Ⅰ. Andante

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Lo llevan puesto en mi sábana
mis adelfas y mi palma.

Día veintisiete de agosto
con un cuchillito de oro.

La cruz. ¡Y vamos andando!
Era moreno y amargo.

Vecinas, dadme una jarra
de azófar con limonada.

La cruz. No llorad ninguna.
El Amargo está en la luna.

García Lorca


Las miradas perdidas de los presentes se abandonaban entre un sol que lloraba rayos que tocaban a sus espectadores, dejando marcas rojizas en la piel virgen. El sol, cegado por el resplandor de La Luz Viviente, brillaba alejando las nubes de si, en un vano intento de sobrepasar a su creador. Una luz áurea y ácida creaba vapores en el aire, se mezclaba y se transformaba, escapaba de las manos de los mortales que se recaban en la tierra infértil despojada de cualquier tipo de hierba sana. Pasos pesados recubiertos de zapatos de cuero pisaban sobre el pasto desnudado de su glauco color, pasos amortiguados por la tierra sorda que absorbía el fulgor solar que permanecía cautivo entre raíces muertas. La inmundicia, que se veía reflejada en la perla inmaculada y brillante, caminaba a través de la llanura con pisadas débiles por la tristeza y el sol. Se respiraba con dificultad ante un aire fluctuante y pesado, cargado de fragmentos de los rayos del dios Eolo que se escondían en la imagen de un polvo del cual era mejor no saber la proveniencia. Mi piel ardía ante tal luminosidad, cubriéndose de una lámina de vapor que vagaba perennemente entre las células de mi rostro, creando manchas casi invisibles sobre la sangre caliente que corría bajo mis tejidos. Mis dedos pasaban por mis cabellos, entrelazándose en un vano intento de aliviar en calor que bajaba por mi espalda y me mareaba. Mis blancas hebras escondían un calor maldito que me impregnaba de una fiebre pasajera e incómoda con la cual Hipnos me llevaba lentamente hacia su hijo, que tendía sus manos ante mis ojos claros. 

La marcha febril de la muchedumbre seguía mi propio caminar en una melodía asimétrica, una cacofonía que se mezclaba con el zumbido de las cigarras confundidas que producían su canción a altas horas de la mañana. Su cantar impregnaba las ropas de los caminantes que movían sus piernas de forma pesada, los huesos ataviados entre la carne impidiendo la peregrinación en modo ligero gracias a tristezas hundidas entre sus poros. Cargando un ataúd que pronto sería olvidado, se encontraban tres hombres de ojos escondidos entre las delicadas líneas de sus células envejecidas que se dejaban caer exhaustas en profundas arrugas. Estos tres hombres eran el reflejo de la procesión presente que mantenía la mirada baja por el sol y por el peso de una situación que no podían controlar. Sus expresiones sinceras y vulnerables se amontonaban en el firmamento. Se me dificultaba enfocar en una al verlas en tanta cantidad ante un suceso del cual todos sabían: La Muerte, fuerza igualadora y entidad preciosa, tenía una presencia dolorosa imposible de ser ignorada. Su presencia se colaba entre los transeúntes, les agarraba de las manos y besaba sus nudillos para que con su invisible saliva mantuviesen vivo el recuerdo de que ella se mantenía a una distancia íntima con cualquiera que hubiese sido creado por las manos de Dios. Hija y compañera del destino divino se mantenía en los ojos abiertos del difunto del cual yo no podía hacer nada más que intentar sentir el dolor amargo de la perdida en mi corazón ajado y amoratado. Mi mirada se distraía continuamente con los ojos abiertos del joven muerto. Ojos blancos y ciegos como los que había visto múltiples veces en caminares como este o dentro de las paredes de mi casa. Esos ojos capaces de mezclarse con los ladrillos y las baldosas, con las suelas de los zapatos y los guantes de cuero, con los pinceles y las pinturas, con las hojas y la corteza. Córneas perladas símiles a las pupilas que con el tiempo abandonarían cualquier resto de melatonina. Sus marrones cabellos caían sobre su frente y se amontonaban ante la suave colcha dentro del ataúd, arreglados de tal manera de parecer el corte típico de una niña pequeña, la jovialidad de su corte siendo una cruel ironía del pronto y fatal destino que subiría su dueño. 

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⏰ Última actualización: Sep 04 ⏰

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