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La princesa Rhaenyra había abandonado la calidez de su habitación por deambular en la muralla que separaba al castillo de Marcaderiva de su extenso mar. Aun extrañándole la calma que conseguía al admirar y escuchar el rugido de esas enormes olas. Era una Targaryen, un jinete de dragón; su anhelo era y sería el fuego. Su primer embarazo se lo evidenció, siendo lo único que aliviaba sus malestares y fortalecía a su primogénito Jacaerys. No esperaba cambios para el segundo, mas este amado niño que se formaba en su vientre era doblemente errático y exigente.

"De dos mundos", le había dicho el maestre Gerardys tras descubrir que su estadía en Desembarco del Rey lo estaba debilitando y entorpeciendo su desarrollo. El que estuvieran en una alcoba en llamas no bastaría, estaba ese otro llamado propio de su sangre. Necesitaba establecer su conexión con el mar, sentir la fresca brisa marina por las mañanas; así concluyó su esposo Laenor con ilusión. Ella no pudo contradecirlo, no cuando los aromas salados, la humedad y las comidas en base a peces y camarones habían sido lo que minoraba sus quejas.

La sangre de Los Velaryon era fuerte y espesa como las de Los Targaryen, digna de ser descendiente de las antiguas familias valyrias.

Esbozó una sonrisa, negando mientras acariciaba su vientre. Ansiaba que su segundo hijo llegara al mundo, tenerlo entre sus brazos y poder conocerlo. Que, tenía el recuento de varias noches en las que no dormía por preguntarse sobre su aspecto. Su corazón rogaba que luciera semejante a su adorado Jacaerys, que las hienas que se asentaban en La Corte descartaran esas crueles infamias que murmuraban cobardemente sobre su primogénito. Mas no podía ni debía esperanzarse, su destino había caído en las manos de dioses que jamás oyeron sus súplicas.

No era más esa chiquilla ingenua que perdió a su madre por el insano deseo de un heredero varón, junto con la única amiga con la que creía contar en la Fortaleza Roja. Tuvo que enfrentar la ambición de los hombres como Otto Hightower, unirse en matrimonio y concebir a su primer hijo para ser una oponente decente en el juego de tronos al que le habían arrastrado. No queriendo rendirse, los suyos la necesitaban para luchar por ellos. Su padre y esos cuatro pequeños hermanos que la reina Alicent le había dado la requerían para seguir intentando salvaguardar sus corazones, evitar que la codicia los envenenara y consumiera.

Regresaría a Desembarco del Rey, no a Rocadragón como el mayor de Los Hightower le propuso.

Este precioso niño con el que pronto se encontraría tendría que aceptarlo, aunque no esta noche. La heredera del rey Viserys se hincó hacia adelante, apenas logrando sostenerse de la agrietada muralla. Sufrió de otro tirón por debajo de su vientre, sus quejidos fueron callados por los gruñidos de una venidera tormenta. Las doncellas que estaban resguardando su caminata no tardaron en correr hacia ella, en tomar sus manos. Apartó a una al percibir un líquido descender por sus piernas, contuvo la respiración mientras alzaba el largo de su vestido. Sus últimos sueños fueron inquietante, de mal augurio. El Extraño los acechaba, la heredera al trono lo presentía. Que sollozó agradecida al divisar que sus dedos no estaban manchados de sangre, su amado bebé continuaba a su lado. No se iría, no se lo arrebatarían. Sería fuerte, pujaría sin descanso y obedecería a sus parteras. Lo haría por su bebé, se prometió a sí misma; a medida que era llevada devuelta al castillo de Marcaderiva.

— ¡Llama al maestre Gerardys! Nuestro príncipe está por nacer. —La joven Tyssaia informó a los guardias, su voz denotaba una mezcla de emoción y miedo. Los partos era la verdadera batalla de las mujeres, impredecibles y extremadamente dolorosos. Que internamente rezaba por la salud de su señora y del bebé que esperaba, queriendo arribar pronto a la alcoba de la princesa Rhaenyra.

Mas la heredera al trono se detuvo, no podía dar otro paso más. Era presa del terror, sentía que cada esfuerzo que hacía por llegar exponía a su amado hijo. Incluso podía vislumbrar la sombra del Extraño frente a ella, aguardando su caída. No, no avanzaría. Se quedaría en estos pasillos, tendría su bebé ahí. Solo con su amado niño en brazos continuaría, no antes. Se lo hizo saber a sus doncellas al ordenarle que le quitaran el abrigo y vestido.

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⏰ Última actualización: Aug 02, 2023 ⏰

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EL SEGUNDO HIJO [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora