Maldición

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El calor se apoderó de su cuerpo. Dejó de sentir las yemas de los dedos para sumergirse en un paraíso ardiente. Sus ojos se tornaron en firmes hogueras que se extienden por la arboleda y tiñen sus ramas en un negro ceniza.

Una voz desconocida vociferaba tras el denso muro que se situaba frente a él. Invocaba su nombre una y otra vez, suplicando que acudiese en su ayuda, pero de nuevo, no había nada que pudiese hacer. El tono de aquellos gritos dejaban reconocer sus sentimientos, que se apagaron en un estallido ahogado.

La razón no le respondía y el desasosiego se disparaba cual cañón invoca un rayo de luz. No había nada a su alrededor. Agitaba su cabeza de un lado para otro, en busca de una salida o una vida que salvar. Pero no había esperanza en aquel escaso terreno. El peligro se ceñía a sus pies temblorosos, a sus delgados brazos que pedían auxilio, y que no lo encontraron.

Su blanca piel fue invadida por el rojo del fulgor, provocando una leve erupción que a medida que pasaban los segundos, iba cruzando aquella capa frágil y superficial hasta llegar a sus huesos.

Los pies no le respondían, y la caída le arrancó el pellejo del hombro.

No importaba cuánto gritase, él mismo sabía que nadie vendría a buscarle, y si así fuese, ya sería demasiado tarde, pues ya había servido a los dioses, haciendo de combustible y dejando un recuerdo óseo y calcinado cuando el infierno se extinguiese.


La misma pesadilla ocupaba sus noches de primavera día tras día. Jaldan se apartó aquel pelo plateado de su cara, se encogió de hombros y observó sus manos sudorosas. En el pasado, aquellas manos habían sido su mejor herramienta, pero aquel héroe falleció hace mucho. Las odiaba. Las odiaba con toda la ira que podría reunir el peor de los demonios, así que corrió a la planta baja a buscar sus nuevos guantes. Aquellos anteriores guantes encantados siempre le habían protegido de sus fantasmas, pero la tarde anterior una sensación abrumadora recorrió cada una de sus células, incapaz de reconocer si se trataba de miedo, esperanza o incertidumbre.

Jamás en sus dos años en la prisión en la que se había visto obligado a encerrarse le había fallado el conjuro. Ocurrió durante la compra.


En la parte baja de Thalos solían reunirse pequeños comerciantes pesqueros y agrícolas que trabajaban en las afueras. Los campos solían ser agraciados por el Supermo, y los mares bendecían los puertos con grandes cantidades de atún y salmón. Una de las pocas ayudas de los dioses que recibían los seres tras los muros. A Jaldan le encantaba salir de las murallas para jugar con los huérfanos. Había uno en especial que a pesar de tener Jaldan una baja estatura, siempre se colgaba de su brazo, imitando al simio que asesinó a su hermano cuando él era todavía un recién nacido, otra niña le solía hacer pequeños regalos como un dibujo o las sobras de la cena del día anterior. Jaldan respondió a sus obligaciones y se dirigió hacia las calles más comerciales. A pesar de ser un barrio pobre, había alimentos de todo tipo. Desde grandes cantidades de carne hasta toneladas de aquel arroz tan famoso.

Al hacerse con una buena cantidad de alimentos y varios productos de limpieza que le escaseaban, se despidió de los que de vez en cuando consideraba vecinos y volvió a dirigirse hacia los ascensores.

Thalos se encontraba construida sobre una gran meseta. Sus altas murallas alzaban la ciudad para que nadie más pudiese entrar. Claro que habían entradas de emergencia, pero nadie se atrevía a ni siquiera intentar entrar sin permiso a la ciudad.

Los guardias custodiaban los elevadores, y como era normal, le pidieron la identificación. Todos los habitantes tenían su propia identificación y hechizo de seguimiento, algo realmente útil para atrapar rebeldes y demás delincuentes. Nunca dejaba de sorprenderle la gran diferencia social con la que se encontraba a medida que iba ascendiendo. Las vistas dejaban mucho que desear. Edificios antiguos en ruinas, inestables barracas de madera y cañerías oxidadas encargadas de transportar agua no potable a puntos clave de los suburbios.

Tamashi no Chikara III: JaldanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora