Prefacio: Roto

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-Horacio, escúchame.

A pesar de la interferencia, Horacio Perez sintió su mundo venirse abajo cuando reconoció la voz de su querido hermano pequeño.

-Di-cen que no me necesitan más en la organización, mi vida ahí ya no tiene sentido por lo que... no creo que pase la tarde con vida sabes... me están llevando lejos, eh, no lo sé dónde, no lo sé pero tú, eres el único que me permitieron llamar, ni siquiera puedo contactar al viejo, sabes que-

-¡Diles que te quiero!

Gustabo quedó en silencio, asimilando. .

-¡Que yo te necesito! Diles lo que sea pero que no te quiten de mi lado, Gustabo... -murmuraba contra el teléfono, llorando.

Tal vez aquella verdad que tanto aguardaba receloso en lo más profundo de su corazón pueda salvarlo, pueda darle más tiempo a Conway y el equipo de rastrear la llamada. Mantener al teléfono a Gustabo era su misión desde que Volkov le pasó el teléfono, pero admitir sus más bizarros sentimientos frente a media malla de rastreadores y el chico que gusta de él si es necesario para mantener al rubio tintado pegado al celular, lo haría.

Se arriesgaría con todo.

-¿Es... Es verdad?

-... Sí. Siento mucho decírtelo tan tarde...

-Me iré sabiendolo ahora -Gustabo sonrió. Sus ojos empezaron a calentarse por estar reteniendo las lágrimas, suspiró suave y aún si sabía que estaba apunto de morir, no borró su sonrisa al saber que le gustaba al amor de su vida -. Yo también te quiero.

Y así, le colgó.

Sintió como le apretaban de los hombros para guiarlo en medio de todos aquellos hombres con cuentas pendientes con él y el intendente Conway.

Con la punta del zapato de alguno de los hombres que lo sujetaron le golpeó detrás de la rodilla, haciendo a Gustabo trastabillar y caer. Su corto cabello rubio estaba desordenado, un mechón de este húmedo se pego a su frente y poco más cerca del ojo, impidiéndole una buena vista, pero no era necesaria. Sabía que ver ahora no le serviría. Otro hombre de dinero e influencia se paró justo frente al arrodillado, silbando bajito, gozando de tener al sub- inspector Fred y a la vez a la rata de alcantarilla entre su Mafia, Gustabo García.

Observó cada detalle de su traidor, chaqueta gruesa roja, pantalones ajustados y zapatillas blancas. El disfraz que le hacía pasar desapercibida pero era simbólica para el pequeño rubio, aunque éso el mafioso que le apuntaba a la cabeza con un arma no lo sabía.

Y a pesar de su deprobable condición, aún así no borraba esa ligera y resignada sonrisa.

-Gustabo García, ojalá te pudras en el infierno.

-Será un gusto esperarte allá, calavera -su mirada azulada se elevó, su destingido brillo inusual en alguien que va a morir hoy retandole.

Y eso enfureció más al calavera y clavo con enojó la boca del arma en la frente blanca del él.

-Cuidaremos bien de Horacio. Le haremos respetar y recordar cada maldito día que con mi familia, nadie se mete...

Y a pesar de no verle el rostro por la máscara, Gustabo podía jurar que la expresión de este era en sí parte una furia por la traición de su dúo favorito (como trabajadores de su mafia) y a la vez miedo, porque sabía que no podría llenarle de pesar la muerte de Gustabo. Y el rubio se alegró por eso. Sabía que Conway no dejaría que Horacio volviera acercarse a la Unión luego de ser avisado que lo tienen secuestrado, y mucho menos cuando descubran su cuerpo inerte en algún punto del mar cuando lo tiren del yate, si es que logran atraparlos antes de que crucen la frontera. Por esa información se sacrificó. Sacrificó su pellejo por el trabajo que tanto odiaba y que lo hizo crecer como persona, por la oportunidad de ser alguien diferente y empezar de nuevo.

Tuvo tantos momentos felices alado de Horacio, tanto que la despedida no los podía hechar a perder. No quería quererlo tanto como lo hizo, porque sabía que aún no estaba listo, pero, por ironías de la vida misma, justo cuando le quitarán su último suspiro, aceptó que ama a Horacio. Como persona, como hermano, como todo.

Y viera deseado poder llenarlo de amor y más momentos juntos sino fuera porque la bala atravesó rompiendo su cráneo, destrozando sus ilusiones y acabando con más oportunidades.

El cuerpo cayó pesado al suelo. Luego de la primera bala le siguieron otras a su cuerpo. Fue doloroso sentir arder en fuego por segundos cortisimos su piel, las perforaciones profundas drenando cantidades de sangre aberrantes y hermosas para él. Porque eso significa que estaba vivo, cosa que desde hace mucho no sentía, cosa que ahora no le servía.

La muerte fue tan fría cuando le rodeó los huesos como también lo fue cálida, y sus ojos se sintieron decepcionados de no alcanzar a ver al último rostro que recordó: Horacio... Su héroe Horacio.





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El Sol no tubo luto ni respeto por su muerte. Siguió marchando y haciendo pasar los días, meses.

La entrada de la comisaría se balanceo luego de la salida del intendente. Tomó sus llaves y encendió rápido el motor del coche luego de entrar en segundos en él. Avanzó hasta perderse del bullicio de la ciudad, y con la radio sonando "Marlon" suavemente, llegó al lugar más caluroso y abarrotado de gente y niños en esa época de julio.

Las olas y gaviotas sonando de fondo ambiental, la brisa salada deslizándose por sus facciones y decidió permitirse llenar sus pulmones de ésta, el aire moviendo su cresta. Alzó los brazos y miró al cielo completamente azúl y la gran bola solar brillante. Se quitó los lentes y bajó la vista para empezar a caminar un poco por la orilla, remojando sus pies con la caliente agua del mar.

No se suele mentir muy a menudo, pero las veces que lo hacía eran necesarias. Incluso las mentiras lograban salvarlo de muchas emociones que podían lograr hacerlo caer. Esta vez no sintió que mentía al pensar que esa ventisca de aroma salada y fresca era porque al fin estaba pleno estando ahí, viendo el mar justo ahora.

Desde la caída de uno del equipo de policía de Barcelona, el antiguo (super) intendente renunció a su puesto al ver el ataúd frente a él.

Horacio estuvo apunto de renunciar y caer también, pero se mintió luego de recibir apoyo, luego de ver el mismo ataúd que proclamaban que era de Gustabo. Pero solo era un ataúd vacío a fin de cuentas, no merecía lágrimas, ni siquiera para derramar los recuerdos y perdidas ilusiones.

Se mintió creyendo que lograría encontrarlo caminar por la orilla del mar. Y por eso, desde ese día, no dejaba de visitar la playa, la favorita de ambos.

Suspiró. Debía dejar ese baúl de mentiras pequeñas y empezar a ver lo que en realidad fue. Gustabo nunca lo dejaría, porque sabe que están conectados, y a donde quiera que vayan, aún saben que se quieren tanto como el maravilloso y glorioso mar infinito.

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⏰ Última actualización: Dec 11, 2023 ⏰

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