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-¿Lo amas?-me preguntó después de que confesé, sentándose sobre la acera mojada bajo la lluvia.

En cuanto lo escuché, supe que jamás podría olvidar el dolor de su voz, un tono que solo significaba que en realidad no importaba la respuesta porque el daño estaba hecho. Me senté a su lado. Nos lastimé, ahora compartiremos una misma herida que acompañará a las viejas cicatrices por siempre. No sabía cómo arreglarlo. Veía la tristeza en sus ojos y quería arrancarla y romperla en pedazos. Me quedé callada mirando hacia la nada.

Ya casi oscurecía. Parecía que la gente que pasaba cerca de nosotros había sobrevivido a una tormenta. Nosotros estábamos tan pegaditos y sin embargo había una pareja en la calle gritándose fuerte pero muy separados. Quizá secretamente se seguían cuidando y no querían dañarse los oídos: el hombre le decía a la mujer que no le importaba ya, pero yo creo que esperaba que ella no le creyera porque siempre deseamos que quien nos ama pueda ver más allá de lo que decimos.

Pero también solemos desear que la persona que amamos confíe en nosotros. Entonces algunos mentimos con la esperanza de que el otro se deje engañar para no hacerle tanto daño.
Lo tomé de la mano y sentí el abismo que yo había creado entre los dos, y vi el puente que él había construido inmediatamente después para unirnos de nuevo.

-No-le dije. Esperando que por primera vez no me creyera.

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