Quizá esto sea una carta

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Si despedazo mi corazón y con sinceridad desbordante hablo hacia vos, he de decir que jamás en la vida hubiera obtenido la imaginación suficiente ni la labia requerida para expresar y plasmar la desesperación del protagonista en este relato, si no fuera porque dicha historia sanguinaria es fruto de la vida, o mejor dicho muerte, del autor propio.

Veréis, se dificulta con notoriedad plasmar detalles sobre el hecho de tu muerte, puesto que los muertos no hablan y los vivos nunca han tenido la elocuencia para poder escribirlo en primer plano. Concretamente hace par de años que mi existencia llegó a su total fin; sin embargo, no puedo etiquetar mi pérdida como la muerte más catastrófica, ya que no hubo ruinas a simple vista, mucho menos oso catalogarla como la más sanguinaria.

Podría cumplir juramento y aposentar la palma de la mano en el ardiente y vivo fuego al afirmar con corazón y sinceridad que nunca derramé una gota de sangre.

Mi vida no se esfumó a causa de una golpiza, puesto que mi cuerpo no contiene ni un dulce arañazo, ni un rasguño, ni una horrorosa cicatriz. Si esta muerte requiriera de una autopsia de confirmación, cada forense que contemplase mi torso abierto enloquecería, sería en vano investigar en busca de respuestas el porqué, quién me arrebató la vida, cuál fue el vil objeto que me destrozó por dentro o qué lugar aprovecharon para dejarme malherida y sin vida. Esta última línea de confesión os puede dejar con menos dudas e increpo al gritar sin voz que sí, fue un asesinato; alguien tomó de burla mi vida hasta acabar con ella. Aquí, tras afirmar que me mataron, entrarán dos situaciones, ¿me mató a golpes? O quizá fue con arma blanca. Siento decepcionar, temo decir muy a vuestro pesar que ninguna de estas crueles e improbables escenas fue la situación acertada. Prescindiendo la escena del crimen, se siente gratificante leer cómo surgió la muerte del autor desde su punto de vista, sentir el duelo en primera persona. Dichosos aquellos silenciados, mas no podrán contar su historia. Y quizá suene ególatra, pero en mi pesar hay que admitir que se siente maravilloso ser un privilegiado capaz de plasmar su muerte explícita y dejar sin duda alguna a la audiencia, pues ningún cadáver descubierto hasta día de hoy tiene voz ni habla.

Puedo intuir vuestras conjeturas y pensamientos, creéis que soy un vil embustero a quien nadie puso mano encima, es complicado dar fe si quien te lo cuenta es únicamente el cuerpo sin vida, sin pulso.

Con todo y eso, me gustaría revelar que todo este fragmento trágico es producto de embuste, sin embargo, con el corazón en la mano, atestiguo tristemente que yo ya morí, pues este dejó de latir hace poco más de un par de años. Pese a ello, no siento pena al alegarlo, ya no fluyen lágrimas en este rostro que antiguamente había diluvios. Ya no recorren por mi cuello alambres de espinas, desgarrando románticamente mi garganta, abatida de tanto alzar la voz. Ya no.

Pasaron rigurosamente los años, el susodicho jugó con mi vida cuando aún prendía de valor, mientras aún yo respiraba. Jugó hasta saciar sus vísceras plenas de egoísmo, no satisfecho, siguió torturándome con besos y caricias, con promesas que nunca resurgieron, con caprichos etéreos y palabras endulzadas. Cada cual beso callado escondía un puñal, una daga que poco a poco se adentraba en mí, y reconozco previamente que en los primeros versos había confesado entre palabras solemnes que jamás derramé sangre, y cierto es que una punzada es suficiente para desangrar a cualquiera, pero esa daga era distinta. Una espada con doble filo a cada cual más desgarrador, que iba clavándose en mi cuerpo sin fuerzas, cual solo podía contemplar cómo cada vez llegaba más profundo. Y yo, maquinando cómo escapar mientras sentía las punzadas en mi estómago y las agujas en la nuez de la garganta, ingenié diversas formas para salir de tal tortura. Me tomó trescientos sesenta y cinco días planear diez fugas, todas eran tan complejas que sacarían del pozo a cualquier carcelero. Bien podría haber huido, pero cuando ya tuve las maletas empaquetadas y el boleto de ida, noté algo muy curioso, observé la estaca clavada en mi pecho, tan solo un chasquido haría falta para llegar al corazón. Y a pesar de las ruinas y el desgarro, me enamoré de quien empujaba la daga, y tan fuerte fue su encanto que guardé el mapa de huida en el bolsillo trasero del pantalón y me quedé, me quedé esperando ansiosa a que retirase la daga ya que creí que sería capaz de frenar tal dolor con amor.

Varios años esperé pacientemente a que desenfundara de mi estómago su espada. Todo daño causado mereció la pena, me susurró mi mente enferma de anhelo por amor.

Uno de esos meses, el asesino cogió con sus frívolas manos el pomo de la daga, miré el escenario como si mi vida colgase de un hilo esperanzado, mantuvo la daga sujeta tanto tiempo, pero tanto tiempo, que creía que permanecería cautiva toda la vida.

Lloraba desconsoladamente, el dolor era tan agudo que no podría soportar más, aunque el agujero entre mi pecho sería culpable de quitarme la vida, había aprendido a vivir con el filo clavado en mí, era tan psicópata mi amor que empezó a gustarme el daño. Para mi sorpresa, uno de esos días donde el asesino mantenía en las manos su puñal, abrí los ojos como platos al notar que sus manos retrocedían agarrando el pomo de oro, liberando lentamente de mi pecho malherido la hoja afilada de la daga. Sin prisa, retiraba el objeto del crimen.

Ya estaba la mitad de la espada fuera, tan solo quedaba poco más del contrafilo y podría ser libre. El atacante me miró, tras tantos días cautiva por él, me lanzó una mirada que yo percibí como compasión. Sus ojos brillaban más que la hoja de la daga, brillaban como la luna, arqueó las cejas mostrando por fin pena. ¿Se apiadó de mí el joven que trató de matarme? El que por tantos meses me torturó, miré hacia arriba esperando una respuesta divina, algún ser de luz que de mí se compadezca. Nos miramos a los ojos por tanto tiempo que creí que iba a liberarme de sus cadenas, e instantes después de observar la daga medio metida en mi cuerpo, mi asesino se acercó a mí y en canto de oreja musitó "Te quiero". Canté himno de victoria, ingenua de mí pensé que extraería la daga, pues luego me percaté de que si había extirpado media hoja era para tener más facilidad a la hora de apuñalarme de nuevo.

Ciertamente me equivoqué, a quien más amé le ofrecí mi vida para jugar a su antojo, al susodicho que puse en un pedestal por salvarme la vida, me agarró de la cintura y tras un beso de despedida me volvió a clavar la daga. Creí que al volver a sentir de nuevo el filo estallaría en llanto, no obstante, tan impacto fue para mí que en vez de llorar y suplicar clemencia quedé en el acto. Me mató.

Bien es cierto que en el dulce camino del destino, cada soplido es un mensaje, pues nada de lo que acontece es en vano. Y como tal, mi muerte también tiene algo que decir; nunca debí cederle mi vida dos veces a quien me apuñaló una primera, pues obvio para él sería tentador volverme a traicionar. Aun así, he de agradecer que empuñara de nuevo, ya que de este modo por fin puedo volar libre y dejar de sentir el dolor, las magulladuras y el filo.

Ya no hay más espinas en mi garganta, pero ya de qué me sirve si no necesito más voz. ¿A qué precio es mi libertad? Si permanecía inmóvil enamorada del daño. Que mi mordaza me prohibió quejarme, pero aunque tuviera la boca destapada, no mostraría palabra de queja, y que no requirió de cuerdas para impedirme la ida y, sin embargo, nunca marché.

Él fue mi atadura, él fue mi mordaza. Ya mi cuerpo magullado no es quien habla, ahora soy un ser que vaga en busca de un cuerpo efímero al cual amar. Pues la vida teje su irónica danza, y es que antes, cautiva, sin voz y apuñalada, me sentí más viva que ahora.

Nuevamente, acontece otro peldaño suelto, pues todo este texto está repleto de dobles sentidos, os preguntaréis: ¿Por qué el asesinato se cubre en manta de mentira al apodarse suicidio? Realmente no fui yo quien acabó con mi vida, visto desde afuera, es erróneo nombrar suicidio a una escena donde la víctima no quiso morir.

Cierto, me mataron, pero no consideraría justo llamar asesinato a un crimen que pude evitar y sin dilema permití.

¿Queréis saber algo? Mi corazón asiente y susurra que jamás cambiaría ni un instante de agonía, jamás me arrepentiré de morir entre sus brazos. ¿Queréis saber otro dato? En todo momento nombro al asesino que sí hubo, pero también menciono una daga la cual realmente nunca existió.

Sonia

Relato de un suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora