Hubo un enorme regocijo en Burgos por el rescate de la infanta, y también la villa de Nájera. Con la hazaña del Caballero Triste, y el regocijo en Burgos muchos cristianos que vivían en Nájera acudieron en tropel a la ciudad para ofrecerse al rey, y le rogaron que su ejército marchara contra las ciudades que seguían tomadas por el ejército sarraceno.
Estaba el rey más dispuesto, en cambio, a celebrar con festines el rescate de su hermana y la recuperación de la villa que a salir a afrontar una campaña que podía ser larga y hasta acabar mal para las armas de los castellanos. Y no es que fuera cobarde el rey, que muchas pruebas había dado de no valorar mucho su vida en múltiples proezas; sin embargo, aunque no temiera a la dama de la guadaña, sí temía las molestias, privaciones e incomodidades de una campaña bélica, cuando llevaba él en palacio una vida tan cómoda y placentera. Sin embargo, como Isayo lo animó tanto y además lo hizo en público, aunque con respeto, el rey Juan, por no quedar en evidencia, se desprendió de la pereza y se decidió a comenzar una campaña.
Antes de comenzar el ataque, anunció a condes y caballeros y a sus buenos burgaleses, por pregones de heraldo, que el caballero Isayo de Leonís llevaría en su escudo la figura de la infanta y que, al volver vencedores de los sarracenos, se celebrarían en Burgos grandes fiestas para solemnizar las bodas del caballero Isayo, caballero de Bretaña, y la infanta doña Mayor de Castilla.
A Isayo no le agradó escuchar aquel pregón, pues cada día estaba más convencido de que no era por la infanta por quien ardía su corazón, sino por la misteriosa hada, la de los cabellos de luz. No obstante, se consoló pensando que aún no se había celebrado el matrimonio y que ahora sólo importaba vencer en la batalla en nombre de Dios y del rey Arturo.
Empezaron así los preparativos para la contienda y la ciudad de Burgos ofreció una gran cantidad de oro para armar convenientemente a tantos voluntarios que acudían a alistarse. Isayo organizó la caballería, y el rey Juan se puso al frente de arqueros y peones. Los herreros no dejaban de forjar lanzas, puntas de flecha, espadas, rodelas y capacetes. Las mujeres confeccionaban, con cerro y telas de estopa corazas. Los monjes enviaron a sus novicios más fornidos y alentados a combatir, con provisiones de medicamentos y hierbas medicinales, toneles de vino y grandes cargas de tocinos y cecinas. Iban llegando de muy lejos los señores y condes, con sus pendones y sus mesnadas, impacientes de pelear.
Salidos no se sabe de dónde, algunos franceses acudieron a ofrecer su espada para pelear junto a Isayo.
Burgos estaba lleno de ruido, de actividad, de marcial alegría. En la catedral, que no se cerraba de día ni de noche, ardían centenares de cirios, y la salmodia de los rezos se parecía al zumbido profundo de los enjambres de abejas.
Y por fin, una mañana se puso en marcha el ejército. Las campanas volteaban, y entre la multitud se oían lloros y también exclamaciones de esperanza y aliento. Las mujeres alzaban en brazos a los niños para que los padres y hermanos los viesen todavía una vez. Dos abades bendecían a las tropas. El arzobispo no bendecía porque iba, en su mula al lado del Rey, dispuesto para pelear como cualquiera. En su silla, una virgen de marfil iba guardada en su caja, y en un saquillo portaba el cáliz, a fin de poder decir misa.
La infanta, desde el balcón de palacio, agitaba, deshecha en lágrimas su paño para despedir a su padre y a su futuro esposo, el mismo que la había rescatado. Franqueó las puertas de la ciudad el torrente de hombres y caballos y se derramó por el campo amarillo, donde el trigo acababa de ser segado. Los villanos salían a la calzada a ver pasar a los guerreros. Un labrador, mozo y bien formado, corrió al pueblo a pedir prestada una vieja lanza y se incorporó a la tropa, cantando alegremente.
Caminaron tres jornadas hasta que llegaron a las avanzadas y avisaron que se divisaba el ejército de los sarracenos. Era tan numeroso que cubría toda la llanura en incontables huestes de a pie y de a caballo. Tronco, el fiel escudero, se adelantó y trajo más noticias.
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La última Hada
FantasyLa pasión fatal de Tristán e Iseo tuvo como fruto a un niño: Isayo. Como su padre, quien fue caballero de la tabla redonda, Isayo está destinado a grandes hazañas, pero solo con la ayuda del hada Bibiana sobrevivirá.En esta trepidante novela artúric...