Narcisa era una muchacha italiana, amante a los libros y de huraño comportamiento, según su madre.
Un día la familia de Narcisa decide ir a visitar una playa, pero al ver el aburrimiento de Narcisa, deciden desviarse de los planes y viajar a un pue...
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Aquella tarde de domingo, acogedora y pintoresca por excelencia, para muchos no había que hacer. Los niños correteaban por la acera, mientras se les oía exclamar a sus madres. El viento se agitaba con fervor y el sol brillaba con intensidad, era un día de verano como cualquier otro en La Toscana.
Aquella región de Italia era conocida a nivel mundial por su gran riqueza de monumentos y obras de arte, por lo cual, para los artistas apasionados se volvía un paraíso por excelencia.
Narcisa no era originaría del lugar, nació en Los Santos, una provincia de Panamá; sin embargo, fue criada en casa de sus abuelos paternos en Florencia, una cuidad de La Toscana.
Ella era una adolescente más, aunque, según su criterio, su apariencia era su orgullo más creciente, después de sus pasiones. Era de estatura promedio, pero delgada y de silueta grácil, con unos ojazos azules y de cabello rubio rizado, con unas mejillas coloradas y con pecas que se esparcían por el resto de su cuerpo como astros en el firmamento. Hoy llevaba un vestido color lila, con escote y con la espalda descubierta, era de esos que llevaban tiras de estilo Halter.
La familia de Narcisa había decidido ir, justamente aquella tarde, a la playa. Narcisa no tenía demasiados ánimos de ir, su plan por excelencia los domingos era encerrarse en su habitación y leer hasta que sus ojos enrojecieran, prefería mil veces quedarse en casa con su biblioteca personal.
Aún así, los ojos de sus padres al dirigirse a ella y al hablar de sus planes, se veían tan radiantes como una propia supernova, así que ha accedido sin rechistar, además, Narcisa amaba el mar.
En la playa, la compañía de Narcisa esta vez se trababa de «La Metamorfosis y otros cuentos», de Franz Kafka. La Metamorfosis se trataba, por lo menos hasta donde ella había leído, de un joven muchacho llamado Gregorio Samsa, que se transformaba en un escarabajo. El concepto que manejaba Kafka era innovador e interesante, sin dudar, Narcisa se sentía cada vez más fascinada al leer sus ocurrencias.
─¡Ay, mi niñita, ven aquí! ─su madre la llamó, con todo el cariño que pudo expresar en aquel instante─. Suelta tu librito, camina por la arena y disfruta del rugir del mar, escucha el canto de las sirenas y zambúllete a hacerle compañía a ellas.
─¡Ay, mamaíta querida! No tengo ganas de ello, hoy no quiero explorar, buscar algo más allá, pero lo haré, simplemente para cumplirte tu capricho.
La mirada de su madre reflejaba fulgor y esperanzas. Narcisa tenía ya quince años, y era de esas muchachas que no se podían negar ante las peticiones de sus seres queridos, por ello miró a su madre con lástima mientras le entregaba el libro, su madre meramente rió.
En busca de auxilio observó a su padre, aunque no sirvió de nada ya que él estaba ocupado abriendo una sombrilla de playa.
Por ello, resignada, Narcisa se levantó de la butaca en la que estaba sentada anteriormente, y emprendió su recorrido por la playa. Narcisa no comprendía el afán de su madre porque se levantará, aquella playa la familia la conocía como la palma de sus manos, ya que la concurrían todos los veranos.