh, no me acuerdo del número, disculpa —respondí apenada, ni siquiera sabía qué tan costoso iba a ser ese servicio. Simplemente me había dejado llevar por la emoción del momento. Punto menos hacia mi persona.

Hizo una cara pensativa y segundos después me tomó del brazo y caminamos hacia el establecimiento. Había mucha gente trabajando, trozos de papel yacían debajo de mis pies y el bullicio comparado con el tamaño de ese lugar era increíblemente sofocante. Sentía que se me iba el aire. Él notó que mi paso se hizo más lento y se detuvo para checarme.

—No, estoy bien, solo que —me detuve. ¿Era necesario que supiera más información sobre mí? Él era un completo desconocido—. No importa, en serio.

No pareció que mis palabras lo convencieran del todo, pero respetó lo que dije y siguió hasta dar con la parte trasera del lugar. No había gente, por ende, estábamos los dos solos. Soltó mi brazo y sacó hojas de papel, una extraña máquina que parecía del siglo pasado y varios botes que, a mi parecer, no tenían pinta de que sirvieran.

—Por lo general no suelen pedir este tipo de servicios. Justo en este momento estamos cortos de personal y el equipo que tenemos no coopera con la demanda de gente que suele venir todos los días —empezó a explicar como si le hubiera preguntado el por qué tanta tardanza—. Yo me encargo de hacer el paquete que solicitaste, puedes dejar los trabajos a un lado de los botes mientras preparo todo. El proceso no demorará más de dos minutos, así que tranquila.

Como si fuera un hechizo, no había notado que mis hombros estaban tensos hasta que me dijo eso. Busqué un lugar donde pudiera sentarme y me dispuse a mirar el lugar. Todo se veía rústico, inclusive las paredes eran como si hubieran colocado cada madera hasta lograr ese aspecto tan bonito. Parecía tallado a mano cada cosa que estaba a mi alrededor, desde aquellas paredes que habían capturado por completo mi atención, hasta la mesa donde se encontraba aquel chico haciendo el trabajo que había pedido.

Sin querer, lo volví a mirar. Su piel era de un tono que fácilmente podía compararse con la canela, las facciones que poseía se veían muy marcadas, tal y como se veía una persona que iba al gimnasio todos los días tres horas sin descansos intermedios. La camisa que vestía le favorecía mucho, el tono blanco le quedaba muy bien a mi parecer.

Al parecer, volvió a sentir mi mirada muy fuertemente, ya que me miró otra vez sonrojado.

—¿Podrías dejar de mirarme un rato? —dijo primero, pero luego abrió un poco los ojos y seguido a esto se rascó la cabeza—. No es que no me guste, sino que así puedo terminar antes.

Asentí y saqué mi celular. Era mejor jugar a algo y qué mejor que jugar con Pou. No tenía ciencia, ni siquiera lógica, pero extrañamente te entretenía hasta en los peores momentos. Aparte de todo, la música que emitían los juegos me daba risa. Alimenté a aquella cosa café e inicié el juego que parecía una copia barata de Candy Crush. Mi favorito.

Después de un rato jugando, sentí la presencia de alguien y levanté la mirada para toparme con aquellos ojos. Se quedó un rato mirando y levanté una ceja. Este volvió a apenarse y aclaró un poco su voz mientras me hacía entrega de los trabajos. Los chequé y en efecto, era como si los hubiera vuelto a hacer.

—Muchas gracias, quedaron perfectos —sonreí un poco y saqué mi billetera—. ¿Cuánto es el costo final?

—No, así déjalo.

¿Eh?

—No, no puedo irme sin haberte pagado. Dime en serio, ¿cuánto es? —dije un poco irritada, faltaban menos de cinco minutos para la clase y el trayecto no era tan cercano que digamos.

—Después me lo pagas. Ve ya a tu clase, desde hace rato andas moviendo mucho el pie derecho. Tu ansiedad me indicó que ya te querías ir —antes de tan siquiera decirle algo, posó su dedo índice en mis labios—. Tenemos clases juntos, te puedo recordar la paga en ese momento. Anda, ya ve.

Me quedé perpleja por unos segundos, pero ya que él mehabía literalmente autorizado salir de ahí sin pagarle en aquel momento, salícorriendo del lugar. Y, por supuesto, no se lo contaría a mis amigos, ¿o sídebería? No lo sé, lo pensaría en su momento. Lo primero, intentar llegar antesque el maestro y rezar para que me recibiera el trabajo.

El verdadero balance de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora