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"debes ser libresalirte de esta mierdano hagas caso a lo que dicenno quieren que florezcas"

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"debes ser libre
salirte de esta mierda
no hagas caso a lo que dicen
no quieren que florezcas"



Si había algo que describía a la joven Catalina de León, era que era distinta a las mujeres de su pueblo.  Su mayor anhelo no era casarse con un hombre rico y mucho mayor que ella, todo con tal de tener una vida de reina.

Todos creían que era rara, de una mala manera.

Pero bien le cantaba su abuela cuando aún vivía, mientras le hacía sus trenzas del diaria, "verás que una estrella serás, serás la flor más bella". Y así era Catalina, algo que también destacaba mucho era su belleza.

Aunque sí se casó, pero no con la persona que sus padres esperaban. Pero pasó la mayor tragedia de su vida hasta la fecha.

El asesinato de su esposo un año atrás: Pedro.

Él y Catalina fueron novios desde los quince años, y estaban tan enamorados que decidieron casarse apenas a los diecisiete, todo a escondidas de los padres de la joven. Tenían la misma edad, por lo cual se entendían bien.

Los padres de Catalina nunca estuvieron de acuerdo con que su hija se casara con ese hombre, que no era más que un simple agricultor que nunca podría darle la vida que se merece. Pero eso fue lo menos que vió la muchacha, se enamoró de él desde el segundo en que lo conoció.

Catalina, una de las muchachas más bonitas del pueblo, con una corazón lleno de pureza. Con finos cabellos negros y rizados, piel morena, todo acompañado de sus grandes ojos marrones. Sin mencionar su suave voz aterciopelada, tan dulce como el néctar de las flores. Por eso era tan fácil llamar la atención de todos, como la de el señor Fausto Echeverría. Un hombre rico y poderoso entre el pueblo.

Y al estar Catalina viuda, sus padres prácticamente la ponen en charola de plata para Fausto. Era le mejor opción, ambos de una familia adinerada, su futuro ya estaba asegurado.

Que importa que Catalina tuviera apenas dieciocho años y él treinta, tampoco importaba que Catalina sintiera asco e impotencia cuando estaba junto a él. Nada de eso importa, mucho menos que la pobre aún no asimilara la ausencia de su esposo para sacarla de ahí.

Había ocurrido otro accidente en el pueblo y todos los hombres estaban tratando de solucionarlo. Catalina obviamente no podía hacer nada, pero si podía darles agua para refrescarse un poco.

Lo primero que vió, fue que estaban teniendo una discusión, pero aún así se acercó.

─Señores, les traigo un poco de agua. ─bajó unos termos del caballo dónde iba montada. ─Han estado aquí toda la mañana, relájense tantito andenle.

LA TRENZA, leo san juanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora