Capítulo tres.

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Quizá había idealizado demasiado a los europeos y americanos promedio, pero lo que estábamos haciendo ahí no era precisamente lo primero que mi mente proyectó cuando Terry me dijo que deberíamos salir a pasear junto a Beom y Daniel. De todo pensé, desde ir al cine y luego comer helado, hasta ir a una discoteca y vivir la noche más emocionante de mi vida, pero por mi mente jamás pasó la sola idea de ir a una biblioteca que tenía música clásica de fondo.

Había sido un poco raro, especialmente sentí un poco de pesar por el más pequeño de los cuatro, porque estaba claro que en realidad a ninguno de los otros tres nos parecía el mejor plan del mundo. Quizá de mi parte suene poco intelectual, pero el plan de salir a leer me sonaba bastante aburrido. Me entretuve un poco hablando trivialidades con Beomgyu, pero dentro de poco él ya estaría admirando a Terry, quien mantuvo entre sus manos un libro de ciencia ficción y romance. Lo leía con paciencia, y a su lado estaba Daniel, su novio, quien leía una revista de deportes, tenía portada azul y letras rojas, un balón de fútbol en la esquina y un rótulo escandaloso que decía "Sport".

Beomgyu, al frente de Terry, junto a mi, bebía una tacita de café sin azúcar y pretendía leer un cómic de aventuras. Lo había elegido diciendo que era uno de sus favoritos, que lo había leído una y otra vez y esta era la ocasión número doscientos quince, pero que esa era una edición más nueva que la que tenía en casa. Sabía que era mentira, porque mi buena memoria fotográfica recordaba ver la misma exacta portada junto al estante en el que colocaba a Theresa (cuando no estaba en su cama, colgada en su espalda o entre sus manos y regazo).

Era obvio que lo había elegido porque al igual que Daniel y yo, solo estábamos allí por el chico de ojazos bonitos. Pero lo de él era más evidente; el novio de Terry tenía su brazo posicionado alrededor de la envidiable cintura del más bajo, pero se enfocaba todavía en la revista que tenía al frente suyo; en cambio, Beomgyu parecía ser incapaz de despegar su mirada de la cara de Kant(*).

Era impresionante esa vibra de calma y placer que le transmitía con tan solo mirarlo. Era como si amarlo no le doliera, aún cuando no era algo recíproco. El sentimiento que demostraba daba a entender que de por sí admirarlo en silencio era más que suficiente.

Beomgyu me había explicado un par de cosas después de la tremenda confusión causada por Terry. El tipo de cabello largo había estado enamorado del muchacho durante ya casi un año, pero nunca había querido decirle nada porque su mejor amigo era su novio. Entonces prefería dejarlo en elogios educados y miradas dicientes, charlas profundas y actos de servicio. Me dejó en claro que jamás intentaría algo con él porque netamente no se sentía completamente merecedor del chico.

Y era en momentos como esos que sentía que la vida europea estaba demasiado romantizada. Eran los mismos adolescentes problemáticos como la mayoría de chicos en mi curso, los mismos enamorados no correspondidos como Beomgyu, la misma parejita cliché de deportista y nerd como Daniel y Terry. Y en especial (sarcásticamente) estaba yo, el mismo tipo de siempre que buscaba algo emocionante pero no lograba salir de su monotonía.

—¿No les parece linda la música de fondo? —Daniel hizo aquel comentario como para sacar conversación. Supuse que no le hablaba a Terry porque él estaba completamente concentrado en su interesante lectura.

—Sí, es linda. Relajante, supongo.

—Es Balada Para Adeline, de Clayderman —solté el dato sin motivo aparente, solo porque sí. No esperé que ninguno fuera a contestar nada, por eso continué—. No me gusta mucho, pero tampoco está mal.

—¿Qué te gusta entonces, Steve? —preguntó el tipo de cabello castaño y ojos café, Daniel, el basquetbolista obsesionado con pinta de bully de novela.

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⏰ Última actualización: Apr 30 ⏰

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