Gracias a la lluvia

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Aviso: Esta obra contiene escenas de sexo.

- Parece que va a llover… - Susurro mientras miro por una de las ventanas.

Es casi la hora de cerrar, está oscuro y nublado, y el viento hace que empiece a tambalearse el rótulo de la cafetería en la que trabajo, el cual pende de dos cadenas sujetas a una escuadra, clavada en la fachada.

El “Retro Brews” es un lugar muy acogedor, a mi parecer, y no sólo porque tenga un magnífico barista como yo dirigiéndolo, los dueños también hicieron muy buen trabajo con la ambientación. La cafetería está decorada al estilo pin-up, en un intento de transportarte a los años 50-60, época dorada de las cinturas de avispa, los escotes generosos y los peinados inmaculados.

No como el mullet de ese cliente de ahí. Supongo que viene porque le gusta el estilo retro o el rockabilly. Le pega que le guste el rock. Aunque no es el hilo musical de esta noche porque, sinceramente… La cafetería está muerta. No vienen clientes y poner a Elvis Presley en un local vacío, da más bien pena.

Vuelvo a mirar el reloj. Quedan apenas 30 minutos para cerrar. Si él no estuviera allí, probablemente ya hubiera bajado la persiana. Me resigno y suspiro, no debería querer echar al único cliente de la noche. Al revés, debería mimarlo un poco más, a ver si se trae a algunos amigos. Así que empiezo a prepararle un café. Cambio el filtro de la cafetera por goteo, vierto el agua, el café molido, enciendo la máquina y espero a que suceda la magia. El aroma en seguida se hace presente, pero el muchacho pelinegro no hace ningún ademán de moverse. Sigue enfrascado en sus libros y en lo que sea que está escribiendo.

Me acerco por detrás con una taza en la mano y parece sorprenderse cuando la dejo en su mesa.

- Yo no pedí esto.- Me dice. Le sonrío.
- Lo sé. Invita la casa.
- Vaya gracias… Aunque puedo pagarlo.- Responde frunciendo el ceño.

Me río. No esperaba esa respuesta. Él parece confundido y dado que no quiero incomodarle, me alejo de su mesa y me dirijo a la puerta estilo retro para girar el cartelito que indica “¡Estamos abiertos” para cambiarlo por el mensaje de “Lo siento, cerrado”. La sutil táctica de insinuación de que vaya recogiendo sus cosas, no hace efecto. Vuelvo a mirar el reloj. Aún quedan 20 minutos. El tiempo pasa muy lento aquí dentro (algunos afirmarían que incluso no pasa, a juzgar por el cuadro de Bettie Page).

Ha empezado a chispear. Miro de reojo al chico y me dedico a imaginármelo en varios escenarios, un pasatiempo muy divertido cuando no hay nada más que hacer: intentar adivinar la vida de los demás a través de la observación. Creo que es estudiante, a juzgar por la cantidad de libros que tiene en la mesa, y que se preocupa mucho por sus estudios. Dado que viene a menudo y siempre solo, no debe tener muchos amigos o quizás se haya mudado aquí hace poco. Por la ropa… Parece que trabaje en un taller o en la obra, porque lleva un mono azul… pero este está impoluto, por lo que tampoco me cuadra.

- ¿Es hora de cerrar? - Me sorprende mirándole mientras elucubro mis teorías.
- ¡Ah! - Respondo perplejo, no he llegado a entender su pregunta. Él mira el reloj y se toma la taza de café a toda prisa. - No hace falta que corras…
- Cierras a las 10, ¿no?
- Sí, pero… No va de 5 minutos.- Intento ser amable. A decir verdad, siento debilidad por los chicos guapos.
- No, no, ya me voy. ¿Qué te debo?

Se dirige a la caja registradora para pagar y yo le sigo y le cobro. Me fijo en sus manos, sus dedos son largos y blancos y rozan los míos cuando me entrega un billete de 5$. Le doy  el cambio.

- Gracias.- Me dice y se dirige a la puerta con su mochila colgada en un hombro.
- ¿Llueve mucho? - Le pregunto cuando abre la puerta. Ya tiene medio cuerpo fuera de la cafetería y la luz neón del rótulo le ilumina la cara creando un claro-oscuro que enmarca sus facciones.
- Sí, demasiado. - Chasquea la lengua y vuelve a entrar, cerrando la puerta tras de sí.- Oye… ¿No tendrás un paraguas? No llevo nada y no quiero que se me empapen los libros.
- Oh, pues… no.- La verdad es que no suelo llevar paraguas, entre otras cosas porque me encanta la lluvia. Y entre otras, porque vivo en el piso de arriba de la cafetería.
- Maldición… - El chico parece contrariado y muy molesto.
- ¿Quieres…? - Me callo de golpe. He estado a punto de ofrecerle quedarse un poco más en la cafetería, incluso la idea de que subiese a mi casa se me ha cruzado la mente. Él me mira confundido.
- ¿Me guardarías la mochila hasta mañana? - Tardo unos segundos en contestarle. Debe pensar que soy lento de mente, pero sigo sin asimilar que haya estado a punto de ofrecerle mi casa a un absoluto desconocido.
- Sí.- Digo, extendiéndole la mano.

Gracias a la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora