◈ Capítulo 3 ◈

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3|| Enfermo, idiota, imbécil y también muy necio.||

Consejo de amor - TINI, Morat.

Jameson:

—¡Ha llegado la princesita primorosa! —escuché la voz de Lele con su acento inglés marcado en cuanto entré por las puertas del gimnasio universitario a primera hora del lunes, tuve que tomar aire y contar hasta diez para no perder la paciencia—, hola cariño, te extrañé.

Bien, perdí la paciencia.

—Trágate la lengua y ahógate con ella, pedazo de idiota, no estoy para tus mierdas.

—La verdadera pregunta sería ¿Cuándo estás de humor para algo? —River habló desde la caminadora, con su cabello rubio semilargo apartado de la frente por una diadema deportiva, y sus ojos grises observándome como si supiese todos mis secretos.

River Hardey era el tipo más raro que conocí jamás y no de la mala forma, el tipo era perfecto.

Perfecto de verdad. Sin mencionar que parecía un modelo de ropa interior por todos esos tatuajes que llevaba en el cuerpo, al menos Lele solo tenía un brazo y el pecho, pero Hardey ya comenzaba también a marcarse las piernas.

En contraste a cualquier hombre que estaba seguro de su atractivo, alardeaba y se llenaba de sí mismo, River era modesto y callado.

Repetía, raro.

Si Lewis y yo funcionábamos cómo los folladores compulsivos del equipo, presumidos y ególatras, y Nash contaba como el capitán responsable parecido a Supermán, entonces River sería el párroco que mantenía su polla guardada con candado.

El cuadrado perfecto del hockey.

Era lo suficientemente consciente de que estábamos buenos y obteníamos más atención de la que seguro requeríamos ¿Invitaciones a fiestas? Innecesarias. ¿Trabajar duro por un número telefónico de alguien interesante? No en nuestro mundo. ¿Caras y cuerpos? Un maravilloso mil colega.

¿Qué esperabas? mencioné que el modesto era River, no yo.

—¿A quién arruinaste con su presencia el fin de semana, Jay? Necesito saber el nombre completo para rezar por su alma.

—A tu hermana mayor, imbécil.

—Que falta de respeto, de verdad —murmuró River ahora con el ceño fruncido, mientras los demás miembros del equipo empezaban a llegar—, pero eso me pasa por preocuparme y tenerlos de amigos.

—¡Oye! ¿Yo qué culpa tengo? —preguntó Lele—, no todos somos el príncipe cascarrabias.

—Cierra el pico, Lewis, eres igual de insoportable que yo.

—Pero soy más guapo, estoy tatuado, tengo el cabello negro y soy inglés —dijo mientras enlistaba los puntos con los dedos, si había alguien con el ego más gordo que yo, era ese cabrón.

No sabía cómo la cabeza no se le iba de lado y se partía la boca cada que hablaba de su amor por sí mismo.

—Estoy en un nivel más alto que tú.

—¿Según quién? —pregunté con una ceja arqueada, importándome un culo la respuesta.

—Según cualquier persona con ojos.

—Cierra la boca, Spencer —gritó Milo Fernández nuestro portero, en algún lugar del gimnasio—, eres literalmente el diablo disfrazado de gilipollas con un acento asqueroso.

—Pregúntale a cualquier chica sobre el acento inglés, tengo más oportunidad que cualquiera de ustedes, enanos de Blanca Nieves.

—Ni siquiera voy a preguntar cómo es que siempre puedes hacer referencias de películas de princesas de Disney —dijo Tai Justin, otro miembro del equipo mientras pasaba frente a Lele—, das miedo.

Reforma los límites. (Del uno al cien) EN PAUSA. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora