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Por otro lado, Angel Ivanović, mientras conducía su lujoso Aston Martin, no dejaba de pensar en aquellos ojos verdes de aquella mujer joven, pero que la mirada era como la de una vieja resentida. Soltó una carcajada para sí mismo sólo de pensarlo. Ella no tenía idea de lo que le esperaba.

Llegando a Black Empire, llevaba también un ramo de rosas blancas, esta vez para su madre, quien era la gerente general y propietaria de una de las revistas más influénciales a nivel internacional, sobre sus temas crudos de política y sociedad.

A diferencia de su padre y él. Nunca quiso seguir la carrera de Derecho y convertirse en un abogado como él. Más bien le apasionaba el periodismo, siendo el mejor de su clase y ahora, director de la revista de su madre.

Angel a pesar de tener solamente veinticinco años, no solo era el representante directivo de su madre, también lo era de todo el imperio Ivanović, casinos, hoteles, concesionarios, bares, eran algunos de ellos. Pero lo que más amaba Angel, era ser el primero en leer la columna titulada: "El lente clandestino" escrito por su madre especialista en comunicaciones.

—Señor Ivanović—Lo saludaban todos.

Angel podía ser risueño, controlador, pícaro y sensual, decidido, directo sin filtro, pero no con todo el mundo y mucho menos en el trabajo. Se limitaba solamente a saludar como su madre le había enseñado y sobre todo no coquetear con el personal.

Algo que a veces no lo podía evitar. Pero además, era un hombre demasiado selectivo como para que pusiera sus ojos en cualquier mujer.

—Buenas tardes, Donna.

Cuando Angel estuvo a punto de entrar en el despacho de su madre:

—Alto ahí, Angel Ivanović—Lo detuvo Donna.

La asistente de su madre y también de él. La única mujer que no se dejaba deslumbrar por él. Y además era como la hermana mayor que nunca tuvo.

—Llegas tarde—Le señaló el reloj de la pared y Angel puso los ojos en blanco. Sabía que llegaba tarde, pero no era culpa de él, era culpa de la rubia que seguramente ya había despertado disgustada por no encontrar a Angel por ningún lado.

Angel no dormía con sus conquistas de una noche y mucho menos en un hotel. Es por eso que a mitad de la noche, tomó su ropa y se quedó a dormir en la habitación de al lado. Cuando despertó, recordó la junta que tenía con su madre y fue por eso que bajó las escaleras hecho un rayo, aunque de eso no se arrepentiría por nada del mundo. Sin su prisa, jamás hubiese tumbado en el suelo a aquella chica de cabello castaño, silueta de infarto y ojos fulminantes.

—Lo siento, Donna.—Se acercó a la mujer que le llevaba un poco más de su edad y la besó en la mejilla.

—Ya deberías de saber que tus besos no me convencen, pequeño bastardo. Llegas tarde y tu madre ha preguntado por ti toda la mañana. ¿Se puede saber dónde...

Hizo una pausa y vio el brillo labial rojo en el cuello de Angel. Respiró profundo y le tomó de la mano, arrastrándolo con ella, hacia la oficina de éste.

—Wow, Donna, pensé que no era tu tipo—Se burló cuando ésta empezó a quitarle la camisa—Déjame invitarte una copa primero, nena.

Donna lo fulminó con la mirada, llegó hasta el closet de Angel y sacó una nueva camisa, perfectamente planchada y además limpia y se la tiró en la cara.

—Cámbiate, pareces un prostituto mal pagado.

—Íbamos tan bien—Se burló de nuevo.

Donna puso los ojos en blancos esta vez y salió de su despacho. Angel sonrió y le agradeció al mundo por tener personas como Donna. Prácticamente era como una segunda madre por cómo se preocupaba por él, pero también era su mejor amiga, la única mujer hermosa en la cual no se fijaría, no era que antes no lo haya intentado. Pero era una guerra perdida. Donna inmediatamente se había convertido en alguien fundamental en la vida de él y de su madre, guardaba secretos y siempre estaba salvándole el trasero.

SeducidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora