—¿De verdad creíste que sería tan fácil deshacerse de nosotros?— Preguntó una voz burlona, encendiendo todas las alarmas de Leo, el chico miró a su alrededor una y otra vez, tratando de ver algo entre la oscuridad que lo rodeaba y el silencio estremecedor. El prodigio de los San Juan crujió los dientes, apretando los puños mientras se paraba derecho.
—Muéstrate— exclamó serio.— sé que no eres real— añadió por lo bajo mientras tomaba una pequeña bocanada de aire.
Una risa siniestra resonó justo en su nuca, erizando la piel y haciéndole saltar, una sombra se materializó tras de él, aquella sonrisa maligna casi oculta bajo un ancho sombrero de charro.
—¿Quién decide entre la línea de lo real y lo que no?, de todas las personas, tú eres quien mejor debería entenderlo— murmuró el Charro.— Mira nada más, has crecido bastante desde la última vez que nos vimos— sonrió el ente, Leo dio un paso cauteloso hacia atrás, sin perder de vista los movimientos de su enemigo.
—y tú te ves más demacrado— el humano se atrevió a burlarse, mirándolo de arriba a abajo.— la derrota no te sentó bien, ¿eh?— su sonrisa borró en el momento en que el charro volvió a reír. Una ráfaga de aire frío le recorrió los huesos.
—Tal vez lo hayas olvidado, Leo... pero el gallo cantó aquella vez— tarareó complacido.— Y quien pierde contra el charro negro está destinado a pagar su deuda de una forma u otra— el hombre mayor susurró, agachándose para quedar cara a cara con el chico.
La mirada de Leo no vaciló, enfrentándose a esos ojos de color sangre que trataban de ver a través de su alma.
—Todas tus decisiones te trajeron aquí— La voz de una mujer fue quien los interrumpió, el pulso de Leo se disparó a mil por horas. Por un segundo, volvió a ser aquel temeroso niño de ocho años totalmente solo en una vieja casona.—No hemos olvidado lo que nos hiciste— siseó la Nahuala, disfrutando del miedo que inundó en el joven San Juan.
—Tú...— Leo tragó en seco, tratando de recomponerse.— ¡acabamos contigo!— rugió el muchacho, el cuerpo del espíritu parecía crujir al moverse, pero se quedó callada.
—Nada es para siempre, Leo San Juan, el mundo de los muertos se maneja de formas que un mortal no alcanza a entender— Una voz sollozante se coló por sus oídos, una figura de largos cabellos negros se deslizó flotando entre las penumbras, sus ojos rojos le causaron un horrible deja vu, más asociado al hombre detrás de él que a la Llorona enfrente suyo.
—¿Yoltzin?— los ojos del chico se abrieron con asombro.—¿P-por qué estás aquí?, ¡te vi ascender junto a mi madre!— reclamó, la mujer pareció retroceder un poco ante su arrebato, el rostro siendo ocultado por ese escalofriante halo verde, la pena en sus iris que se negaban a verle. Un escalofrío recorrió la columna al chico mientras su corazón le caía a su estómago.—Yoltzin... dónde...¿dónde están tus hij-
No terminó, siendo interrumpida por la risa sarcástica de otro hombre.
—¿Crees que palabras bonitas y unas cuántas lágrimas bastan para calmar la ira?, ¿para apagar el dolor?, estás muy equivocado— escupió el viejo noble, de su mano jalaba una cadena conectada al cuello de otro antiguo conocido, el chupacabras.
—Rousseau— gruñó Leo, el rugido de la enorme criatura frente a él le hizo retroceder, chocando contra el charro.
—Es una encantadora reunión, ¿no te parece?— se burló el hombre de sombrero, tomando de los hombros al muchacho, quien se congeló ante el tacto frío pero familiar, incluso desde su posición, pudo sentir al charro extendiendo su sonrisa.
—Tú les hiciste esto— Leo susurró furioso, dándose la vuelta, apuntó con un dedo acusador en el pecho del demonio.— ¡tú los trajiste devuelta!— bramó, y aunque ya no era tan bajo como a sus catorce años cuando conoció al charro, la diferencia aún era bastante notoria.—¡¿Cómo te atreves a molestarles en su descanso?!— arremetió con fuerza, pero la mirada del charro no cambió.
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El regreso de las sombras
FanfictionLeo trató de olvidar muchas cosas una vez que volvió a Puebla, una de ellas fue , que de hecho, perdió la apuesta contra el Charro Negro. Nadie puede escapar de las garras del destino, y una vez que el charro deja su marca no hay lugar donde esconde...