Capítulo Uno.

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El niño triste conoce al niño granjero.

Ni siquiera te había conocido aún y ya me estabas alejando de ti. Tus azules ojos brillaban en ausencia de alegría llevándome a soltar un saludo ilusionado, nunca fui exactamente un chico extrovertido, guardaba secretos, sentía que no podría ser aceptado en la sociedad por no pertenecer a algún lugar y ocultaba quien era realmente para evitar que las personas me temieran al saber quien soy, tú reíste y mencionaste lo genial que sonaba eso.

No me temías, jamás huiste y me aceptaste, te convertiste en alguien tan especial. Cuando estaba junto a ti un calor crecía en mi pecho, creía imposible sentir como mi pulso se aceleraba y mis manos sudaban, mi caminar se volvía torpe al estar junto a ti y mi vocabulario era incongruente.

Por primera vez sentí que pertenecía a un lugar.

● ● ●


Alfred prometió que volverían y así fue, después de casi seis meses aparecieron en la puerta de la casa, te mirabas tan radiante con tu elegante ropa y tu cabello bien peinado; podía oler la mezcla de jabón y colonia, posiblemente una colonia muy costosa.

Te mirabas tan impecable como la primera vez que te vi pero en esa ocasión el cielo de tus ojos no era nublado, era como ver un día de primavera tan cálido y soleado, brillante y con cielos despejados, tus rojos labios esbozaron la sonrisa más bella y honesta que haya visto en mi vida.

—Granjerito.

—Amo Bruce, es de mala educación poner sobrenombres a las personas.

Alfred te reprendió por cada vez que me llamabas así, sermoneaba sobre la buena educación mientras tú lo escuchabas con atención soltando una firme disculpa al final. Aun así seguías llamándome de esa forma, jamás me molesto eso, sabía que lo hacías de forma amistosa y era inevitable no sentir ese pequeño calor crecer en mi pecho al escucharte decir eso.

Nos divertíamos jugando beisbol, te enseñaba a batear y tu me enseñabas a pelear, pasábamos horas juntos hasta que llegaba la hora de cenar y Pá preparaba la cena, Alfred nos llamaría desde la entrada de la casa para competir por quién llegaba más rápido, trataba de no abusar de mi fuerza sin subestimarte, siempre he sido consciente de lo que eres capaz de hacer, jamás dude de tu fuerza y tu valentía.

Odiabas el pay así que Má procuraba hacer galletas con la receta que Alfred le dio, eran tus favoritas y sonreías mientras las comías llenando de migajas la comisura de tus labios; nuestros padres hablaban con regocijo mientras nosotros nos miramos y sonreímos haciendo muecas evitando soltar una carcajada para no recibir una reprimenda de los mayores.

Dormíamos juntos, Má mencionó que por ser mi amigo podrías dormir en mi habitación sin problema y yo te cedía mi cama por gusto propio. La idea de que durmieras en el suelo me horrorizaba, quería que estuvieras lo más cómodo posible, quería que amaras la idea de estar cerca de mí, quería seguir teniendote a mi lado por mucho tiempo.

● ● ●

—Clark, ha llegado... —Pá no había terminado de hablar cuando ya estaba frente a él. Desde que la camioneta fue detectada por mi audición sabía lo que pasaría, desde hace años se volvió costumbre despertar y esperar a la señora Jones quien se encargaba de repartir el correo. —...tu paquete. Tienes prohibido usar tu velocidad en la casa, ya hablamos sobre eso, nada de tus superpoderes aquí, chico.

—Lo siento, Pá... es que, ya sabes... —Me ponía nervioso al admitir que las ansias me consumían y como por días era incontrolable la emoción que corría por mi cuerpo al estar cerca de esa fecha.

[SUPERBAT] Lo Que Puedo TenerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora