IN NOMINE PATRIS...

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La capilla se veía imponente ante los ojos de la Poetisa: no se parecía a nada que ella hubiese visto antes.

Las paredes estaban recubiertas de un acero grosísimo, que soltaba destellos cegadores con cada haz de luz del sol, mientras kilómetros de altas bardas de metal con pinchos afilados la custodiaban por los cuatro lados. A través de ellas, se podían ver varias fuentes con estatuas de ángeles, santos y palomas encima, adornando magistralmente plantíos masivos llenos de las más bellas flores.

La chica fijaba su atención en cada detalle del enorme edificio que tenía frente suyo. No podía comprender por qué el Señor necesitaría una casa tan grande, con tantos pisos, adornos profanos y jardines por doquier, pero asumió que simplemente fue idea de un extremo devoto.

 No podía comprender por qué el Señor necesitaría una casa tan grande, con tantos pisos, adornos profanos y jardines por doquier, pero asumió que simplemente fue idea de un extremo devoto

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Se paró frente a la gran puerta negra de metal y tomó la aldaba con forma de querubín. La golpeó varias veces, haciendo retumbar el eco de los impactos como si estuviese en una cueva solitaria. Tras esperar varios minutos, la ventanilla de la puerta se deslizó y reveló un par de jóvenes ojos color verde claro. La chica pudo distinguir un cierto toque de temor en aquella mirada, pero no lo confirmó hasta oír la voz que los acompañaba.

- ¿Hola? – saludó una voz femenina a través de la ventanilla, temerosa y vacilante - ¿Quie – Quién eres tú?

- Soy sólo una mujer que precisa algo de este lugar – respondió la dama en el exterior - ¿Podrías dejarme pasar?


Los ojos de la ventanilla desviaron su mirada y vieron hacia abajo por unos momentos, para luego fijar de nuevo su atención en la visitante.

- ¿Él sabe que estás aquí? – susurró con unos ojos cada vez más nerviosos.

- ¿De qué hablas?

- Él, el hombre a cargo de este lugar. ¿Sabe que vienes a verlo?

- No he tenido el placer de conocerlo. Es por eso que he venido.

- Entonces... no lo sabe.

- Supongo que no.

- Lo lamento... pero no puedo dejarte pasar.

- ¿Puedo saber por qué?

- A Él no le gustan las visitas. Es por eso que me tiene aquí. Me ha dicho que lo que pasa aquí, sólo nos compete a nosotros. Debemos aislarnos del mundo exterior, sólo a menos que Él indique lo contrario. Ya me ha castigado por dejar entrar a las personas equivocadas... No fue bonito...


Un sollozo, acompañado de unas cuantas lágrimas, se desprendieron a través de la ventanilla. La chica en el exterior le ofreció un pañuelo y una mano pálida y delgada lo tomó, recorriéndose cautelosamente ambos ojos con él.

- Oye, no llores – le susurró la dama de afuera – Sólo déjame verlo, aunque sea por un segundo. Y si Él piensa castigarte, yo misma asumiré la responsabilidad y te protegeré, lo prometo. No tienes nada que temer. Sólo sé piadosa y déjame entrar, es lo único que pido.

Historias de LA POETISA - Dios nunca estuvo de tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora