Prólogo

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Prólogo


Los pinos que bordeaban la carretera parecían moverse a toda velocidad, creando una muralla verde ante sus ojos.

El auto descendía por una cuesta sin pavimentar. El viaje había durado alrededor de nueve horas, por lo que sabía que en lo que llegara dormiría hasta el día siguiente a ser posible.

Giró la curva que describía el camino, siempre en poca velocidad. Así evitaba chocar a algún otro carro, y aprovechaba para evitar lanzarse por el barranco que se abría camino a su izquierda, desde el que crecían multitud de pinos verdes.

El cielo que era un manto totalmente azul, sin ningún rastro de nubes. Las aves surcaban el cielo, formando eventualmente la forma de una flecha, cosa que siempre le había parecido algo extrañamente mágico. Estaban increíblemente sincronizados.

Sumido en sus pensamientos, no se percató de que el GPS se había apagado hacía unos segundos atrás. Llevaba música de fondo, por lo que tampoco se había dado cuenta de que la voz robótica de la mujer se había ido hacía un momento.

Mientras manejaba con cuidado, un hermoso y majestuoso ciervo lo sorprendió al aparecer de la nada. Frenó en seco, evitando así atropellarlo. Vio con el corazón acelerado como el animal se alejaba sin inmutarse ni dar señales de sorpresa.

Decidió tomar algo de aire fresco.

Estacionó el auto en la carretera, dejando un poco de espacio en caso de que alguien viniera, cosa que dudaba. Después de todo aquel no era un lugar turístico, era un lugar para relajarse.

Ya fuera del auto, respiró profundo el frío aire de las montañas. Creía poder ver el pueblo más abajo del barranco, cubierto por la luz azulada del cielo. Las casas se amontonaban una junto a otra. Otras veces no había separación alguna, simplemente habían calles con hileras de casas de lado y lado. Vio una plaza con un enorme y llamativo árbol, en la que algunos locales se arremolinaban alrededor, y poco más. El resto del pueblo quedaba cubierto por el bosque.

Respiró profundo nuevamente, y subió a su auto.

Cuatro minutos más tarde, un cartel desgastado por el tiempo en el que estaba escrito "Bienvenido a Villa Argentona", le recibió. Manejó alrededor del pueblo, el cual parecía haber caído en la penumbra. Una enorme nube gris se alzaba sobre éste, creando una sensación de opresión propia de un manicomio.

Llegó a una posada de dos pisos. El lugar parecía bonito y bastante bueno para quedarse por unos días. Cuando entró, una amable anciana le dio la bienvenida y le guió hasta la recepción.

—Usted debe ser Raúl De Aragón —exclamó, con una sonrisa en el rostro que Raúl interpretó como de alegría. Estaba claro que hacía tiempo que nadie dormía en aquel lugar.

—El mismo —respondió él, con la sonrisa que sólo puede brindar un extraño que lleva muchos pesos tras él.

La mujer asintió, sin borrar la sonrisa y se dio la vuelta. Buscó algo en un pequeño armario y luego se lo extendió a Raúl. La llave tenía marcado "H01".

—Bienvenido a Villa Argentona. Esperamos que disfrute su estadía.

Luego de esto, desapareció tras una pesada puerta de roble.

A muchos kilómetros, al norte del país, una mujer descansaba con los ojos cerrados y la piel muy blanca brillando ante la azulada luz de la ciudad.


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