Parte única

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Faltaba poco para el atardecer, con perezosa lentitud el cielo se teñía de colores cálidos y las sombras cada vez se alargaban más, se unían y entrelazaban formando tenebrosas redes donde cualquiera podría caer.

Una de aquellas sombras, la más espesa, seguía en silencio a la princesa de las hadas. La chica iba recordando y pensando en sus antiguos amigos, se había encontrado con la mayoría, todos la aceptaron tal cual era y volvieron a ser sus aliados, pero quedaba ella.

— ¿Por qué no se atreve a verla? Preguntó el ser que caminaba cual gato a su espalda.

Pasaron unos segundos tensos y la chica se detuvo junto a un parque solitario. —Porque no estoy segura de si seguimos siendo amigas, hace tanto que no hablamos, hace tanto que nos distanciamos, hace tanto que no pensaba en ella de esta forma.

—Pero debe intentar acercarse, si en verdad su lazo es verdadero no habría que temer.

La chica no respondió y solo se limitó a perderse en el pasado. Su acompañante la observó, allí sentada en medio de la mala hierba la princesa parecía una estatua antigua.

Itzala decidió dar media vuelta y volver por donde habían venido.

Su larga y esbelta sombra asustó un poco a aquella joven. —No pasa nada, estoy del lado correcto, no voy a dañarte.

La joven soltó el aire y miró de arriba abajo a ese ser. Él se dio cuenta y rio con suavidad.

—Yo no importo ahora, solo vengo a decirte que hables con tu amiga, sabes, ella nunca lo admitirá en voz alta, pero te extraña mucho.

—Así que tienes dudas, pues me han dicho que soy bueno dando consejos y ya me lo creo.

La joven miró en dirección al parque e Itzala supo que había despertado su curiosidad.

—En palabras de mi señora tu eres aquella chica torpe, amable y leal de su juventud, sí, tu eres importante para ella y sí, lo que piensas, ella no te a olvidado, nunca lo a hecho, es solo que las circunstancias las han separado, pero ahora dime niña, ¿en verdad la amistad es capaz de sobrepasar cualquier barrera, o es solo una ilusión que ustedes los humanos atesoran tanto que sin importar el tiempo siguen valorando?

—No pongas esa cara, me parece que se nota de aquí a Dortoka que yo no soy humano, pero eso no quita que no los conozca como me conozco a mi mismo, se que muchas veces ustedes son capases de amar y odiar con tanta intensidad que algunos matan por ello, pero otros se que mantienen un vínculo especial, algo que llaman amistad.

—Así que dime niña, ¿vas a aferrarte a ese lazo como intenta mi señora?, ¿o vas a dejar que se deshilache hasta que se rompa?

—Ya veo, sigues dudando, yo no soy quien para cuestionarte, pero la lealtad es algo que escasea en estos tiempos oscuros y me gustaría que tu y ella siguieran siendo amigas.

— ¿Qué, quien o qué soy?, no es que importe, ¿o sí?

Itzala se puso a la altura de la joven y se bajó la capucha con orejas de gato, ella retrocedió al ver aquel rostro pálido, él solo entornó los ojos felinos y pasados unos segundos se volvió a erguir.

—Yo se que eres buena, a diferencia de mi tu eres sincera con los que te rodean, solo recuerda que los amigos y la familia valen incluso más que otras cosas que por la superficie parecen brillar como oro, pero resultan ser una ilusión.

—Mm, pues yo, tampoco estoy seguro de si soy su amigo, pero de que le tengo cariño no hay argumento que pueda demostrar lo contrario.

La joven intentó decir algo más pero Itzala le puso una mano blanca en el hombro y con su voz suave y un poco melosa habló:

—No dejes ir la oportunidad, ve y dile a tu amiga que la quieres, que por lo menos le preguntarás cómo está cada tanto, yo se que ella te responderá de buena gana.

La joven asintió y la sombra la dejó sola de un segundo al otro.

Los últimos rayos de luz solar apenas le hicieron daño y volvió junto a su ama.

La princesa levantó la mirada cuando Itzala regresó y lo miró muy seria.

—Me pregunto si tú en verdad también eres mi amigo, o si solo eres la sombra que cuida mi espalda por cumplir órdenes.

—Mi señora, eso no se pregunta, la amistad se demuestra, no se pregunta por ella.

—En tal caso luego iré a darle un abrazo.

—Me parece una decisión sensata.

—Ya, sabes Itzala, eres muy rarito.

—Sí señora, lo soy porque tal vez ni siquiera existo y solo soy una sombra parlante que funciona como su conciencia.

—Yo también te quiero, maldito gato.

—Yo tal vez, princesa..

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El valor de la amistad no se mide en palabras sino en actosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora