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Llegué a casa más cansada de lo habitual, una jornada que no tuvo fin, era el día del niño, los restaurantes se llenaban y un arduo trabajo nos esperaba. Abrí el manojo, me recargué en la puerta mientras quitaba mis zapatos y luchaba por no caer rendida en ese lugar, como pude llegué hasta la pequeña y sucia cocina.

-¡¡Otra vez!!- exclamé dejando ir las últimas letras.

No tenía la suficiente fuerza o energía como para poder limpiar este desastre, tampoco podía dejarlo así pues probablemente esto amaneceria lleno de cucarachas y de moscas. Odiaba esta vida, el trabajo, el hogar, la economía; que por desgracia sólo era yo quien tenía que ver por la "familia". La vida de adolescente se suponía que sería la mejor etapa, me mintieron, tuve que buscar trabajo desde los 15 años. Ser camarera a mis 18 años no era tan fácil y mucho menos en estos lugares en el que los ricos lo único que quieren es aprovecharse de los jóvenes, maldita sociedad. No podía dejar esto, por más que me trataran como basura, no podía dejarlo, la renta de la casa, la comida, los recibos, las deudas de mis padres, sus vicios y mi universidad.

Aún recuerdo cuando todo era tranquilidad, ni siquiera vivíamos en este basurero que muy apenas puedo pagar mes con mes la renta. Desde que mi querido y único hermano falleció, todo se vino abajo; mis padres comenzaron a tener problemas, gritos por doquier, comenzaron los maltratos por parte de mi padre, por más que intentara defenderme no podía. Un año después mi familia quedó en bancarrota dejando una deuda que probablemente a mis nietos les toque terminar de pagarla, el alcohol los tenía mal pero la droga los acabó.

Dejé limpio, me acosté unos segundos en aquel sillón, me deprimia todo esto, cada vez lo poquito que había aquí, iba desapareciendo, lo que quería decir que ellos vendían lo poco que podía darles. No contemplé en que momento caí rendida pues cuando desperté por el ruido que provenía de mi teléfono me di cuenta que era la alarma para irme a bañar y a cambiarme.

5 de la mañana y mi día comenzaba, una ducha que tenía que ser rápida pues no teníamos el lujo de tan siquiera tener un calentador de agua y el agua salía muy helada, tenía que alistarme más rápido que flash (literalmente) estar lista a las 5:30 a.m. para poder bajar y dejarles desayuno y comida a mis padres, no tenía tiempo de desayunar pues este no me alcanzaba. A las 6:30 tenía que salir de casa para poder caminar 5 cuadras y lograr tomar el bus. Exactamente a las 7 estaba por llegar a mi salón, esto era diario, salía a las 3 y así correr al trabajo.

No tenía muchos amigos, la mayoría de alumnos eran jóvenes con mucho dinero, "¿qué harían juntándose con alguien tan miserable como yo?" Esas eran las palabras de muchos. A este paso cualquier insulto lo pasaba por desapercibido, ya no me importaba pues tenía en mente todo el sacrificio que hice para lograr estar aquí; ser pobre no me hacía menos (pensaba yo) tenía un intelectual que con eso acababa a todos los descerebrados que solían presumir lo que tenían.

Un amigo era lo único que tenía, era de clase alta. Al principio solía pensar que algo quería pero con el pasar de los días me di cuenta que estuve en un gran error, es un chico muy amable y de noble corazón.

-Oye, la maestra está hablándote.- escuché a lo lejos lo que mi amigo me decía.

Y fue ahí cuando todas las voces en mi cabeza pararon. La clase terminó pero tuve que quedarme y esperar a que todos salieran pues la maestra quería platicar conmigo. Salí algo enojada del aula, no era lo que esperaba y honestamente tendría que buscar alguna solución antes de perder la oportunidad de seguir estudiando aquí.
Cuando creí que los problemas terminarían aparecen más y cada vez más.

Cansada y con la mente perdida llegué a las gradas en donde me esperaba un tan alegre Jake, que envidia, desearía poder ser feliz por lo menos un segundo.

Two ChancesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora